domingo, 28 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 20

—Escucha.— Paula se acercó más a Pedro—. ¿Lo oyes? En la distancia, al norte, más  allá  de  los  robles  azotados  por  el  viento,  sonaba  la  sirena  de  tormentas  del  pueblo.

Paula palideció.

—¡Oh, Dios mío! Feli...

—Tranquila —le aconsejó Federico—. De momento es sólo un aviso. Entren de una vez —les sostuvo la puerta abierta. En el salón sólo quedaba una hilera de personas que cruzaban ordenadamente en dirección a la cocina.El director del club estaba al final de la cola. En el extremo opuesto, encima del escenario,  esperaba  la  tarta  de  boda  de  Valeria,  rodeada  del  equipo  del  grupo  de  música.

—Fede, por favor, ¿Has visto a Feli? —preguntó Paula.

Federico iba delante de ellos y la miró por encima del hombro.

—Lo  siento,  no  lo  he  visto.  Pero  hemos  intentado  hacer  bajar  a  los  niños  primero. Vamos. Ponte a la cola.

—Tenemos que encontrar a Feli—insistió ella—. ¡Feli! —se soltó de Pedro y corrió al escenario, como si el niño pudiera estar escondido allí entre el equipo de música.  Al  no  obtener  respuestas,  enterró  el  rostro  en  las  manos—.¡Oh,  Dios  mío!  ¡Oh, Dios mío!Pedro la alcanzó.

—Pau —la tomó de los hombros y la volvió hacia él.

—No, no... —ella lo empujó en el pecho—. Suéltame.

Él no la soltó.

—Vamos,  no  te  pongas  histérica.  Fede ha  dicho  que  seguramente  esté  ya  en  el  sótano —ella  lo  miraba  aterrorizada,  con  el  cuerpo  temblando.  Pedro  volvió  a  tomarla de la mano—. Ven. Lo encontraremos.

Ella se dejó llevar. Entraron en la cocina con Pedro disculpándose con la gente que esperaba, a los que aseguraba que no pretendían colarse. Detrás de las puertas, entre los mostradores de acero y los electrodomésticos de tamaño industrial. Melina, Julián y Miguel se hacían cargo de la multitud.

—Así  es,  amigo —decía  Melina  en  la  cabecera  de  la  cola,  cerca  de  la  pared  interior  donde  empezaban  los  escalones  que  llevaban  al  sótano—.  Sigan  con  calma  pero no paren.

—Tranquilos —añadió Julián—. Hay sitio para todos.

—De dos en dos —intervino Miguel—. No hay necesidad de empujar.Uno de los invitados gritó:

—¡Pero somos cientos de personas!

—¡Eso! —intervino otro—. ¿Cómo pueden decir que hay sitio?

—Lo  hay  —repuso  Federico,  que  se  había  colocado  entre  Melina  y  Julián—.  Yo  he  estado  abajo  y  les  aseguro  que  es  tan  grande  como  el  salón  de  baile.  Hay  varias  habitaciones y espacio de sobra para todos.

Pedro  calculó que  dos  tercios  de  los  invitados  estaban  ya  abajo.  La  cola  avanzaba con rapidez. Paula se soltó de él y corrió hasta su padre.

—¿Feli ha bajado ya? —preguntó.

Miguel frunció el ceño.

—Yo creía que estaba contigo.

—¿Mamá? ¿Vale?
Miguel miró adelante.

—Ya han bajado.

Paula se volvió a Melina.

—¿Has visto bajar a Feli?

Melina, que seguía dirigiendo la cola de gente, negó con la cabeza.

—No,  creo  que  no  lo  he  visto.  Puede  que  haya  bajado  sin  que  lo  vea,  pero  he  estado pendiente de los niños y no... En  ese  momento  se  apagaron  las  luces  y  un  respingo  colectivo  brotó  de  todas  las gargantas. Los envolvieron las sombras, aunque todavía entraba algo de luz gris por las puertas abiertas del salón. Alguien soltó un gemido aterrorizado.

—¡Ya está aquí!

—No  pasa  nada,  amigos  —dijo  Fede—.  Hay  luz  de  sobra  para  bajar.  Sigan  avanzando —la cola había despejado ya la puerta del salón y en poco tiempo estarían todos abajo.

—¡Oh, Dios mío! —Paula se volvió hacia las puertas que llevaban al comedor.

—¡Pau, espera! —gritó su padre—. Tienes que...

Ella no se detuvo.

—Tengo que buscar a Feli.

Miguel empezó a seguirla.

—¡Pau!

Pedro se colocó delante de él.

—Tú cuida de la cola, te necesitan. Yo me ocupo de ella.

—Mi nieto. ¡Santo cielo! Tenemos que...

—No te preocupes, lo encontraremos —repuso Pedro.

Corrió a alcanzar a Paula sin esperar la respuesta de Miguel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario