viernes, 19 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 57

Ella asintió con un gesto. Pedro subió a cambiarse de ropa y enseguida partió en el auto. Desde la ventana, Paula lo vió caminar hacia el puente y sintió una punzada en el corazón. Su amor se había convertido en una hambrienta necesidad insatisfecha que le causaba sólo dolor y desconcierto.

—¡Pau! —le llamó Mateo desde la cocina—. ¿En dónde estas? Quiero que me leas este libro, ¡Oh, aquí estás!

—Claro que sí, vayamos a mi casa para que me ponga unos shorts.

Paso el día con Mateo, ayudándole a organizar su colección de conchas y estrellas de mar. Eso la distrajo de pensar en Pedro y en las noticias sobre Alicia y su abuelo. Comieron salchichas y maíz inflado, lo cual no era una cena muy formal, pero contó con la entusiasta aprobación del pequeño. Después de cenar, Mateo quiso que Paula le explicara algunas características de los crustáceos y ella tomó un libro de la pequeña biblioteca de Pedro y le enseñó algunas láminas e hicieron dibujos, antes que Mateo fuera a acostarse.

Paula bajó cuando lo dejó ya dormido y se dedicó a limpiar la cocina. Después, tomó su aguja y se puso a bordar. Como al diez para las nueve, escuchó unos pasos y la puerta del porche se abrió. Entró Pedro en la cocina. Se despojó de su chaqueta y la dejó sobre el respaldo de una silla.

—No tenías que esperarme despierta —expresó con frialdad.

—No te estaba esperando —replicó con frialdad para que él no se diera cuenta de que la había lastimado con sus palabras—. Estoy tratando de terminar algunos trabajos que debo entregar a Lucas.

Pedro llenó una tetera con agua y la puso al fuego en la estufa. Después, se apoyó en la mesa, para contemplarla.

—Estás casi igual a como te ví por primera vez, Pau.

Paula levantó la cabeza para mirarlo.

—Sí, es cierto —respondió desconcertada—, pero entonces yo estaba sentada en la silla de ruedas.

—Sí, Pau —contestó Pedro.

Ella volvió a bajar la mirada. Intentó separar algunos hilos de la madeja, pero sus dedos nerviosos no atinaban a hacerlo.

—¿Sabes Pau? Ahora sé que la razón por la cual nunca quisiste aceptar casarte conmigo no era tu inhabilidad para caminar, sino porque aún estabas enamorada de Facundo —y sin darle tiempo para replicar, continuó—: No puedo alejar de mi mente lo sucedido anoche y la única manera de explicármelo es creer que, por lo menos, estás enamorada de él…
—No, Pepe, no lo estoy. Supongo que antes, en Vancouver lo estuve, y aun eso, ahora lo dudo —puso el bordado en una mesa junto y se levantó dando unos pasos hacia él.

Como si hubiese sido una señal, la tetera comenzó a lanzar un silbido de aviso de que el agua estaba en ebullición; Paula saltó nerviosa. Pedro fue hacia la estufa y apagó la hornilla e hizo el té. Cuando él se volvió de nuevo hacia ella, que había permanecido parada, en silencio, Paula le dijo, como si de ello dependiera su vida—: Por favor, Pepe, ¿Por qué no puedes creerme? Anoche Facundo me lo dijo, él quería que entre tú y yo se formara un abismo, y veo que lo ha logrado.

A pesar de su mirada penetrante, Paula sintió como si él no la estuviera viendo a ella, sino a otra persona, y cuando comenzó a hablar Pedro de nuevo se dió cuenta de que su apreciación no había estado equivocada.

—Nunca te hablé mucho de Camila, la madre de Mati, ¿Verdad? Ella acostumbraba hacer cosas como la que tú hiciste anoche. Ella salía a algún lado y siempre se demoraba, telefoneaba para avisar su retardo y siempre tenía excusas perfectas que yo creía. Según ella, se quedaba alguna noche a acompañar a una amiga enferma y algún tiempo después yo me enteraba de que esa amiga tenía años de no verla. Al principio, cuando nos casamos, yo le creía todo, no tenía ninguna razón para dudar. Pero como además no es muy inteligente, un tiempo después se fue enredando con sus mentiras, y se contradecía inventando nuevas historias. Un día, sucedió lo que era de esperarse. La encontré con un hombre, cuando me había dicho que iba a ver a una amiga de quien ni siquiera ahora recuerdo el nombre. En ese momento me dí cuenta de todo y nuestro matrimonio se desplomó, como un castillo de naipes.

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