miércoles, 9 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 29

A primera hora de la tarde, Pedro detuvo el coche en el aparcamiento del hotel y apagó  el  motor.  Por  desgracia, apagar el gran enfado y  la frustración que le habían  producido su intento de encuentro con Carlos Broadstreet no iba a resultar tan sencillo.Ya  se  dirigía  hacia el vestíbulo del hotel cuando, al  pasar frente a una zona de esparcimiento,  se  fijó  en  algo  de  color  rojo.  Alguien  estaba  sentado  en  el  jardín, y enseguida comprobó, para su asombro, que se trataba de Paula. Estaba casi oculta por la  hiedra que cubría una de las celosías  blancas, pero  sabía que era ella.  La habría  reconocido en cualquier parte. Cambió el rumbo y se dirigió hacia el lugar donde se encontraba. Ella se puso en tensión al oír los pasos, pero se relajó al verlo.Por lo visto, había empezado a confiar en él.

—Bueno,  ¿Qué  ha  pasado?  ¿Cómo ha ido tu reunión con  Broadstreet?  —preguntó, mientras se ajustaba el pañuelo rojo que llevaba al cuello.

Pedro se sentó a su lado, tan cerca que rozaba su muslo derecho. El leve contacto hizo saltar chispas en su interior y lo sorprendió que el efecto de Paula en él fuera tan intenso.Pero el problema que tenían ahora entre manos no tenía nada que ver con ellos.

—No lo he visto.

—¿Cómo?

—Se ha negado a verme.

—¿Sabes por qué?

—Porque no tenía cita previa.

—¿Y qué más?

—¿Cómo sabes que hay algo más?

—No lo sé. Lo he imaginado.

A Pedro le gustaba pensar que tenían telepatía entre los dos, e incluso el detalle difuminó un poco su mal humor. Sin embargo, sabía que para ella era muy importante que ayudaran al profesor. Y  tenían que  hacer  algo  pronto, algo  que  rompiera  aquella situación. Lamentablemente, no sabía qué hacer. Por eso se sentía tan frustrado.

—Cometí el error de informar a su secretaria sobre el motivo de mi visita —dijo.

Por supuesto, Pedro se cuidó de mencionar que  sospechaba que había reconocido  su  nombre.  Por alguna incomprensible razón,  Paula no  sabía  que  era  un abogado muy famoso; y prefería que siguiera sin saberlo.

—Y supongo que mencionar al profesor fue corno dar el beso de la muerte...

Él asintió.

—Casi  literalmente.  Amenacé con entrar de  todos modos en el  despacho de  Broadstreet y la secretaria levantó el auricular del teléfono y llamó a seguridad.

—Oh, vaya —dijo, decepcionada—. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Bueno, el intento no ha sido totalmente inútil.

—¿Es que has conseguido una cita?

—Sí —respondió, pasándose una mano por el pelo—. Dentro de diez días.

—¡Diez días! —exclamó, levantándose del banco—. ¿Por qué tanto tiempo?

—Eso me gustaría saber a mí. Pero nadie ha querido responder mis preguntas.  Como ves, no soy tan buen abogado como pensaba.Ella volvió a sentarse y le dio una palmadita.

—Estoy  segura  de  que  eso  no  es  cierto.  Ni  el  mejor  abogado  puede  salirse  siempre con la suya. Tómatelo con calma.

—No  estoy  acostumbrado  a  perder.  Pero  lo  más  importante  de  todo  es  qué  hacemos ahora. No se me ocurre nada.

—Tendremos que esperar. Y eso es un buen problema, porque ya sabes que no puedo seguir aquí mucho tiempo.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó, frustrado.

—Tampoco se me ocurre nada a mí, pero al menos sé lo que no puedo hacer: no tengo dinero para seguir alojada en el hotel  y desde  luego  no  puedo  estar  yendo  y  viniendo  de  California  hasta  que  el  cretino de Broadstreet se digne a vemos.

—Yo puedo encargarme de la factura del hotel.

—No pienso aceptar tu dinero.

—Te aseguro que para mí no es nada, Pauli. Tengo dinero de sobra.

—No —insistió.

—Pero quiero hacer algo por tí  y por el profesor.  Puede que nos necesite a los dos... cualquiera sabe de qué puede convencer a esa junta directiva.

Paula estuvo en silencio durante unos segundos. Finalmente, dijo:

—Supongo que tienes razón. Pero hay más de una forma de que yo consiga dar testimonio a favor de Gerardo.

—¿A qué te refieres?

—Podría poner mi testimonio por escrito.

—No sé si...

—Podría hacerlo en casa. Además, tú eres abogado.  Podría enviarte el testimonio  por  correo  electrónico,  para que lo corrijas y te  asegures de que  es lo suficientemente persuasivo, y luego tú podrías enviárselo a los miembros de la junta —explicó ella—. Con un poco de suerte y la declaración de algunos ex alumnos más, lograremos que el profesor mantenga su empleo.

Pedro negó  con la  cabeza  porque  la  propuesta  significaba  que  Paula se  marcharía.  Le  pareció una perspectiva terrible,  aunque sabía que, si seguía  allí,  tarde o  temprano  tendría que confesarle  quién  había sido en  el pasado  y quién  era ahora. La idea de que pudiera dejar de gustarle si supiera que él era aquel chico tímido y  retraído  de  la  universidad  le  repugnaba  tanto  como  la  de  perder  su  aprecio  si  averiguaba que se había convertido en un abogado capaz de defender al peor de los canallas.Tenía que haber alguna otra forma de solucionar el problema. Y se dijo que, si era capaz de convencer a los jurados en los tribunales, también podría convencerla a ella. Sólo tenía que hablar con el corazón.La miró. El sol de la tarde se filtraba entre las hojas de la hiedra y acariciaba su rostro, haciendo que su piel pareciera casi luminosa. Indiscutiblemente, era la mujer más hermosa que había conocido.

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