—Me parece que me voy a la cama solo —murmuró él, señalando su mano vendada—. Cuando te haga el amor, quiero usar las dos manos.
Paula debería haber protestado, debería haber negado que aquello fuera a ocurrir, pero no podía hacerlo.
Lo primero que Paula hizo el lunes por la mañana fue llamar al doctor Gordon para hablar sobre el melanoma de Patricia Monroe.
—Hemos extirpado todo el tejido maligno —le confirmó su colega.
—Entonces, son buenas noticias.
—Absolutamente. Tendremos que revisarla de forma periódica, pero la lesión ha desaparecido.
—Gracias doctor Gordon. Sólo quería confirmarlo.
Paula colgó y llamo a Carla para decirle que estaba preparada para empezar la consulta.
—El señor Thompson ha venido a verte —dijo Carla, a través del intercomunicador—. ¿Puedes recibirlo?
—Sí, claro. Dile que pase —murmuró Paula.
Estupendo. Ricardo Thompson estaba decidido a buscar ayuda y esa era otra buena noticia.
—Buenos días doctora Chaves—murmuró el hombre, sin mirarla. Estaba obviamente avergonzado.
—Hola, señor Thompson. Siéntese.
—No puedo creer que me salude después de lo que pasó el sábado.
—Necesita ayuda, señor Thompson. Supongo que es por eso por lo que está aquí.
—Beatríz y yo hablamos ayer. Nunca la había pegado antes, se lo juro. Llevo varios años bebiendo, pero jamás le había levantado la mano...
—Lo creo. El alcohol es muy mal consejero. Pero lo que tenemos que hacer ahora es solucionar ese problema.
Ricardo Thompson sacudió la cabeza.
—Llevo demasiados años bebiendo. Empecé como todo el mundo, supongo. Bebiendo los fines de semana, alguna noche con los amigos... Y al final, he acabado bebiendo todos los días, solo. Y cada día más cantidad.
—¿Qué suele beber?
—Vino, licores, whisky...
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