—No quiero que me trates de forma distinta sólo porque te he contado lo que pasó aquella noche. De hecho, me alegra haberlo hecho. Ahora ya está, ahora ya puedo seguir con mi vida y olvidarlo de verdad.
—¿Pero cómo puedes querer estar conmigo? ¿No tienes miedo?
—No tengo miedo de tí, Pedro. Tú eres lo mejor que me ha pasado.
—Sin embargo, hay algo que debo decirte...
Ella negó con la cabeza.
—Sea lo que sea, puede esperar. ¿Es que no lo comprendes? Me has devuelto la vida, Pedro. Y te estoy enormemente agradecida por ello. Te deseo.
—No sabes lo que dices.
—Te equivocas. Lo sé exactamente. Y puedo prometerte que no me arrepentiré por la mañana —dijo con humor.
Él suspiró.
—Sabes que no soy capaz de negarte nada, ¿Verdad?
—Lo sé, pero prometo que sólo utilizaré ese poder por una buena causa.
Ella lo besó entonces y él se rindió. Paula podía sentir que su tensión desaparecía poco a poco.
—No juegas limpio —protestó él.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que utilizas ese maravilloso cuerpo que tienes para salirte con la tuya.
—¿Tú crees?
—Desde luego que sí. Te aprietas contra mí como si nos hubiéramos tirado desde un avión y el paracaídas lo llevara yo.
Ella sonrió.
—Bueno, es cierto que tú tienes el tesoro...
Pedro la miró con deseo.
—Querida mía, puedes utilizar cuando quieras y como quieras el poder que tienes sobre mí.
Ella rió de pura felicidad. No sólo se sentía libre, sino también poderosa. Pedro lograba que se sintiera bella, que tuviera la impresión de tener el control. Pero el hechizo también funcionaba en sentido inverso: la había convertido en un cóctel de hormonas desbocadas y sus besos la dejaban sin aliento y sin sentido.
—¿Qué te parece si vamos al dormitorio? —preguntó él.
—Me has leído el pensamiento...
El sol se estaba poniendo cuando entraron en la habitación. Los últimos rayos del día atravesaban las persianas parcialmente cerradas y daban un tono rojizo y cálido al lugar. Paula estaba deseando hacer el amor con él, así que alzó los brazos para quitarse la camiseta que llevaba. Pero él dijo:
—¿Puedo ayudarte con eso? Me gustaría.
—Mi héroe...
Él sonrió y le quitó la camiseta, pero no se detuvo ahí: segundos más tarde, la había denudado por completo. Entonces, empezó a besarla por todo el cuerpo.
—Esto no es justo —dijo ella—. Uno de los dos sigue vestido.
Pedro asintió e hizo ademán de desnudarse, pero esta vez fue ella quien interrumpió el proceso.
—No, por favor, deja que lo haga yo.
Paula le quitó la camisa y besó su pecho.
—Me estás volviendo loco, ¿Lo sabías?
—No tenía ni idea —respondió con falsa inocencia.
—Pues ya lo sabes.
En cuanto terminó de desnudarlo, los dos se echaron sobre la cama y comenzaron a besarse y acariciarse apasionadamente.
—Me vas a matar, Pauli...
—Oh, no. Te voy a hacer el amor, que es distinto.
Ella lo empujó y se puso sobre él, pero Pedro consiguió contenerla el tiempo suficiente como para alcanzar un preservativo y ponérselo.
—Oh, Pauli...
Paula no dijo nada. El deseo que la dominaba era demasiado intenso como para malgastarlo con palabras. Y cuando él introdujo una mano entre sus piernas, ella se dejó llevar hasta alcanzar el orgasmo. Sólo entonces, tras asegurarse de que estaba satisfecha, él la tomó por la cintura y sin romper el contacto la tumbó de espaldas en la cama. Después, se situó sobre ella, la penetró y empezó a moverse en su interior.Tras alcanzar el clímax, se abrazó a él. Nunca se había sentido tan cerca de nadie, en toda su vida. Lo que había empezado como una simple atracción se había convertido después en agradecimiento y, por último, en deseo. Sin embargo, su miedo no había desaparecido por completo. Sabía por experiencia que las cosas buenas no duraban demasiado.En realidad, ahora tenía más miedo que nunca. Pedro no era simplemente una alegría en su vida. Era mucho más que eso. Y si no se andaba con cuidado, podía llegar a convertirse en el centro de su existencia.
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