La semana siguiente fue una pesadilla. Cada vez que Paula se daba la vuelta, allí parecía estar Pedro. Su único consuelo era que parecía tan cansado como ella. Paula no podía dormir, no tenía apetito y, para remate, sus pacientes acabaron contagiándole un virus que la atacó al estómago.A pesar de todo, fue a trabajar, ignorando las náuseas y la sensación de mareo.
—No es una buena publicidad tener un médico enfermo. Vete a la cama —le ordenó Gabriel.
Paula negó con la cabeza.
—Estoy bien. Sólo me siento un poco débil.
El director de la clínica la miraba, sorprendido.
—Esto no es sólo el virus.
—No seas bobo —murmuró ella, apartando la mirada—. Todo el mundo lo tiene.
—Sí, pero dura cuarenta y ocho horas y cuando termina, la gente está como nueva.
—Yo estoy como nueva.
—Es Pedro, ¿Verdad?
Paula se quedó rígida. No podía ponerse a llorar en medio de la consulta. Sería ridículo.
—Estoy bien, Gabriel. De verdad.
El hombre se quedó en silencio durante unos segundos.
—Si puedo hacer algo por tí, dímelo.
—Gracias.
Cuando salió de su despacho, Paula se quedó pensativa. Tenía razón, el virus sólo atacaba durante cuarenta y ocho horas. Entonces, ¿Por qué seguía sintiéndose mal? Pasó consulta como un autómata y, al final de la mañana, buscó un calendario con manos temblorosas. Contó los días y después volvió a contar. Y entonces tuvo que cerrar los ojos. Su período se había retrasado. ¿Cómo no se había dado cuenta? Tenía que haberle llegado al día siguiente de que Pedro y ella hicieron el amor, por eso había pensado que estaba segura. Durante unos segundos, se quedó mirando el calendario como si estuviera ciega. Y entonces una emoción extraña se despertó dentro de ella. Un niño. Un hijo de Pedro. Debería sentirse horrorizada. Esperaba un niño de un hombre que no quería ni hijos ni compromisos. Entonces, ¿por qué estaba sonriendo? Se puso la mano sobre el vientre, con un instintivo gesto protector. Porque era parte de Pedro. Parte de su amor por él. No pensaba siquiera en la posibilidad de no tenerlo. La única cuestión era qué iba a hacer con Pedro... Su sonrisa desapareció. Él no quería hijos y había dejado claro que tampoco quería un compromiso con ella a largo plazo. Miró por la ventana. Estaba nevando y eso la hizo sentirse llena de paz. Sobreviviría. Por supuesto que sí. Y no le contaría lo del niño. ¿Para qué? Él no la quería. Saldría adelante ella misma. Después de todo, lo había hecho con Valen...
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