—Nadie sabe nada. Creo que ni siquiera su madre sabía quién era el padre del niño —contestó Alejandra—. Quizá no debería contarte esto, pero la verdad es que lo sabe todo el mundo. Vivió con varias familias de acogida durante su infancia y habría terminado mal si no hubiera sido por Gabriel Carter y su mujer.
—¿Por qué? —preguntó Paula, pensativa.
Empezaba a entenderlo todo; su insistencia en que los niños deberían tener un padre y una madre, su miedo al compromiso...
—Porque le dieron un hogar. Pero fue más que eso. Pedro estudió medicina por Gabriel.
—Y es un buen médico —murmuró Paula.
—Me lo imagino —suspiró su madre—. De pequeño era muy inteligente, pero se peleaba con todo el mundo.
—¿Por qué Gabriel nunca lo ha mencionado?
—Los Carter acogieron varios niños y supongo que cuando Pedro se marchó al ejército pensaron que no volverían a saber nada de él.
—No es un hombre que se quede en ningún sitiopara siempre. Sólo está ayudando a Gabriel porque le debe un favor.
—Ya —murmuró Alejandra—. Pues si no va a quedarse, lo mejor será que aproveches el tiempo.
—¡Mamá!
—¿Qué? Paula, habría que ser tonto para no darse cuenta de que hay algo entre ustedes. Nunca me he metido en tu vida, pero si desaprovechas esta oportunidad es que eres tonta.
—Pero Pedro no quiere compromisos, no quiere saber nada de hijos...
—Todos decimos cosas que no sentimos de verdad —replicó su madre—. ¿Querrías tú hijos si hubieras tenido una infancia como la suya?
—Probablemente no —murmuró Paula—. Pero, ¿Qué pasará cuando se marche?
—Te quedarán los recuerdos. Mejor una breve relación con un hombre estupendo que una vida entera de soledad. ¿No te parece? Sé que estás pensando en Pablo y en Leonardo, pero no lo hagas. No merece la pena arruinar tu vida por ellos.
—Pero Valen...
—Siempre has hecho lo que tenías que hacer, pero tu vida es tu vida. Valen es una niña feliz, no te preocupes —sonrió su madre—. Bueno, tengo que irme. Tu padre estará preocupado.
Alejandra tomó su abrigo y salió de la casa, dejando a Paula pensativa. Seguía así cuando Pedro volvió cinco minutos después con una botella de vino en la mano.
—¿Tu madre se ha ido?
—Sí. Mi padre la estaba esperando.
—¿Te encuentras bien?
—Sí —contestó ella, levantándose para sacar la ensaladilla de la nevera.
—No me lo digas. Tu madre te ha dicho que soy una mala influencia y que deberías salir corriendo.
Paula sacó dos copas de vino y se las dió, sonriendo.
—Al contrario. Según ella, debo meterme en la cama contigo a la primera oportunidad.
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