lunes, 19 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 47

—No pasa nada.  Estoy  bien  —murmuró  ella.  Estaba  temblando,  pero  no  sabía  por  qué. La tienda era un refugio perfecto.

—Métete en el saco, anda.

Paula siguió sus instrucciones sin discutir, observando que Sean sacaba el móvil de la mochila.

—¿Estás llamando a Matías?

—Le dimos nuestra  ruta, así  que estará  preocupado. Esperemos que haya cobertura... ¿Matías?  Sí, soy  yo... ¡Dímelo  a  mí!  Paula está  bien... No  hace  falta. Acamparemos  aquí  esta  noche  y  bajaremos  mañana  a  primera  hora... Sí,  eso  espero  —rió antes de colgar—. Supongo que no me dejarás compartir el saco.

 —¿Crees que soy un monstruo?

Paula le hizo sitio para demostrar que no tenía miedo. Pero cuando se metió en el saco, tuvo que hacer un esfuerzo para disimular la agitación que le producía el cuerpo del hombre tan cerca. El viento y la nieve sacudían la tienda con fuerza y, sin embargo, al lado de Pedro, se sentía deliciosamente segura.

—Tengo que apagar la linterna —dijo él con voz ronca.

—¿No podemos dejarla encendida un rato más?

—¿Tienes miedo?

—No —contestó ella. Y era cierto—. Pero no quiero quedarme a oscuras todavía.

Pedro la estudió durante largo rato y después se quedó mirando el techo de la tienda.

Paula observó  su  perfil. ¿Por qué no la tocaba?  Después de  los  besos  que  habían compartido,  pensaba  que  eso  era  lo  que  haría  en  una  situación  como  aquella, tumbados en un saco de dormir, medio desnudos... Pero  no  lo  hizo. No  la  tocó. Normalmente,  tenía  que  apartarse  de  él  y  cuando  deseaba desesperadamente tocarlo, Sean parecía indiferente. Y ella necesitaba que la tocase. Necesitaba sentir su fuerza, su seguridad. Lo amaba tanto... Pedro tenía razón. Merecía la pena arriesgarse. Sin  pensar  en  las  consecuencias,  puso  una  mano  sobre  el  torso  del  hombre,  casi  sin  atreverse a respirar. Sin planearlo, metió la mano por debajo de la camiseta, nerviosa al rozar el vello masculino. Pedro apartó su mano.

—Estás jugando con fuego, Paula—dijo con voz ronca.

Ella se apoyó en un codo y lo miró a los ojos.

 —Pedro...

—Vamos a  dejar  las  cosas  claras  —la interrumpió  él—. Puede  que  yo tenga  mucha  fuerz  de  voluntad  cuando  los  dos  estamos  vestidos,  pero  ahora  estamos  dentro  de  un  saco de  dormir,  medio desnudos.  Y  no  puedo prometer  que  pueda  controlarme, cariño.

Paula colocó una pierna sobre el fuerte muslo del hombre.

—No quiero que te controles, Pedro—dijo en un suspiro.

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