viernes, 4 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 21

—Nada. Y tampoco hay nada que decir.

Sabía que eso no era cierto. Como mínimo, le debía una explicación. Se había portado muy bien con ella; incluso la había sacado de otra de esas terribles pesadillas donde se fundía el accidente y la cara del conductor borracho con Lucas Hawkins. Sin embargo, ahora no tenía la fuerza necesaria para hablar de ello. Y además, supuso que no serviría de nada. Ya había molestado bastante a Pedro. Se apretó el cinturón de la bata y abrió la puerta.

 —Estoy muy cansada y quiero dormir un rato. Si quieres ayudarme, despídete.

—Buenas noches, entonces.

—Ya nos veremos, Pedro.

—¿Cuándo? —preguntó, mientras recogía sus documentos.

 —¿No te marchabas ya?

—Sí, pero no puedo marcharme así —explicó—. No sin saber cuándo volveremos a vernos de nuevo.

—¿Es necesario que hablemos de eso ahora?

Él asintió.

—Sí. He visto muchas cosas terribles en mi trabajo y sé que lo tuyo es un típico caso fóbico. No ha sido una reacción personal, provocada por mí. Es algo tan poco específico, tan general, que domina tu vida y te impide mantener relaciones.

—Mira, en este momento no puedo pensar en ello —dijo, echándose el pelo hacia atrás—. Supongo que cuando encontremos la forma de ayudar al profesor…

—Ahora no se trata del profesor Harrison.

—Entonces, ¿De qué se trata?

—De tí y de mí. Anda, desayunemos juntos mañana.

Ella negó con la cabeza.

—No sé si…

—Tienes que comer.

—Lo sé, pero…

—Te llevaré a algún sitio. Hay un restaurante precioso en el campus donde sirven unas tortillas excelentes.

Paula no podía creer que quisiera llevarla a un local público, justo el último lugar donde le gustaría estar. Su verdad le parecía fea, y no se encontraba cómoda en ninguna parte. No entendía el empeño de Nate por presionarla. Lo mejor que podía hacer era salir disparado, alejarse de ella y no volver.

—¿Se puede saber qué pretendes?

 Él suspiró.

—Si tienes que preguntarlo, es que no lo estoy haciendo muy bien.

—¿Cómo?

—Te estoy pidiendo que salgas conmigo.

—No necesito tu lástima, Pedro—declaró, súbitamente irritada.

Paula sólo quería que la dejara en paz.

—¿Lastima? Nada más lejos de mi intención —afirmó, observándola con sus bellos ojos marrones—. No te he besado porque sintiera lástima de tí. Si así hubiera sido, no estaríamos manteniendo esta conversación.

—Sí, claro.

—Tienes que volver al mundo, Pauli. Afrontar el problema es más fácil que preocuparse por lo que pasará cuando se presente otra vez.

—Eres muy arrogante, Pedro. ¿Cómo podría un tipo como tú, tan perfecto, saber lo que siente alguien como yo? ¿Cómo podrías imaginar siquiera lo que necesito?

Las preguntas retóricas de Paula estaban llenas de un profundo enfado, pero sorprendentemente para ella, Pedro sonrió.

—Sé lo que estás haciendo.

 —¿Y qué estoy haciendo, doctor Freud?

—Escondiéndote detrás de tu ira. Es un truco que los hombres usan todo el tiempo para protegerse… es una emoción fácil de evocar y tiene la ventaja de eliminar el resto de las emociones.

—No me lo digas, déjame adivinarlo. No sólo eres un cretino sino que además interpretas el papel de un cretino en una serie de televisión —espetó, con los brazos en jarras—. ¿Desde cuándo enseñan psicología en la facultad de Derecho?

—Te sorprendería ver hasta qué punto importan las emociones en un juzgado. La percepción lo es todo.

—Oh, de eso no tienes que convencerme —dijo, mientras abría la puerta de par en par—. Y dime, ¿Cómo interpretas esto?

Él salió de la suite y se detuvo en mitad del pasillo.

—Vas a descubrir que desanimarme no es tan fácil —dijo él.

—¿En serio?

Pedro le dedicó una sonrisa francamente misteriosa.

—Buenas noches, Pauli.

—Por fin te marchas…

—Que duermas bien.

Paula cerró la puerta y echó la cadena. Lo había insultado por atreverse a darle consejos, pero sabía que tenía razón. Intentaba mantener el control de una situación que escapaba totalmente a su control. Pero había tenido que librarse de Pedro. De lo contrario, habría descubierto hasta qué punto llegaban sus problemas.

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