viernes, 18 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 49

—No  quiero que me trates de forma distinta sólo porque te he contado lo que pasó  aquella noche.  De hecho, me alegra haberlo hecho.  Ahora ya está,  ahora  ya  puedo seguir con mi vida y olvidarlo de verdad.

—¿Pero cómo puedes querer estar conmigo? ¿No tienes miedo?

—No tengo miedo de tí, Pedro. Tú eres lo mejor que me ha pasado.

—Sin embargo, hay algo que debo decirte...

Ella negó con la cabeza.

—Sea lo que sea, puede esperar. ¿Es que no lo comprendes? Me has devuelto la vida, Pedro. Y te estoy enormemente agradecida por ello. Te deseo.

—No sabes lo que dices.

—Te equivocas. Lo sé exactamente. Y puedo prometerte que no me arrepentiré por la mañana —dijo con humor.

Él suspiró.

—Sabes que no soy capaz de negarte nada, ¿Verdad?

—Lo sé, pero prometo que sólo utilizaré ese poder por una buena causa.

Ella lo besó entonces y él se rindió.  Paula podía  sentir  que  su  tensión  desaparecía poco a poco.

—No juegas limpio —protestó él.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que utilizas ese maravilloso cuerpo que tienes para salirte con la tuya.

—¿Tú crees?

—Desde luego que  sí.  Te aprietas contra mí  como  si  nos  hubiéramos  tirado  desde un avión y el paracaídas lo llevara yo.

Ella sonrió.

—Bueno, es cierto que tú tienes el tesoro...

Pedro la miró con deseo.

—Querida  mía,  puedes  utilizar  cuando  quieras  y  como  quieras  el  poder  que  tienes sobre mí.

Ella rió de pura felicidad.  No sólo se sentía  libre,  sino también poderosa.  Pedro lograba  que  se sintiera  bella,  que  tuviera  la  impresión  de  tener  el  control.  Pero el hechizo también  funcionaba en  sentido  inverso:  la  había  convertido  en  un  cóctel  de  hormonas desbocadas y sus besos la dejaban sin aliento y sin sentido.

—¿Qué te parece si vamos al dormitorio? —preguntó él.

—Me has leído el pensamiento...

El  sol  se  estaba  poniendo  cuando  entraron  en  la  habitación.  Los  últimos  rayos  del  día  atravesaban  las  persianas  parcialmente  cerradas  y  daban  un  tono  rojizo  y  cálido al lugar. Paula estaba  deseando  hacer  el  amor  con  él, así que alzó los  brazos para  quitarse la camiseta que llevaba. Pero él dijo:

—¿Puedo ayudarte con eso? Me gustaría.

—Mi héroe...

Él  sonrió  y  le  quitó la camiseta,  pero  no  se  detuvo  ahí:  segundos  más  tarde,  la  había denudado por completo. Entonces, empezó a besarla por todo el cuerpo.

—Esto no es justo —dijo ella—. Uno de los dos sigue vestido.

Pedro asintió  e hizo  ademán de desnudarse,  pero  esta  vez  fue  ella  quien  interrumpió el proceso.

—No, por favor, deja que lo haga yo.

Paula le quitó la camisa y besó su pecho.

—Me estás volviendo loco, ¿Lo sabías?

—No tenía ni idea —respondió con falsa inocencia.

—Pues ya lo sabes.

En cuanto terminó de desnudarlo, los dos se echaron sobre la cama y  comenzaron a besarse y acariciarse apasionadamente.

—Me vas a matar, Pauli...

—Oh, no. Te voy a hacer el amor, que es distinto.

Ella  lo  empujó  y  se  puso  sobre  él,  pero  Pedro  consiguió  contenerla  el  tiempo  suficiente como para alcanzar un preservativo y ponérselo.

—Oh, Pauli...

Paula no dijo nada. El deseo que la dominaba era demasiado intenso como para malgastarlo con palabras.  Y  cuando él introdujo  una  mano entre sus piernas,  ella se dejó llevar hasta alcanzar el orgasmo. Sólo entonces, tras asegurarse de que estaba satisfecha, él la tomó por la cintura y  sin romper el contacto  la  tumbó  de  espaldas  en  la  cama.  Después, se  situó  sobre  ella, la penetró y empezó a moverse en su interior.Tras alcanzar el clímax, se abrazó a él. Nunca se había sentido tan cerca de nadie, en toda su vida. Lo que había empezado como una simple atracción se había convertido  después  en  agradecimiento  y,  por  último, en deseo.  Sin  embargo,  su  miedo  no había desaparecido  por  completo.  Sabía  por  experiencia  que  las  cosas  buenas no duraban demasiado.En  realidad,  ahora  tenía  más  miedo  que  nunca.  Pedro no  era  simplemente  una alegría  en  su  vida.  Era  mucho  más  que  eso. Y si no se  andaba con  cuidado,  podía llegar a convertirse en el centro de su existencia.

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