Gabriel se concentró en su bocadillo.
—Será mejor que vaya contigo, Paula. Si no, estará llamando al equipo de rescate cada cinco minutos.
—También puede llamarme a mí —sonrió Catalina—. Apolo y yo hemos pasado el examen y, a partir de hoy, somos miembros del equipo de rescate.
—¿En serio? Eso es estupendo.
—¿Quién te llama si hay un accidente, Matías? —preguntó Pedro.
—Él o Arturo Davies, el coordinador. Me llaman y yo acudo rauda al rescate.
—No creo que tengas que rescatarme, pero gracias de todas formas —rió Paula.
—¿Dónde piensas ir? —preguntó Pedro, estirando las piernas por debajo de la mesa.
Desde la fiesta del sábado, apenas se habían visto y la molestaba haberlo echado de menos. Además, se sentía un poco desilusionada porque él no la había buscado. Quizá había cambiado de opinión... Paula sacudió la cabeza, enfadada consigo misma. Mejor si había cambiado de opinión. Eso era lo que quería, ¿No?En ese momento se percató de que Pedro estaba esperando una respuesta.
—Ah, pues... depende del tiempo que haga.
Durante unos segundos se miraron a los ojos y su corazón dió un vuelco al leer el mensaje que había en los del hombre. No había cambiado de opinión. Estaba buscando el momento oportuno.
—Vayan donde vayan, tengan cuidado —intervino Gabriel.
—Sí, tío Gabriel—sonrió Pedro.
En ese momento, Paula pensó que no había vuelto a mencionar la idea de marcharse de Cumbria. ¿Se lo estaría pensando? Pero eso a ella no debía importarle. Eso no cambiaba su opinión sobre las relaciones de pareja. Y tampoco cambiaba lo que ella pensaba sobre los hombres que no querían comprometerse. Por la tarde, Celina Webster fue a la consulta, con los dos niños de la mano.
—¿Qué tal la varicela?
—Ya casi se le ha pasado —sonrió la joven.
—¿Y tú qué tal vas?
—Mañana salgo de cuentas y si no nace inmediatamente, me da un ataque.
—¿Tienes contracciones? —preguntó Paula.
—Muchas. Pero todavía no son de las de verdad.
—¿Cuándo tienes que ir al hospital?
—La semana que viene, pero yo creo que va a nacer antes.
—Vamos a echarte un vistazo.
Paula comprobó su presión arterial y examinó sus tobillos para ver si estaban hinchados.
—¿Cómo me encuentra?
—A punto —rió Paula, palpándole el vientre—. Es un niño grande.
—Dígamelo a mí.
—Parece que está en buena posición. Y el corazón suena perfectamente.
—Espero que esté bien, pero tengo miedo, doctora Chaves. Todo el mundo me dice que va a salir bien, pero cada vez que me acuerdo de los otros dos partos...
—Seguro que esta vez todo va perfectamente. ¿Qué vas a hacer con los enanos cuando te pongas de parto?
—Mi madre se quedará con ellos.
Paula la ayudó a sentarse y anotó algo en su informe mientras Celina se vestía.
—Me parece que a este niño le faltan aún un par de días.
—¿En serio? No sé si alegrarme.
—Llámame si pasa algo.
—No creo que haga falta. Oirá mis gritos —rió la joven, abriendo la puerta—. Gracias, doctora Chaves.
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