—Si ya he dicho esto antes, siento repetirme —dijo él—. Sin embargo, no puedes esconderte.
Ella se volvió y lo miró.Pedro era tan atractivo, tan comprensivo y tan amable que sintió una punzada en el corazón. Pero no había forma alguna de que pudiera entender lo que ella sentía.
—Mira, sé de sobra que tarde o temprano tendré que salir de aquí. Pero cuando lo haga, alguien me sacará una fotografía y apareceré en las portadas de toda la prensa amarilla del país, que se encargará de inventar una fabulosa historia.
—En ese caso, estaré encantado de denunciarlos en tu nombre.
Ella negó con la cabeza.
—Cuando yo estoy en la calle, soy de dominio público. Hace poco tiempo se dió el caso de una estrella cinematográfica a la que fotografiaron desde un helicóptero. La actríz lo denunció y no sólo perdió el caso sino que también tuvo que pagar las costas. Probablemente lo recuerdes —declaró.
—Sí, es cierto.
—Desde ese punto de vista no hay solución. Pero preferiría hacerlo a mi modo y cuando me sienta mejor. Cuando esté preparada.
Él asintió.
—De acuerdo.
—Pero no es que no agradezca tu invitación para siempre. —aseguró, mientras se dirigía a la puerta para indicarle la salida—. Te lo agradezco mucho, en serio. Y espero que tengas un desayuno magnífico.
—Lo intentaré.
En ese momento, Pedro volvió a sacar el teléfono móvil y marcó un número.
—Soy Pedro Alfonso. Quiero hacer un pedido para la suite 327, pero carguen la factura a mi habitación, la 329.
Hasta ese momento, Paula no se había planteado en qué habitación se alojaría Pedro. Pero era exactamente la suite contigua, y con el agravante de que había una puerta que conectaba las dos suites, aunque desde luego permanecía cerrada. A pesar de ello, se había tomado la molestia de salir al pasillo y llamarla por teléfono para ver si estaba presentable. Se preguntó cómo era posible que fuera tan encantador, y sobre todo, cómo era posible que todavía no se hubiera marchado. Pero eso casi le importó poco en comparación con su creciente preocupación ante el innegable hecho de que cada vez se sentía más atraída por él. Tal vez fuera mejor que se marchara cuanto antes, antes de que las cosas fueran demasiado lejos. Pero la alegraba que siguiera allí. Suspiró y decidió que no tenía más remedio que aceptar la invitación a desayunar del hombre que se negaba a aceptar un «no» por respuesta. Minutos más tarde, estaban sentados alrededor de la mesita de café, desayunando.
—Ayer ví a Sandra Westport. Ahora comprendo por que dijiste que no te apetecía comer con ella—declaró él de repente, con expresión seria.
—Ah...
—Me contó lo de la propuesta que te hicieron David y ella. Ser la cara pública de ese proyecto sería una buena idea.
—No para alguien que ya no tiene cara alguna que ofrecer.
—¿Y qué me dices de llevar un poco de esperanza a un montón de chicos que no tienen nada? —preguntó con absoluta sinceridad—. Creo que merece la pena.
—Yo no he dicho que no la merezca.
—Al contrario de lo que imaginas, tu accidente y todo lo que has sufrido aumentaría tu credibilidad como portavoz del proyecto. ¿Quién, mejor que alguien que conoce el infierno, para ayudar a esos chicos?
Paula pensó que su argumento era lógico.Conocía bien el dolor, la desesperación y la impotencia de un futuro vacío.
—¿No te han dicho nunca que eres un as con las palabras? Si alguna vez tengo problemas legales, me dirigiré a tí.
Él la miró de una forma extraña, como con nostalgia y arrepentimiento a la vez. Pero sonrió enseguida y la extraña expresión desapareció.
—Eres demasiado buena para meterte en problemas y necesitar de mis servicios. Pero si alguna vez te son necesarios, cuenta conmigo.
Ella suspiró.
—Aprecio tu punto de vista, pero ellos no han visto mi cara y dudo mucho que estuvieran tan interesados en mí si la vieran. Seguramente no me querrían.
—Te equivocas otra vez. Tú eras, eres y serás siempre una mujer excepcionalmente bella —afirmó
.Sin embargo, Paula seguía sin creerlo.
—Gracias por mentir, pero he aprendido que el espejo es el mejor consejero. Y lo que veo en él, me disgusta.
—Si no te gusta lo que ves en el espejo, mírate en mis ojos.
Pedro se echó hacia delante y la tomó de la mano. Ella se quedó sin respiración, asombrada con la sinceridad que brillaba en los ojos de aquel rostro tan atractivo. Incluso se sintió repentinamente esperanzada, aunque desechó la emoción.
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