viernes, 4 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 19

Ella abrió entonces los ojos e intentó incorporarse, pero Pedro se había inclinado sobre ella y no pudo hacerlo. Todavía medio dormida, comenzó a golpearlo en el pecho y a gritar:

—¡No! ¡No!

Él se apartó y encendió la luz de la mesita de noche para que Paula comprendiera que estaba a salvo. Por desgracia, la repentina iluminación sirvió para que notara el intenso pánico que había en sus ojos. Era algo tan terrible que el corazón se le encogió y no pudo controlar el natural impulso de intentar abrazarla.

—No, no, no me toques —dijo ella.

 —No ocurre nada, Pauli. Soy yo, estás a salvo…

 Siguió repitiendo las mismas palabras una y otra vez, con una voz tan tranquila y carente de emoción como pudo. Pero le costó bastante, porque estaba dominado por una mezcla de confusión, enfado y frustración al no ser capaz de tranquilizarla.

—Pauli, cariño, despierta. Por favor… no pasa nada. Nadie va a hacerte ningún daño. Estoy aquí. No permitiré que te ocurra nada malo. Soy Pedro.

Por fin, Paula pareció despertar.

—¿Pedro?

—Sí —respondió con un suspiro—. Tenías una pesadilla.

 En ese momento vió que estaba llorando y quiso tocarla otra vez, empujado por la necesidad de animarla. Pero al reconocer el temor en sus ojos, dudó.

—Pauli, deja que te abrace.

Pedro tragó saliva cuando, al bajar la mirada, notó el finísimo camisón que ocultaba menos de lo que insinuaba. Pero hizo caso omiso del repentino deseo y la abrazó con sumo cuidado. La resistencia de Paula se fue desvaneciendo poco a poco y se relajó con su contacto. Esas eran las buenas noticias. Las malas, que empezó a llorar todavía más.

—No ocurre nada, cariño —insistió con voz suave—. No ocurre nada.

No sabía qué le pasaba, pero sí que preguntar en ese momento no sería una buena idea. Estaba demasiado alterada. Estuvo allí, sentado en la cama y abrazándola, durante un período que no habría sabido concretar. Tal vez fueron minutos, tal vez media hora. Cuando por fin se tranquilizó, Pedro casi se alegró de la situación porque le había dado la ocasión perfecta para abrazarla. Pero a pesar de ello, estaba dispuesto a no volver a tocarla si eso implicaba despertar los demonios que la perseguían. Fuera cual fuera su naturaleza, la reacción de Paula había sido tan fuerte que evidentemente sé trataba de algo grave. Sin embargo, sus sentidos lo traicionaron cuando, a pesar de sus buenas intenciones, notó sus suaves curvas apretadas contra él. Miró entonces sus labios, tan apetitosos, y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo no sólo para controlar su deseosino también para que ella no lo notara. Deseaba besarla desde hacía años. Pero aquél no era el momento más oportuno para pensar en esas cosas. Por fin, ella se apartó un poco y dijo:

—Lo siento, Pedro.

—No hay nada que sentir. Me alegra haber estado aquí.

—Y a mí me alegra que estuvieras.  La boca de Paula se encontraba ahora tan cerca de la de Pedro, que la tentación empezaba a ser demasiado fuerte. Lo cierto es que te necesito, Nate —continuó ella—. Necesito un amigo.

Pedro sintió que el corazón se le encogía. Necesitaba un amigo. Esas palabras significaban que además de no poder besarla en aquel momento, probablemente no podría hacerlo nunca. Por lo visto, la amistad era lo único que obtendría de ella. Y le pareció irónico que le hubiera gustado cuando era un estudiante tímido y con la cara marcada por la viruela, y que ahora, convertido en un atractivo y rico abogado, no le gustara tanto.

—Por supuesto —dijo él, intentando ocultar su decepción.

—Me siento cómoda contigo. Me parece que has tenido mala suerte —dijo ella, en tono irónico.

—Mi suerte nunca ha sido mejor.

Ella sonrió débilmente, alcanzó la bata que había dejado en una silla cercana y se la puso.

—Creo que ha llegado la hora de que te cuente lo que me pasó.

Al hablar, palideció de un modo tan repentino que Pedro se preocupó todavía más.

—No es preciso que lo hagas si eso te va a alterar más…

—No, no, necesito contártelo.

—Está bien, te escucho.

—Tuve un accidente. Me atropelló un conductor borracho.

Pedro no dijo nada. Dejó que siguiera hablando.

—Aquel día, mi agente me había llamado para informarme de que había conseguido el trabajo que estaba buscando, el que me convertiría definitivamente en una supermodelo. Una de las principales empresas de cosméticos quería que presentara toda su campaña —explicó—. Así que mis amigas quisieron que saliéramos juntas para celebrarlo.

—Oh, Pauli…

De repente, Pedro no sabía qué decir. Estaba acostumbrado a manipular las palabras a su antojo, a controlarlas ante las cámaras de televisión y en importantes casos penales, sin siquiera pestañear. Pero en lo tocante a Katie, era distinto.

—Cuando volvía a casa, el coche se me echó encima. Me destrozó una pierna y ya ves lo que hizo en mi cara... Llevaba mis gafas de sol y me corté con los cristales. Pasé semanas en el hospital, recuperándome de las heridas, y luego tuve que pasar por un larguísimo proceso de rehabilitación de la pierna, por no mencionar varias operaciones de cirugía estética en la cara. Pero no lograron dejarme como antes.

-Espero que el canalla que te atropelló arda en el infierno —dijo él, con voz dura como el acero.

—No sé si arderá en algún infierno, pero está en la cárcel.

—Me alegro —dijo él.

—Y pensar que mis padres siempre me decían que ser bella era lo mejor que me podía haber pasado… Afirmaban que la belleza me solucionaría la vida, mientras que la inteligencia no sirve para nada.

—Eso es ridículo. Además, tú eres la mujer más brillante e inteligente que conozco.

—No hace falta que digas eso. Conozco mis limitaciones. Y además, tenían razón… lo mejor que podía hacer era aprovechar las ventajas que me había concedido la naturaleza. Es decir, mi atractivo físico.

—Pero sigues siendo una mujer impresionante… —dijo, tomándola de la mano.

Ella movió la cabeza en gesto negativo.

—El cirujano hizo lo que pudo por eliminar la cicatríz, pero no tengo más remedio que asumir que nadie querrá contratar a una modelo con mi cara. Sin embargo, no creas que siento lástima de mí, ni mucho menos. Simplemente soy realista. Esto que ves es lo mejor que seré nunca.

Pedro se estremeció, emocionado. Aquella mujer le llegaba al alma. Y sentía la necesidad de alegrar su vida. Le acarició la mejilla y dijo:

—Pues esto que veo es una mujer tan bella como especial.

 Entonces, antes de poder detenerse, se inclinó lentamente sobre Paula y la besó.

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