—No pasa nada. Estoy bien —murmuró ella. Estaba temblando, pero no sabía por qué. La tienda era un refugio perfecto.
—Métete en el saco, anda.
Paula siguió sus instrucciones sin discutir, observando que Sean sacaba el móvil de la mochila.
—¿Estás llamando a Matías?
—Le dimos nuestra ruta, así que estará preocupado. Esperemos que haya cobertura... ¿Matías? Sí, soy yo... ¡Dímelo a mí! Paula está bien... No hace falta. Acamparemos aquí esta noche y bajaremos mañana a primera hora... Sí, eso espero —rió antes de colgar—. Supongo que no me dejarás compartir el saco.
—¿Crees que soy un monstruo?
Paula le hizo sitio para demostrar que no tenía miedo. Pero cuando se metió en el saco, tuvo que hacer un esfuerzo para disimular la agitación que le producía el cuerpo del hombre tan cerca. El viento y la nieve sacudían la tienda con fuerza y, sin embargo, al lado de Pedro, se sentía deliciosamente segura.
—Tengo que apagar la linterna —dijo él con voz ronca.
—¿No podemos dejarla encendida un rato más?
—¿Tienes miedo?
—No —contestó ella. Y era cierto—. Pero no quiero quedarme a oscuras todavía.
Pedro la estudió durante largo rato y después se quedó mirando el techo de la tienda.
Paula observó su perfil. ¿Por qué no la tocaba? Después de los besos que habían compartido, pensaba que eso era lo que haría en una situación como aquella, tumbados en un saco de dormir, medio desnudos... Pero no lo hizo. No la tocó. Normalmente, tenía que apartarse de él y cuando deseaba desesperadamente tocarlo, Sean parecía indiferente. Y ella necesitaba que la tocase. Necesitaba sentir su fuerza, su seguridad. Lo amaba tanto... Pedro tenía razón. Merecía la pena arriesgarse. Sin pensar en las consecuencias, puso una mano sobre el torso del hombre, casi sin atreverse a respirar. Sin planearlo, metió la mano por debajo de la camiseta, nerviosa al rozar el vello masculino. Pedro apartó su mano.
—Estás jugando con fuego, Paula—dijo con voz ronca.
Ella se apoyó en un codo y lo miró a los ojos.
—Pedro...
—Vamos a dejar las cosas claras —la interrumpió él—. Puede que yo tenga mucha fuerz de voluntad cuando los dos estamos vestidos, pero ahora estamos dentro de un saco de dormir, medio desnudos. Y no puedo prometer que pueda controlarme, cariño.
Paula colocó una pierna sobre el fuerte muslo del hombre.
—No quiero que te controles, Pedro—dijo en un suspiro.
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