viernes, 9 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 40

Paula observó  su  mano  derecha.  Se  había quemado  mientras  intentaba  apagar  las  llamas.

—Diles que te echen un vistazo en el hospital.

—Duele mucho, así que no es nada serio.

Como él, sabía que las quemaduras serias no dolían a causa del daño en el nervio. Si Pedro podía sentir la mano, era una quemadura superficial. Cuando llegó a casa, estaba exhausta. Afortunadamente, Valen también y se quedó dormida  enseguida. Paula se  sentó  frente  a  la  chimenea  un  rato,  pensando  en  el  muchacho accidentado y después en Beatríz Thompson. Pobre Beatríz.El sonido de las ruedas de un coche en la gravilla hizo que se levantara. Era Pedro.

—¿Qué ha pasado?

—El chico no está bien. Van a tener que operarlo.

—Pareces muy cansado. Siéntate un rato conmigo.

Él pareció sorprendido.

—Creí que no me dirigías la palabra.

—Sólo  uando te comportas como  un cavernícola  —sonrió  Paula—. Cuando  estás  cansado y pareces vulnerable, me caes bien.

Pedro se dejó caer sobre el sofá.

—Pues entonces, es tu día. Me encuentro fatal.

—Te han vendado la mano.

—Sí, genial. ¿Cómo voy a examinar a mis pacientes con una mano vendada?

—No  exageres.  Dentro  de  unos  días,  estarás  bien.  Mientras  tanto, no  hace  falta  que examines a los pacientes. Sólo pregúntales qué les pasa.

—Sí,  claro.  «Lo  siento, señora  Smith,  no  puedo  curarle  el  tobillo  porque  tengo  la  mano vendada. Vuelva otro día».

Paula sonrió.

—Fuiste muy valiente.

 —Si no lo hubiera sido yo, lo habrías sido tú.

—¿Otra vez protegiéndome?

—¿No es eso lo que se supone que un hombre debe hacer?

—Eso de la protección funciona de las dos formas. Un hombre protege a una mujer y viceversa. Eres un anticuado.

—Ya, pero lo normal es que un hombre quiera proteger a su mujer.

 —Yo no soy tu mujer, para empezar.

—Dame tiempo —sonrió Pedro.

 —No aceptas un no, ¿Verdad?

—Nunca —murmuró él, mirándola con intensidad.

—¿Quieres algo? ¿Tienes hambre?

—Mucho —contestó él, mirando su boca—. Tengo mucha hambre.

De repente, Paula no podía respirar.

—Ya sabes a qué me refiero.

—Desgraciadamente,  sí —suspiró  Pedro,  levantándose—, pero  no  necesito  comida. Necesito una cama, preferiblemente contigo en ella.

Paula tuvo que apartar la mirada.

—Pedro...

 —Ven conmigo —dijo él con voz ronca, ofreciendo su mano sana.

—No puedo.

—Sí puedes.

—No.

—Sí...

La  anticipación  de  aquel  beso  era  demasiado  para ella,  tanto  que  cuando  llegó  casi  dió  un  grito  de  alegría.  Aquella  vez,  Pedro la  besó  lenta  y  suavemente, sin  la  desesperada intensidad de unos días antes, pero el efecto fue el mismo. Su lengua la seducía  con  una  habilidad  perversa  hasta  que  se  apretó  contra  él,  enredando  los  brazos alrededor de su cuello. Pedro masculló  una  maldición  y ella  dió  un paso  atrás,  sorprendida.  ¿Qué  estaba  haciendo?  ¿Cómo  podía  decirle que no a aquel  hombre  y  después  besarlo  de  esa  forma?

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