La señora Watson la miró, asustada.
—He sido una idiota, ¿Verdad?
—Estaba preocupada por Martina y eso es comprensible, pero la próxima vez que tenga alguna duda, por favor llámeme —dijo Paula, tomando su maletín—. ¿Por qué no lleva a Martina a la clínica y empezamos con el tratamiento otra vez?
—Lo haré, doctora Chaves.
Paula entró en su coche, aliviada. Quizá, a partir de entonces, aquella niña podría empezar a llevar una vida normal. Diez minutos después, llamaba a casa de los Thompson. Beatríz abrió la puerta y su rostro se iluminó.
—Doctora Chaves, no la esperaba.
—Pasaba por aquí y he pensado hacer una visita.
—Ricardo ha salido.
—¿De paseo? —preguntó Paula.
—Sí, bueno... ¿Quiere tomar un café?
—Me encantaría. ¿Qué tal va todo?
—Bien —contestó Beatríz con una sonrisa que a Paula le pareció falsa—. No, la verdad es que no va todo bien.
—¿Ha vuelto a beber?
—No, no es eso.
—¿Entonces?
—Es que no es él mismo —suspiró la mujer, dejándose caer sobre una silla.
—¿En qué sentido?
—Está muy raro. Mi Ricardo siempre era el alma de todas las fiestas y ahora parece... como muerto.
—¿Duerme bien?
Beatríz negó con la cabeza.
—No. Espera hasta que cree que yo estoy dormida y después se pone a pasear durante horas.
—¿Cree que está deprimido?
—Supongo que es eso —contestó ella—. Es un hombre muy orgulloso, doctora Chaves. Cree que todo el mundo está hablando a sus espaldas y eso lo está destrozando. El artículo del periódico...
Paula apretó la mano de la mujer para darle ánimos.
—Ya sabe que esas cosas se olvidan. Debería ir a verme esta semana, ¿Cree que lo hará?
Beatríz se encogió de hombros.
—No lo sé. Es muy independiente y no le gusta pedir ayuda. Ahora que ha conseguido dejar de beber, cree que es algo que sólo él puede solucionar.
—No es tan fácil.
—Intente decírselo usted. Yo no sé qué hacer.
—Si no viene a verme a la consulta, lo llamaré por teléfono —prometió Paula, tomando su maletín.
—Muchas gracias, doctora Chaves—sonrió la mujer, mientras la acompañaba a la puerta.
Haciendo un considerable esfuerzo, Paula evitó a Pedro durante toda la semana, pero el viernes lo encontró en la puerta de su casa con Valen.
—Héroe ha desaparecido, mamá.
Paula salió del coche, evitando la mirada penetrante de Pedro .
—¿Cómo que ha desaparecido? ¿Dónde está la abuela?
—Alguien se ha roto un brazo en la granja y ha tenido que irse. Pedro me está cuidando —contestó la niña, con los ojos llenos de lágrimas—. Héroe estaba jugando en el jardín, pero saltó la verja y se marchó.
Paula tomó a su hija en brazos y le dió un beso en la carita.
—No te preocupes, cariño. Habrá ido a dar un paseo.
—¡Pero si ha nevado! —exclamó Valen, angustiada.
—Los perros tienen pelo, cariño. No pasan frío como nosotros.
—Pedro ha dicho que irá a buscarlo.
—Pedro tiene muchas cosas que hacer, cielo. Héroe encontrará el camino de vuelta a casa, lo ha hecho otras veces.
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