lunes, 7 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 25

—Al menos, mi pelo sigue siendo el mismo.

Paula desenchufó el secador, lo dejó en su sitio y se ahuecó un poco el cabello mientras se miraba en el espejo. Todavía tenía que aprender a vivir con sus cicatrices, que  resultaban  visibles a pesar de que era toda una experta en maquillaje.  Pero su pelo era realmente  bonito,  y vestida así,  con una blusa blanca y unos pantalones vaqueros, estaba tan bella como podía estar en tales circunstancias.

—Ahora estoy vestida y no tengo adónde ir  —dijo en voz alta,  mientras se dirigía al salón de la suite.Estaba pensando en  lo que podía prepararse para desayunar cuando sonó el  teléfono. Se apresuró a contestar.

—¿Dígame?

—Pauli, soy yo...

Nadie,  salvo Pedro, la llamaba así.  El sonido de su profunda  voz le pareció un rayo de sol en la mañana. No lo había visto desde el suceso del beso, y suponía que querría mantenerse lo más lejos posible de ella. Incluso había intentado convencerse de  que  sería  lo  mejor.  Pero su llamada la alegró  tanto que  supo que se había estado engañando.

—Hola, Pedro.

—¿Has dormido bien?

—Sí, gracias —dijo, avergonzada por lo que había pasado entre ellos—. ¿Y tú?

—Muy bien.

Pedro no añadió nada más, así que ella dijo:

—¿Qué querías?

—¿Estás visible?

—Supongo  que  quiere  saber si  ya me he vestido.  ¿O  tal  vez  insinúas que mi  aspecto es tan malo que no resulto presentable?

—Sabes muy bien lo que quiero decir —observó con humor.

—Pues sí, estoy vestida. ¿Por qué?

—Entonces, abre la puerta.

—¿Qué? ¿La puerta de mi suite?

—En efecto.

Ella  se acercó a la puerta y  abrió. Pedro estaba en  el corredor.  Llevaba  una  camisa  de  color amarillo pálido  y  unos vaqueros  desgastados.  Estaba  tan  atractivo  que se sintió rejuvenecer con su visión.

—¿Por  qué  no  has  llamado directamente a la  puerta en lugar de llamarme?  —preguntó ella.

Él se guardó el teléfono móvil y respondió:

—Antes quería saber si estabas bien.

Ella se cruzó de brazos.

—¿Pensabas que estaba enfadada contigo?

—Sí, lo he pensado. Más de una vez me han acusado de ser un tipo agresivo y de no aceptar una negativa por respuesta.

Ella estuvo a punto de sonreír.

—Pues bien, no estoy enfadada.

—¿Quiere  eso  decir que te alegras de verme y que aceptarías desayunar  conmigo? Si es que no has desayunado ya, por supuesto...

—No, no he desayunado, pero...

—Oh, no digas más. Pero es la palabra más ofensiva de nuestro idioma.

 —Pedro, no creo que esté preparada todavía para permitir que la gente vea mis cicatrices —dijo, intentando resultar razonable.

Él frunció el ceño.

—¿Insinúas que ayer estuviste todo el día en la habitación?

—¿Qué tiene eso que ver con esto?

—El testigo se niega a responder la pregunta.  Contestar con otra  pregunta es una típica técnica de evasión.

—Pero yo no estoy en ningún juicio. Y los efectos del aire fresco están bastante sobreestimados —declaró a la defensiva.

—¿Entonces estuviste encerrada todo el día? Deberías haberme llamado.

Pedro esperó a que le confirmara su sospecha.

—No hace falta que me diviertas.  Sé cuidar de mí misma.  Y  lo creas o no, también  soy  perfectamente  capaz  de manejar las miradas de lástima que despierto.  No mantengo un perfil bajo, por así decirlo, por eso.

—¿Por qué, entonces?

Ella suspiró.

—Porque en algún lugar, ahí afuera, hay un  paparazzi dispuesto  a  ganarse  un  buen dinero con una fotografía mía.

—Comprendo.  La primera imagen de Paula Chaves después del accidente.

—Me alegra que lo comprendas.

Paula le había dado la espalda y no podía verlo, así que cuando oyó el clic de la puerta al cerrarse, pensó que Pedro se había marchado de repente y no le extrañó. Lo habría rechazado tantas veces que era normal que estuviera harto.

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