—Póngale una mano encima y le parto las piernas —escucharon una voz tras ellos. Era Pedro, afortunadamente—. Llévate a la señora Thompson. Yo iré dentro de un minuto.
Paula tomó a la mujer por los hombro para llevarla al botiquín. Había algo muy peligroso en la expresión de Pedro y el señor Thompson debió verlo también porque empezó a disculparse, balbuceante.
—Pedro, ¿Dónde está Valen?
—Con Matías—contestó él.
Unos segundos después, Paula sentaba a Beatríz en la tienda de primeros auxilios para limpiar el corte que, afortunadamente, era superficial.
—No es nada. No te preocupes.
Cuando terminó de limpiar el corte y ponerle una tirita, Pedro entró en la tienda.
—¿Cómo está?
—Físicamente, bien. Pero psicológicamente...
—Quiero hablar contigo un momento.
Paula asintió.
—Beatríz, ¿Tienes dónde quedarte esta noche? Lo mejor será dejar que a tu marido se le pase la borrachera y después hablaremos de lo que se puede hacer con él.
—Tengo una amiga... puedo quedarme en su casa —contestó la mujer—. Pero en cuanto a Ricardo... he intentado hablar con él y no vale de nada.
—Quizá si estás unos días fuera de casa, empezará a pensar seriamente lo que está haciendo con su vida —dijo Paula, apretando su mano—. Encontraremos una solución, ya lo verás.
Cuando salieron de la tienda, Pedro la tomó por el hombro, furioso.
—¿A qué estás jugando?
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, sorprendida.
—¿Qué quiero decir? —repitió Sean, incrédulo—. Por favor... Un borracho pega a su mujer y a tí se te ocurre intervenir sin pedir ayuda.
—¿Y qué?
—Que podría haberte pegado a tí.
—No lo creo. Pero gracias por intervenir.
Pedro la soltó y se pasó una mano por el pelo.
—No lo entiendes, ¿Verdad? Podría haberte hecho daño, pero eso te da igual. Tú haces lo que quieres sin pensar que hay gente preocupada por tí.
—Espera un momento —replicó Paula, indignada—. ¿Qué querías que hiciera, que viera como ese hombre la pegaba sin hacer nada?
—Podrías haberme llamado.
—No tuve tiempo. La estaba pegando, Pedro.
—Y tú podrías haber sido la siguiente. Un día te vas a meter en un problema serio. Te pones a pasear sola por la montaña, te metes en una pelea marital...
—Por favor, Pedro, no seas niño.
—Tienes una hija de cinco años. ¿No se te ha ocurrido pensar en ella?
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