—Bueno, ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha ido tu reunión con Broadstreet? —preguntó, mientras se ajustaba el pañuelo rojo que llevaba al cuello.
Pedro se sentó a su lado, tan cerca que rozaba su muslo derecho. El leve contacto hizo saltar chispas en su interior y lo sorprendió que el efecto de Paula en él fuera tan intenso.Pero el problema que tenían ahora entre manos no tenía nada que ver con ellos.
—No lo he visto.
—¿Cómo?
—Se ha negado a verme.
—¿Sabes por qué?
—Porque no tenía cita previa.
—¿Y qué más?
—¿Cómo sabes que hay algo más?
—No lo sé. Lo he imaginado.
A Pedro le gustaba pensar que tenían telepatía entre los dos, e incluso el detalle difuminó un poco su mal humor. Sin embargo, sabía que para ella era muy importante que ayudaran al profesor. Y tenían que hacer algo pronto, algo que rompiera aquella situación. Lamentablemente, no sabía qué hacer. Por eso se sentía tan frustrado.
—Cometí el error de informar a su secretaria sobre el motivo de mi visita —dijo.
Por supuesto, Pedro se cuidó de mencionar que sospechaba que había reconocido su nombre. Por alguna incomprensible razón, Paula no sabía que era un abogado muy famoso; y prefería que siguiera sin saberlo.
—Y supongo que mencionar al profesor fue corno dar el beso de la muerte...
Él asintió.
—Casi literalmente. Amenacé con entrar de todos modos en el despacho de Broadstreet y la secretaria levantó el auricular del teléfono y llamó a seguridad.
—Oh, vaya —dijo, decepcionada—. ¿Qué vamos a hacer ahora?
—Bueno, el intento no ha sido totalmente inútil.
—¿Es que has conseguido una cita?
—Sí —respondió, pasándose una mano por el pelo—. Dentro de diez días.
—¡Diez días! —exclamó, levantándose del banco—. ¿Por qué tanto tiempo?
—Eso me gustaría saber a mí. Pero nadie ha querido responder mis preguntas. Como ves, no soy tan buen abogado como pensaba.Ella volvió a sentarse y le dio una palmadita.
—Estoy segura de que eso no es cierto. Ni el mejor abogado puede salirse siempre con la suya. Tómatelo con calma.
—No estoy acostumbrado a perder. Pero lo más importante de todo es qué hacemos ahora. No se me ocurre nada.
—Tendremos que esperar. Y eso es un buen problema, porque ya sabes que no puedo seguir aquí mucho tiempo.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó, frustrado.
—Tampoco se me ocurre nada a mí, pero al menos sé lo que no puedo hacer: no tengo dinero para seguir alojada en el hotel y desde luego no puedo estar yendo y viniendo de California hasta que el cretino de Broadstreet se digne a vemos.
—Yo puedo encargarme de la factura del hotel.
—No pienso aceptar tu dinero.
—Te aseguro que para mí no es nada, Pauli. Tengo dinero de sobra.
—No —insistió.
—Pero quiero hacer algo por tí y por el profesor. Puede que nos necesite a los dos... cualquiera sabe de qué puede convencer a esa junta directiva.
Paula estuvo en silencio durante unos segundos. Finalmente, dijo:
—Supongo que tienes razón. Pero hay más de una forma de que yo consiga dar testimonio a favor de Gerardo.
—¿A qué te refieres?
—Podría poner mi testimonio por escrito.
—No sé si...
—Podría hacerlo en casa. Además, tú eres abogado. Podría enviarte el testimonio por correo electrónico, para que lo corrijas y te asegures de que es lo suficientemente persuasivo, y luego tú podrías enviárselo a los miembros de la junta —explicó ella—. Con un poco de suerte y la declaración de algunos ex alumnos más, lograremos que el profesor mantenga su empleo.
Pedro negó con la cabeza porque la propuesta significaba que Paula se marcharía. Le pareció una perspectiva terrible, aunque sabía que, si seguía allí, tarde o temprano tendría que confesarle quién había sido en el pasado y quién era ahora. La idea de que pudiera dejar de gustarle si supiera que él era aquel chico tímido y retraído de la universidad le repugnaba tanto como la de perder su aprecio si averiguaba que se había convertido en un abogado capaz de defender al peor de los canallas.Tenía que haber alguna otra forma de solucionar el problema. Y se dijo que, si era capaz de convencer a los jurados en los tribunales, también podría convencerla a ella. Sólo tenía que hablar con el corazón.La miró. El sol de la tarde se filtraba entre las hojas de la hiedra y acariciaba su rostro, haciendo que su piel pareciera casi luminosa. Indiscutiblemente, era la mujer más hermosa que había conocido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario