miércoles, 10 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 30

—Sí… él no tuvo la culpa de que me llevasen al hospital, fue porque yo estaba enfermo. Ahora estoy mejor y puedo hacer muchas cosas que antes no podía.

—Me alegro mucho, Mati.

—¡Yo también! —se acercó a abrazarla por un momento—. ¡Sería bueno que nosotros tuviéramos un perro como Apolo, ¿No te parece? —revoloteó unos minutos más y después salió en busca de su padre. Ella los vio, poco después, caminando de la mano a través del puente.

Estaba feliz de que Mateo y Pedro se hubiesen reconciliado, pues sabía lo mucho que Pedro sufría con ese alejamiento; y sin embargo, tenía que aceptar que una de las consecuencias de ese acercamiento era que ella quedase fuera. Mateo ahora no la necesitaría tanto, una vez que estaba en buena relación con su padre, ni Pedro la necesitaría como intermediaria entre él y su hijo, ni para dar la impresión de una especie de familia. Paula pensó que nunca le volvería a ofrecer matrimonio.

Pasaron cuatro días. Tuvo algunas breves visitas por parte de Pedro y también de Mateo, pero ellos parecían tan absortos en sus actividades, que ella se preguntaba por qué se molestaban en visitarla y este pensamiento la llenó de amargura y soledad. Le dijeron que el lunes volarían a Toronto para el chequeo médico de Mateo con el especialista en corazón. Casualmente, Paula también tenía cita con su médico en Halifax ese mismo día, y se congratuló de que así fuera, ya que se sentiría menos sola sabiendo que ellos estaban a miles de kilómetros de distancia, que simplemente a unos pasos, arriba de la colina. Como un antídoto para aliviar la confusión mental, Paula se dispuso a trabajar arduamente en sus proyectos de diseños; la estación turística ya se acercaba y sabía que Lucas podría vender todo lo que le entregara.

Era aún domingo cuando Pedro llegó, ella estaba sentada junto a la ventana. Era característico de Pedro hablar directamente de lo que quería.

—¡Y qué es lo que estás haciendo aquí encerrada en una tarde tan hermosa!

—¿Y qué es lo que parece que estoy haciendo?

—Arruinándote los ojos.

 —Soy una persona mayor, Pedro, y sé muy bien lo que hago con mis ojos — indicó como si no le importara.

—A veces pienso que eres la mujer más agresiva que he conocido. Deja esos papeles y ven conmigo, vamos a salir.

—Tal vez no deseo hacerlo.

—Deja de empuñar ese lápiz como si fueras a atacarme con él. No me importa si quieres o no. Te digo que vamos a salir.

—¿En dónde está Mateo? —demandó, tratando de distraer su atención.

—Alicia le ha permitido a Roberto acompañarla a visitar a uno de sus nietos. Él se puso feliz, por supuesto y a Mateo le hará bien jugar con niños de su edad. Así que ven conmigo.

—¿Estás seguro de que tienes tiempo? Quiero decir… tiempo para dedicármelo a mí —le reprochó la ausencia de los pasados días.
—Así que por lo menos te interesa —dijo con voz aguda—. Ninguno de los dos nos hemos visto mucho en estos últimos días, Pau. Fue preciso que Mati y yo expusiéramos muchas cosas, muy importantes. Así que, ¿me extrañaste?

—¡No! Fue a Mati a quien extrañé.

—No estoy muy seguro de creerte —tomó las manijas de la silla y se dirigió hacia la puerta—, continuaremos nuestra conversación afuera. Necesitas algo de color en tus mejillas, pareces un fantasma.

—Lo que deseo es que me dejes sola.

Pedro la ignoró, condujo la silla hacia atrás de la casa de Roberto, por el sendero que llevaba a la casita del faro. Tardaron casi media hora en llegar allá, pues Pedro caminaba muy despacio. En forma imperceptible, el aire de la tarde suavizó el enfado de la joven y empezó a apreciar los bellos paisajes que el panorama a sus pies le ofrecía. Nunca había llegado hasta la casita del faro, únicamente la había visto desde el muelle. Estaba construida sobre una gran roca lisa en un claro que dominaba toda la isla. Pedro la llevó en sus brazos y la sentó sobre la hierba.

—¡Qué hermoso es todo esto! ¿Sabes?, hace apenas un año nunca se me hubiera ocurrido sentarme, simplemente como ahora, a contemplar el mar. Siempre andaba de prisa. Estoy empezando a creer que durante aquellos días estaba perdiendo el tiempo.

Él sonrió ante ella y Paula notó cuan cerca estaba sentado. De algún lugar lejano, se escuchó el graznido de una gaviota. La sonrisa se había desvanecido de los labios de Pedro y era como si ningún rastro de emoción quedara en su expresión.

—¿Sabes por qué te he traído aquí? —preguntó de pronto.

—No, ¿Por qué? —su corazón comenzó a latir apresurado.

—Para tratar de persuadirte de que te cases conmigo.

—Pedro, ya hemos hablado sobre eso…

—Sí, es cierto. Será que por eso vuelvo a pedírtele, por tus negativas.

—Tal vez es tan sólo una nueva experiencia para tí…

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