lunes, 8 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 26

—Hola, Mati—puso su mano en una de las rodillas del pequeño—. Me alegra verte. ¿Es cierto que vamos a ir al cine?

—Sí, es una película acerca de perros… dál… dál.

—Dálmatas.

—Sí, eso iba a decir. A medida que transcurrió el viaje hacia Halifax, la conversación casi se normalizó entre ella y Mateo, aunque Paula notó que él evadía el contacto físico. Y sin embargo, con Pedro las cosas eran muy diferentes, le dirigía la palabra en ocasiones, pero con la evidente intención de no aparecer como si ignorara su presencia. Era cortés y educado, pero las conversaciones acostumbradas y las bromas habían desaparecido.

La función de cine fue una buena distracción para todos. Al salir fueron a cenar al restaurante McDonald, que para el pequeño era lo máximo. En el camino de regreso, Mateo se quedó dormido con su cabecita apoyada sobre el brazo de Paula. Una vez dormido el niño, Pedro no se molestó en pretender entablar ninguna conversación con ella y el distanciamiento entre ellos era muy doloroso para Paula.

Cuando llegaron a la isla, Paula prefirió quedarse en casa del abuelo, y sólo más tarde volvió a su cabaña. Se preparó una taza de té y trató de leer, pero las lágrimas comenzaron a rodar sobre las hojas del libro abierto. No era posible ya controlarse, pues la angustia que había padecido toda la tarde tenía que desbordarse de alguna manera. Lloró un buen rato y si alguien le hubiese preguntado la causa, no habría podido explicarla. Después, se puso una bata de seda y volvió a tomar el libro. Desde luego que no esperaba que nadie la visitara a esas horas; sin embargo, escuchó unas pisadas muy leves cerca de su casa. Un autoritario llamado a la puerta le indicó que Pedro estaba allí. Se enderezó en su silla y dijo:

—Pase.

Era Pedro. En silencio, se despojó de sus botas de goma y se acercó al círculo de luz donde ella intentaba leer.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó la chica.

—Nunca te había visto tan hermosa.

—No has venido aquí sólo a decirme eso.

—No… —él acercó una silla y se sentó—. Pau, he venido a pedirte que reconsideres… mi oferta de matrimonio. Quiero decirte que estos últimos días han sido terribles y lo que menos deseaba yo que sucediera ha sucedido, Mati se siente lastimado. Por su bien, Pau, ¿No querrías casarte conmigo? Por lo menos así él tendría una vida normal.

—Eso es exactamente lo que no sería.

—Sí, lo sería, Pau. Él ahora te ve como a una madre y eso es lo que él quiere tener: una madre y un padre, como todos los niños que conoce.

Por un momento ella se estremeció. Lucas le pidió que se casara con Pedro; su abuelo había dicho que Pedro sería un buen esposo. Inclusive Alicia expresó su complacencia de alguna manera. Sintió que un nudo le apretaba la garganta. Luchó contra la imagen del pequeño, feliz de que ella aceptara. Y en cuanto a Pedro, él se conformaba con la felicidad de su hijo, eso no se podía dudar; porque sus propios sentimientos eran un enigma para Paula. Excepto, eso sí le constaba y la hacía temblar, el hecho de que él la deseaba… Como si adivinara sus dudas, Pedro le dijo:

—Yo veré por tí Pau, tendrás todo lo que deseas. "Excepto amor", pensó angustiada. ¿Pero acaso eso no se lo había ya robado el fatal accidente? Se tapó la cara con las dos manos y sollozó. Con premura, Pedro se levantó de la silla y se acercó a ella, de rodillas.

—Pau, no quise perturbarte. No llores, Pau, por favor, ¡No llores!

Su ternura y comprensión la afectaban más que cualquier otra de sus demandas; cuando sintió que él la estrechaba contra su pecho, no se resistió. Por unos segundos se sintió tentada a dejar a un lado su orgullo. Aquel abrazo la hacía olvidarse de todo… de pronto, se dio cuenta de que Pedro le besaba el cabello y la frente. Sintió pánico y levantó la cara para protestar.

Apenas alcanzó a exhalar una exclamación porque ya Pedro la estaba besando en la boca. Toda la pasión latente en su naturaleza brotó en Paula, pero trató de luchar en contra de ella; ya se había sometido una vez y sabía que de continuar estas caricias, no tendría fuerzas para negarle nada. No quería arriesgarse a ser sometida por la fuerza de sus besos. Lo golpeó levemente en el pecho y despegó su boca de la de él.

—¡No, Pedro! ¡Déjame!

La respuesta fue dejarla, pero en la cama, adonde la acostó sobre la colcha. Los azules ojos brillaban con miedo y furia.

—¡Déjame sola! —exclamó al darse cuenta de que él se había acostado junto a ella.

—Pau, yo te deseo… no me eches.

—¡Vete, Pedro! —gritó asustada mientras lo empujaba con las dos manos. Y de pronto, sin saber de dónde había salido, un pequeño cuerpecito estaba a la orilla de la cama gritando en forma histérica:

—¡Estás lastimando a Pau! ¡Déjala! ¡Déjala! ¡No debes lastimar a Pau! ¡Te odio, te odio!

Pedro se levantó de un salto tomando a Mateo por los hombros y tratando de evadir los puñetazos que el pequeño le lanzaba.

—¡Mati! ¿Qué estás haciendo aquí?

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