—Ariel, necesito toallas.
El hombre salió de la habitación después de poner la música y volvió con un montón de toallas que Paula colocó en la cama y en el suelo.
—Tengo otra contracción.
—Muy bien. Empuja ahora... Así, muy bien, Celina. Casi puedo verle el pelo.
—Oh, Dios mío...
—Póngase detrás de su mujer, Ariel. Y sujete su cabeza.
—No quiero que el niño se caiga al suelo —dijo la joven, con los ojos llenos de lágrimas.
—No te preocupes, no se caerá.
Unos minutos y varias contracciones después, cuando el niño sacó la cabeza, Paula se emocionó. Era tan asombroso el nacimiento de un niño... Y ella iba a tener uno. El hijo de Pedro. Pero él nunca lo sabría. No querría saberlo. Pedro limpió las vías respiratorias del recién nacido y mientras esperaban a la siguiente contracción, Paula lo miró, intentando memorizar sus rasgos.
—Otra contracción...
—Muy bien. Jadea, Celina.
El niño sacó los hombros y el resto salió inmediatamente. Cortaron el cordón y Paula colocó al niño sobre el pecho de su madre.
—¡Oh, Ariel...!
Celina no podía decir nada más y los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.
—Felicidades. Es una niña.
—Una niña —murmuró la mujer con el rostro lleno de felicidad.
Su marido apretaba su mano, intentando contener la emoción. Paula miró a Pedro, pero el rostro del hombre era una máscara, su expresión absolutamente hermética. ¿No sentía nada? ¿Cómo podía alguien ver nacer a un niño y no sentirse conmovido?
Una hora después, cuando Celina estuvo limpia y el bebé colocado sobre su pecho, llegó la comadrona, medio congelada.
—¡Qué bien se está aquí! —exclamó, colocándose frente a la chimenea—. Tienes un aspecto estupendo, Celina. Veo que todo ha ido bien.
La joven sonrió, eufórica.
—Me siento de maravilla. Es increíble. Casi ni me ha dolido.
Paula sonrió mientras guardaba sus cosas en el maletín.
—Gracias a Dios. No me hubiera gustado tener que usar fórceps. Y lo mejor es que ni siquiera tienes por qué ir al hospital. Si hay algún problema, llámame. A casa, si es necesario —dijo, anotando su número de teléfono.
Celina la miró, agradecida.
—No sé cómo darle las gracias...
—No hace falta. Ahora nos vamos para que puedas descansar con tu niña.
Cuando entraban en el jeep, Paula sintió un escalofrío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario