—Al menos, mi pelo sigue siendo el mismo.
Paula desenchufó el secador, lo dejó en su sitio y se ahuecó un poco el cabello mientras se miraba en el espejo. Todavía tenía que aprender a vivir con sus cicatrices, que resultaban visibles a pesar de que era toda una experta en maquillaje. Pero su pelo era realmente bonito, y vestida así, con una blusa blanca y unos pantalones vaqueros, estaba tan bella como podía estar en tales circunstancias.
—Ahora estoy vestida y no tengo adónde ir —dijo en voz alta, mientras se dirigía al salón de la suite.Estaba pensando en lo que podía prepararse para desayunar cuando sonó el teléfono. Se apresuró a contestar.
—¿Dígame?
—Pauli, soy yo...
Nadie, salvo Pedro, la llamaba así. El sonido de su profunda voz le pareció un rayo de sol en la mañana. No lo había visto desde el suceso del beso, y suponía que querría mantenerse lo más lejos posible de ella. Incluso había intentado convencerse de que sería lo mejor. Pero su llamada la alegró tanto que supo que se había estado engañando.
—Hola, Pedro.
—¿Has dormido bien?
—Sí, gracias —dijo, avergonzada por lo que había pasado entre ellos—. ¿Y tú?
—Muy bien.
Pedro no añadió nada más, así que ella dijo:
—¿Qué querías?
—¿Estás visible?
—Supongo que quiere saber si ya me he vestido. ¿O tal vez insinúas que mi aspecto es tan malo que no resulto presentable?
—Sabes muy bien lo que quiero decir —observó con humor.
—Pues sí, estoy vestida. ¿Por qué?
—Entonces, abre la puerta.
—¿Qué? ¿La puerta de mi suite?
—En efecto.
Ella se acercó a la puerta y abrió. Pedro estaba en el corredor. Llevaba una camisa de color amarillo pálido y unos vaqueros desgastados. Estaba tan atractivo que se sintió rejuvenecer con su visión.
—¿Por qué no has llamado directamente a la puerta en lugar de llamarme? —preguntó ella.
Él se guardó el teléfono móvil y respondió:
—Antes quería saber si estabas bien.
Ella se cruzó de brazos.
—¿Pensabas que estaba enfadada contigo?
—Sí, lo he pensado. Más de una vez me han acusado de ser un tipo agresivo y de no aceptar una negativa por respuesta.
Ella estuvo a punto de sonreír.
—Pues bien, no estoy enfadada.
—¿Quiere eso decir que te alegras de verme y que aceptarías desayunar conmigo? Si es que no has desayunado ya, por supuesto...
—No, no he desayunado, pero...
—Oh, no digas más. Pero es la palabra más ofensiva de nuestro idioma.
—Pedro, no creo que esté preparada todavía para permitir que la gente vea mis cicatrices —dijo, intentando resultar razonable.
Él frunció el ceño.
—¿Insinúas que ayer estuviste todo el día en la habitación?
—¿Qué tiene eso que ver con esto?
—El testigo se niega a responder la pregunta. Contestar con otra pregunta es una típica técnica de evasión.
—Pero yo no estoy en ningún juicio. Y los efectos del aire fresco están bastante sobreestimados —declaró a la defensiva.
—¿Entonces estuviste encerrada todo el día? Deberías haberme llamado.
Pedro esperó a que le confirmara su sospecha.
—No hace falta que me diviertas. Sé cuidar de mí misma. Y lo creas o no, también soy perfectamente capaz de manejar las miradas de lástima que despierto. No mantengo un perfil bajo, por así decirlo, por eso.
—¿Por qué, entonces?
Ella suspiró.
—Porque en algún lugar, ahí afuera, hay un paparazzi dispuesto a ganarse un buen dinero con una fotografía mía.
—Comprendo. La primera imagen de Paula Chaves después del accidente.
—Me alegra que lo comprendas.
Paula le había dado la espalda y no podía verlo, así que cuando oyó el clic de la puerta al cerrarse, pensó que Pedro se había marchado de repente y no le extrañó. Lo habría rechazado tantas veces que era normal que estuviera harto.
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