viernes, 23 de febrero de 2018

Lo Inesperado: Capítulo 59

—Ariel, necesito toallas.

 El hombre salió de la habitación después de poner la música y volvió con un montón de toallas que Paula colocó en la cama y en el suelo.

—Tengo otra contracción.

—Muy bien. Empuja ahora... Así, muy bien, Celina. Casi puedo verle el pelo.

—Oh, Dios mío...

—Póngase detrás de su mujer, Ariel. Y sujete su cabeza.

—No  quiero que el  niño  se  caiga  al  suelo  —dijo  la  joven,  con  los  ojos  llenos  de  lágrimas.

—No te preocupes, no se caerá.

Unos minutos y varias contracciones después, cuando el niño sacó la cabeza, Paula se emocionó. Era  tan  asombroso  el  nacimiento  de  un  niño... Y  ella  iba  a  tener  uno.  El hijo de Pedro. Pero él nunca lo sabría. No querría saberlo. Pedro limpió  las  vías  respiratorias  del  recién  nacido  y  mientras  esperaban  a  la  siguiente contracción, Paula  lo miró, intentando memorizar sus rasgos.

—Otra contracción...

—Muy bien. Jadea, Celina.

El niño sacó los hombros y el resto salió inmediatamente. Cortaron el cordón y Paula colocó al niño sobre el pecho de su madre.

—¡Oh, Ariel...!

Celina no podía decir nada más y los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.

—Felicidades. Es una niña.

—Una niña —murmuró la mujer con el rostro lleno de felicidad.

Su marido apretaba su mano, intentando contener la emoción. Paula miró  a Pedro,  pero   el  rostro del  hombre era una máscara,  su   expresión  absolutamente hermética. ¿No sentía nada? ¿Cómo podía alguien ver nacer a un niño y no sentirse conmovido?

Una hora después, cuando Celina estuvo limpia y el bebé colocado sobre su pecho, llegó la comadrona, medio congelada.

 —¡Qué  bien  se  está  aquí!  —exclamó,  colocándose  frente  a  la  chimenea—. Tienes  un  aspecto estupendo, Celina. Veo que todo ha ido bien.

La joven sonrió, eufórica.

—Me siento de maravilla. Es increíble. Casi ni me ha dolido.

Paula sonrió mientras guardaba sus cosas en el maletín.

—Gracias a Dios. No me hubiera gustado tener que usar fórceps. Y lo mejor es que ni siquiera  tienes  por  qué  ir  al  hospital.  Si  hay  algún  problema,  llámame.  A  casa,  si  es  necesario —dijo, anotando su número de teléfono.

Celina la miró, agradecida.

—No sé cómo darle las gracias...

—No hace falta. Ahora nos vamos para que puedas descansar con tu niña.

Cuando entraban en el jeep, Paula sintió un escalofrío.

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