miércoles, 10 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 31

—Quizá tengas razón —aceptó con cierta emoción—. Tal vez es porque tus ojos azules me miran muy profundamente, o por tu necia barbilla que se levanta en señal de reto. A menudo me pregunto si no es sólo porque eres opuesta a Camila, ella no podía ni siquiera manejar un abrelatas por sí misma. En cambio tú, desde el accidente te las has arreglado para hacerte independiente y ocupada… ¡Cielos! No sé, Pau — pasó los dedos por entre la cabellera de la chica con la mirada perdida en el horizonte—, tenía todo bien planeado cuando fui por tí esta tarde. Estaba dispuesto a seducirte, hacerte el amor hasta que dijeras sí en lugar de no. No me mires tan asustada; de pronto me doy cuenta de que no puedo hacerlo, ni aun cuando lo deseo mucho. Pedro Alfonso, el perfecto caballero… perfecto imbécil, y estoy tan seguro de que hubiera sido lo mejor, ¿No lo crees, Pau?

—Probablemente —dijo ella, sabiendo que no tenía caso negarlo.

—Nunca he deseado a una mujer como te deseo a tí. Daría cualquier cosa por saber la razón…

—Uno siempre desea lo que no tiene…

—¿Tú crees que es tan sencillo como eso? Estás equivocada, muy equivocada… ¿sabes?, otra de las tácticas que iba a emplear era tu afecto por Mateo, y fracasé. Hemos hablado de ello en estos últimos días, pero perdí el tiempo, supongo. Te admirarías al saber cuánto hemos hablado de ti. Él te ama y si tú y yo nos casáramos, Mateo estaría feliz, pero no está dispuesto a volver a pedírtelo. Pau, nosotros seríamos una verdadera familia, ¿acaso no lo entiendes?

—¿Dices una familia? Una familia en la cual uno de sus miembros no puede hacer lo que los otros sí pueden. ¿Cuánto tiempo duraría unida? —levantó las manos con convicción apasionada—. ¿Es que acaso no puedes verlo? No funcionaría, Pedro, no funcionaría.

—Yo creo que sí funcionaría —afirmó mirándola con insistencia.

—Yo no lo creo —negó indiferente. Él le tomó las manos y la miró con ternura.

—¿Qué pasaría si te dijera que estoy enamorado de tí? Y que todo lo que te he dicho es sólo para aparentar, que la única verdad es que te amo y deseo casarme contigo.

Paula alejó sus manos de las de él y sintió pánico.

—Diría que estás mintiendo, que es otra de tus jugadas, que lo dices sólo para salirte con la tuya.

—Pau, ¿Tú no estás enamorada de mí?

—No. No, Pedro, lo siento, pero no lo estoy.

—Muy bien, entonces no hay nada más qué decir. Será mejor que nos vayamos. En veinte minutos estaban de regreso. Pedro la condujo hasta la puerta.

—Mateo y yo saldremos mañana muy temprano con rumbo al aeropuerto, así que me despediré ahora. Adiós, Pau.

Y se alejó hacia la colina. A la chica la asaltó un repentino deseo de decirle que había cambiado de idea; pero, apretándose la boca con uno de sus puños, no permitió que esas palabras salieran de sus labios. Sabía que estaba haciendo lo que debía hacer, lo único que podía hacer: negarse… las lágrimas ya asomaban a sus ojos cuando entró en la cabaña y cerró la puerta.


A Pau le molestaba un poco aquella reunión médica que periódicamente le hacía un especialista en la ciudad de Halifax. Le disgustaba aquel rutinario examen de injertar agujas en sus piernas y examinar cada centímetro de piel, pues todo eso no le daba ninguna respuesta a sus dudas. Además, ese día estaba pesimista, pues el viaje en el auto de Roberto, desde la isla hasta Halifax, le recordaba los viajes anteriores, los que hacía con Pedro y con Mateo, cuando todos estaban alegres y eran amigos. Sin embargo, se mostró obediente al doctor cuando le pidió que tensara los músculos de sus piernas y moviera los dedos de los pies.

—Bien —dijo el doctor—. Me parece que ya está usted preparada, y más pronto de lo que yo esperaba. ¡Qué interesante!

—¿Preparada para qué?

—Para la operación, por supuesto. Señorita Chaves, ya le había hablado sobre ello.

—Sí, así es; el primer día que lo ví, usted dijo algo, muy breve, sobre la posibilidad de una operación, pero nunca volvió a mencionarlo.

—Bueno, eso no importa, ahora se lo digo pues he visto que sus músculos y huesos están reaccionando de una manera muy adecuada. Tendrá que viajar a Boston, el mejor cirujano se encuentra allí. Él es amigo mío, le llamaré ahora mismo y veremos si podemos arreglarlo.

—¿Qué es lo que la operación puede lograr?

Él la miró con asombro.

—Existe un setenta y cinco por ciento de probabilidades de que vuelva a caminar. Por supuesto que hay riesgos, pero usted es joven y sana… supongo que es un buen riesgo. Ahora, si me permite voy a hacer la llamada.

El doctor Moriarty regresó cinco minutos más tarde, con una sonrisa en la cara.

—Todo está arreglado. Mi secretaria le está solicitando un lugar para el vuelo de mañana.

—¿Mañana? —repitió asombrada.

—Sí, tiene usted suerte. El doctor tuvo una cancelación para una operación el jueves —sonó el teléfono y él fue a contestar—. Bien, de ese modo llegará a tiempo — y dirigiéndose a ella—: Haga el favor de pedir a mi secretaria la información sobre su reservación y haga una cita para que yo la vea dentro de un mes. Buena suerte, señorita Chaves.

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