—Un buen abogado, sin duda...
—Uno que defiende a verdaderos canallas.
—La abogacía no es la profesión más limpia del mundo —alegó David, encogiéndose de hombros—. Pero alguien tiene que hacerlo.
—Sí, pero ha estado defendiendo a Lucas Hawkins.
—Eso he oído. Parece ser que lo condenaron por agresión sexual.
—No me extraña. Me violó hace diez años.
—Oh, Paula... —dijo Sandra, asombrada.
—Y no sólo eso. También dice que tiene una grabación mía en una cinta de vídeo y que se la va a dar a la prensa. Me temo que no sería precisamente el tipo de publicidad que estáis buscando.
—En primer lugar, eso no nos importa; ese tipo es un canalla y confiamos en tí—afirmó David—. Y en segundo lugar, es muy probable que esa cinta no exista.
—¿Cómo lo sabes?
—Pedro desconectó las cámaras... —dijo David—. Lo invitaron a entrar en la fraternidad porque sabían que era bueno con la electrónica, pero cuando se dió cuenta de que sus intenciones no eran buenas, las desconectó.
—¿No denunciaste a Lucas? —preguntó Sandra.
—Me temo que no. Aquello me dejó tan traumatizada que sólo quería olvidarlo y superarlo.
—Lo comprendo de sobra, pero es una pena que no lo hicieras. Quién sabe a cuántas mujeres habrá violado desde entonces... De haberlo denunciado, tal vez lo habrías impedido. Pero sea como sea, David y yo ya sabíamos que es un cerdo. Nos alegramos mucho cuando lo condenaron.
—Por lo visto, soy la única persona del mundo que no se enteró del caso...
—¿No sabes lo que pasó? —preguntó Sandra.
—No, no sé nada.
—Acusaron a Pedro de haberlo defendido mal porque se negó a utilizar la vida sexual de la víctima para ayudar a Hawkins. Y por cierto, acabo de oír en la radio que ese tipo ha prescindido de sus servicios... dice que hay un conflicto de intereses.
—¿Un conflicto de intereses?
—Tú, claro está. No sé exactamente qué habrá pasado entre ustedes, pero Pedro le rompió la nariz.
Paula se quedó asombrada.
—El profesor Harrison siempre nos advirtió sobre Lucas. Ese hombre conoce bien a la gente.
—Sí, es un buen hombre. Ojalá que no tuviera tantos problemas —intervino Sandra—. Pero en fin, ya te hemos molestado bastante. Es hora de que volvamos a casa.
David miró el reloj y dijo:
—Sí. Si no nos marchamos ya, nos meteremos en un atasco. Estaremos en contacto, Paula.
—Por supuesto...
Cuando se marcharon, Paula se quedó muy confundida. Por una parte, era evidente que había pasado algo nuevo relacionado con el profesor. Por otra, David y Sandra le habían demostrado que estaba equivocada y que era un gran hombre. Pero había sido tan injusta con él que dudaba que fuera capaz de perdonarla. Había quemado sus puentes y ya no había solución.
—El señor Broadstreet lo verá ahora.
Pedro miró la hora y se preguntó si Katie aparecería por allí. Había dicho que no quería volver a verlo, pero sabía que le importaba la suerte del profesor.
—¿Señor Alfonso?
Estaba tan perdido en sus pensamientos que ni siquiera había oído a la atractiva secretaria de Broadstreet.
—Ya puede pasar.
Pedro ya estaba a punto de entrar en el despacho cuando Paula entró en el vestíbulo.
—Hola, siento llegar tarde. Yo...
—No importa —dijo con sinceridad—. Vamos a ver al señor Broadstreet.
Ella asintió y pasaron al interior del despacho. Carlos Broadstreet estaba sentado detrás de su mesa como si fuera un juez en un tribunal. Tenía ojos azules y cuarenta y pocos años, además de cierto aire de refinamiento. Pero Pedro pensó que debía de ser un canalla si quería despedir al profesor.
—Señorita Chaves...
—Señor Broadstreet.
—Creo que será mejor que nos tuteemos, ¿No les parece? Por cierto, ¿Eres la misma Paula Chaves que estuvo estudiando aquí?
—En efecto.
—Mi esposa está encantada con los cosméticos que anuncias. Aunque es tan bella que no necesita maquillaje. Pero hace tiempo que no te veo en televisión...
—Me temo que he estado un año sin trabajar. Tuve un accidente.
—Siento oírlo... Y tú debes de ser Pedro Alfonso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario