Pedro encendió la calefacción del coche y se volvió hacia ella.
—¿Qué?
—Hora de confesarnos.
—¿Confesarnos? —repitió Paula, confusa—. ¿Qué quieres decir?
—Venga, no te hagas la tonta. ¿Cómo me he encontrado haciendo el amor con una virgen que tiene una hija de cinco años?
El corazón de Paula empezó a latir con fuerza.
—¿Por qué te importa eso?
—¡Porque me has mentido, maldita sea! —exclamó él, golpeando el volante—. Perdona. Vamos a empezar por el principio. ¿Quién es la madre de Valen?
—Mi hermana.
Pedro la miró, sorprendido.
—¿Tu hermana? ¿La que murió?
—Sí. Laura salía con Pablo y... estaba loca por él.
—¿Y quedó embarazada?
—Fue un accidente —contestó Paula, mirando por la ventanilla. Pero no podía ver el paisaje, lo único que podía ver era el querido rostro de su hermana pequeña—. Ella estaba tan emocionada... Pero, por supuesto, Pablo desapareció al conocer la noticia.
—¿Y ella siguió adelante con el embarazo? —preguntó Pedro, sorprendido.
—Por supuesto. Mi hermana sabía que todos cuidaríamos de ella y de su hijo.
—¿Qué pasó entonces?
—Fue algo muy rápido. Un día estábamos comprando ropita para el niño y al día siguiente me llamaron del hospital para decirme que mi hermana estaba muy grave.
—¿Y eso?
—Le falló el hígado y murió inmediatamente.
—Qué horror —murmuró Pedro.
Paula intentó contener las lágrimas.
—Valen nació a pesar de todo, pero mi hermana murió unas horas después.
—Y tú te encontraste sola con una niña huérfana.
—No exactamente —dijo Paula—. Pablo apareció cuando supo que mi hermana había muerto.
—¿Quería hacerse cargo de la niña?
—No. Quería dinero.
—¿Dinero?
—Para dejar que nos quedásemos con Valen.
Pedro la miró, perplejo.
—Quería dinero a cambio de dejarlos en paz, ¿No es eso?
—Efectivamente.
—Y conociéndote, supongo que se lo diste.
Paula lo miró, desafiante.
—Por supuesto. ¿Qué otra cosa podía hacer? Era la hija de Laura. No iba a entregársela a un hombre que amenazaba con darla en adopción.
Él se quedó en silencio durante unos segundos.
—¿Qué pasó?
—¿Tú qué crees? Le dí todo lo que pedía —contestó Paula.
—¿Y tus padres estuvieron de acuerdo?
—Ellos no lo sabían. Siguen sin saberlo. Estaban tan destrozados por la muerte de Laura que no quise decirles nada. Le di a Pablo todos mis ahorros y Gabriel me prestó algo. Sólo quería alejar a esa rata de mi familia.
—¿Le diste todo tu dinero y, además, pediste prestado?
—Sí —contestó Paula—. En ese momento, era la única opción.
—¿Por eso tienes tantas deudas?
—Sí. Pero ya le he pagado a Gabriel lo que le debía, así que estoy un poco más tranquila.
—¿Hiciste todo eso por una niña que ni siquiera era tu hija? ¿Por eso dejaste el equipo de rescate?
—Por supuesto. Mi vida cambió por completo.
—¿Por qué no me lo habías contado antes?
—Porque no es algo que cuente a todo el mundo —contestó Paula—. Valen lo sabe. Siempre ha sabido quién era su verdadera madre.
Pedro se quedó en silencio durante unos segundos.
—Eso explica muchas cosas. Pero no porqué sigues siendo virgen con veintiocho años.
Ella se puso colorada.
—Eso es asunto mío.
—Quizá. Hasta anoche —murmuró Pedro, tomándola por la barbilla—. Ahora también es asunto mío. Eres una mujer guapísima, Paula. ¿Cómo es posible que no hayas conocido a ningún hombre?
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