lunes, 14 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 38

—Pedro, ¿Te importaría que nos tumbáramos en la cama? —murmuró ella—. Me temo que si sigo así me voy a caer de tus piernas y acabaré con un buen moratón en cierta parte.

—No permitiría que cayeras...

A pesar de lo que acababa de decir, la tomó entre sus brazos y la posó en mitad de  la  cama.  La  bata, que estaba completamente abierta, dejaba ver ahora sus braguitas y su sostén, tan leve que apenas cubría nada. Él se apoyó entonces en un codo y la miró.

—¿En qué estás pensando? —preguntó ella.

—Estoy pensando...

—¿Qué? —insistió.

—No sé si decírtelo. Igual lo encuentras ofensivo.

—Empiezas a asustarme. Pero venga, te prometo que no me sentiré insultada.

—Muy  bien,  como quieras.  Estaba  pensando que estás  preciosa en mi cama y que soy el hombre más afortunado del mundo.

—Eso sí que es lo más bello que me han dicho nunca.

Él sonrió y la besó. Ella se estremeció de placer, pero fue poco en comparación con lo que sintió un momento después, cuando Pedro empezó a trazar círculos con un dedo  alrededor  de  uno  de  sus  pezones,  sin  tocarlo  directamente. Y  cuando  por  fin  sintió  el  contacto  que  deseaba,  ella se arqueó contra  su  mano y supo que estaba  experimentando algo maravilloso.Sintió  un  intenso  calor  que  fue  creciendo  en  su  interior  y  se  localizó  en  una  parte de su cuerpo que creía dormida desde hacía años. Después, él le quitó el sostén y ella agradeció el súbito aire frío en la piel.

—Ahora te toca a tí—dijo ella—. Es lo más justo.

Pedro la miró con deseo, pero obedeció y se quitó la camisa.

—Creo que nunca me había sentido tan bien —dijo él.

La calidez de su voz acabó con todos los miedos que Paula pudiera albergar. Sabía  que  tenía la situación bajo control, que podía hacer lo que  deseara.  Y  quería  acariciarlo, comprobar si era tan masculino y duro como parecía.Llevo una mano a su pecho y fue descendiendo hacia su cintura. La visión del bulto que ocultaba sus vaqueros era más explícita que cualquier palabra de amor que le hubiera  podido  decir.  Una vez más,  se  repitió  que  no  corría  riesgo  alguno,  que todo estaba bien; y una vez más, consiguió controlar su miedo.Animada  por  el  deseo  y  por  el  triunfo  contra  sus  propios  fantasmas,  decidió  que quería llegar más lejos. Necesitaba más. Necesitaba sentirlo en su interior.

—Te necesito, Pedro—dijo ella—. Quiero sentirte.

Él  asintió  y  se  quitó  los  pantalones  y  los  calzoncillos. Su erección quedó entonces  libre  y  ella  esperó  un  momento,  temiendo  sentir  un  ataque  de  pánico.  Sin  embargo, no se produjo. Entonces, él introdujo un dedo entre sus piernas y empezó a acariciarla suavemente, con delicadeza, desatando en ella olas de placer. Paula se  dejó  llevar.  Ya no  le importaba nada salvo disfrutar del momento.  Además, no habría podido hacer otra cosa: el placer era tan intenso que no tardó en perder el control y alcanzar el orgasmo. Asombrada, cerró los ojos un momento y los abrió de nuevo.

—Pedro, yo... tú...

Él le llevó un dedo a los labios para que no dijera nada más.

—Todo está bien, cariño.

—No, no lo está.

Paula lo  decía  porque  quería  mucho  más. Quería entregarse a él.  Y Pedro pareció comprenderlo enseguida.

—Si quieres, tengo un preservativo...

Ella  esperó  a que sacara el  preservativo de la  mesita de  noche y que se lo  pusiera. Después, él la besó y el leve contacto bastó para volver a desatar su pasión.

—Pedro, hazme el amor. Ahora.

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