—Intentaré que no notes mi presencia —dijo ella, mientras se levantaba del banco—. Ni siquiera sabrás que estoy allí.
Pedro pensó que no podía estar más equivocada. Notaba su presencia en cualquier lugar, aunque se escondiera.
—Estoy seguro de que serás una invitada perfecta.
—Lo intentaré. Como has dicho, sólo será durante diez días...
Él se dijo que tal vez fueran diez días para ella. Desde su punto de vista, en cambio, sería toda una vida.
Cuando Pedro se prestó a sacar su equipaje del coche y llevarlo a la habitación que iba a ocupar en la casa, Paula se sintió halagada. Además, no era lo único que había hecho por ella aquella mañana. Cuando quiso dirigirse a recepción para pagar la cuenta de su suite, él le dijo que ya la había pedido y que cargarían la factura a su tarjeta. Pero no le dio ningún recibo, y sospechaba que, en realidad, él había pagado la cuenta. Mientras subían en el ascensor, ella dijo:
—Tendré que devolverte lo que has hecho por mí.
—¿Qué es eso? ¿Una amenaza?
—Por supuesto que no —dijo entre risas—. Es una promesa. Tengo la impresión de que has pagado la cuenta de mi habitación.
—Me acojo a mi derecho a no contestar.
—Oh, vamos, no hay nada malo en ser un caballero...
—Me encanta que me digas eso.
—Bueno, tampoco he dicho que seas un santo.
—Menos mal, porque te equivocarías.
Cuando salieron del ascensor, la acompañó hasta la puerta de su piso. Sólo entonces, Paula se puso nerviosa. Iba a vivir con él, aunque sólo fuera durante unos días, y podía ocurrir cualquier cosa. Sobre todo, porque deseaba pasar más tiempo con él. Era un hombre dulce, encantador y simpático, y conseguía que se sintiera a salvo. Tal vez, demasiado. El piso resultó ser impresionante. Era enorme, de techos muy altos.
—Vaya, es precioso...
—Gracias —dijo, con cierto orgullo.
—No, en serio, es precioso. He visto muchas casas bonitas en Beverly Hills, en Bel Air y Malibú. Ya sabes, trabajar de modelo tiene ciertos privilegios... Pero tu piso es increíble. Por lo visto, debes de tener mucho éxito en tu trabajo.
Pedro la miró con incomodidad.
—¿Qué te parece si te enseño tu habitación?
—Perfecto.
Pedro la llevó por un amplio pasillo.
—Aquí está el dormitorio principal. El ala de invitados está al otro lado.
—¿El ala? ¿Vas a dejarme toda un ala de la casa para mí sola?
Él se encogió de hombros.
—¿ Qué puedo decir? Soy un anfitrión generoso.Tal y como le había asegurado, la llevó a una habitación que resultó encontrarse exactamente en el extremo opuesto del dormitorio principal. Paula lo encontró tan adorable que una vez más lo deseó. Pero estaban condenados a ser simplemente amigos. Cada vez que él iniciaba algún acercamiento, ella se asustaba y lo expulsaba. La cama era tan grande como todo en la casa, y todos los muebles resultaban elegantes y prácticos al tiempo. Las paredes estaban decoradas con varias acuarelas.
—¿Te gusta? —preguntó él, mientras dejaba su equipaje en el suelo.
Ella lo miró a los ojos.
—¿Por qué no me iba a gustar? Pero debo decir que esto es toda una sorpresa...
—¿Por qué?
—Porque no parece de tu estilo, no sé.
—¿Debo tomarme ese comentario como un cumplido?
—Yo diría que sí.
—¿Y si te dijera que contraté a una decoradora?
—Entonces, depende de lo que hicieras. ¿Le diste carta blanca para decorar el piso, o siguió tus instrucciones?
Él miró a su alrededor.
—En realidad, le dí carta blanca.
—Pues tiene muy buen gusto. ¿También era bonita?
Pedro frunció el ceño.
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