—Dicen que la belleza es tan superficial como la piel, y nadie mejor que yo para saber que dicen bien. Toda mi carrera ha sido una búsqueda egoísta y vacía.
—No creo que todas esas personas a quienes has ayudado a vender productos cosméticos por valor de varios millones de dólares estén de acuerdo contigo —comentó con ironía.
Ella se encogió de hombros.
—Pero sigue sin ser una profesión particularmente noble. Y eso me lleva a la siguiente pregunta: ¿Por qué me llamó el profesor?
—No lo sé. Pero si realmente te molesta haber perdido ciertas oportunidades en la vida, trabajar a favor de los chicos de ese campamento te ayudaría a retomar el camino.
Ella negó con la cabeza, aunque se sentía incapaz de discutir con él
.—Eres un hombre muy persuasivo.
—Es una habilidad adquirida.
—Pues la has adquirido muy bien —dijo—. De acuerdo, pensaré en tu propuesta.
—Me parece justo.
A ella no le pareció tan justo que la siguiente sonrisa de Pedro bastara para dejarla sin aliento. Tenía efectos devastadores en ella, y su corazón se aceleró un poco cuando se preguntó qué se sentiría al sentir su boca. Ya había tenido ocasión de probarla, aunque brevemente, pero estaba tan alterada que había olvidado la sensación.Después de todos los años transcurridos, se sentía capaz de bajar la guardia, de entregarse y de estar a salvo con él. Por desgracia, se había portado tan mal con Pedro que probablemente no se le ocurriría volver a tocarla. Y deseaba que lo hiciera. Lo deseaba con toda su alma. Por mucho que le disgustara lo sucedido, lo deseaba y empezaba a estar maravillosamente acostumbrada a la sensación de desearlo.
—Ah, por cierto, la próxima vez que sientas la tentación de llamarme por teléfono desde el pasillo...
—¿Sí?
—Que llames antes a la puerta que conecta las dos suites.
Él sonrió de oreja a oreja y ella se estremeció.No obstante, Paula se dijo que no había motivos para preocuparse. En poco tiempo, se reunirían con la junta directiva de la universidad darían testimonio a favor del profesor Gerardo Harrison y sus caminos volverían a separarse.
Pedro arrojó los formularios de la apelación de Lucas Hawkinsa la cama. Le parecía obsceno estar trabajando en su caso mientras Paula se encontraba en la habitación contigua. Aunque no sabía lo que le había hecho, era evidente que había sido algo realmente malo. Diez años atrás, se había sentido profundamente herida por la ruptura de su relación con un individuo que ahora había sido condenado por agresión sexual. Lucas Hawkins era un canalla de tal calibre que le extrañaba que nadie lo hubiera denunciado antes. Y desde luego, lamentaba haber aceptado su defensa.
Se acercó a la ventana y miró al exterior. Anochecía. Se había pasado buena parte del día pensando en Paula, y a esas horas ya no pudo resistirse a la tentación.Sacó el teléfono móvil, dispuesto a llamarla, y entonces recordó lo que había dicho sobre la puerta que conectaba las habitaciones. Avanzó hacia ella y llamó, esperando que el comentario de Paula no hubiera sido una simple forma de resultar amable. Segundos después, la puerta se abrió.
—Hola.
Paula llevaba la misma blusa blanca y los mismos vaqueros que le había visto por la mañana, y que tan bien remarcaban sus firmes pechos, la suave curva de sus caderas y sus larguísimas piernas. Estaba preciosa.
—¿Te interrumpo en mal momento? —preguntó él.
Ella se encogió de hombros.
—No, a menos que consideres que ver por enésima vez un capítulo de Star Trek sea una ocupación impostergable. ¿Y tú?
pedro sintió una punzada de angustia al recordar lo que había estado haciendo. Miró hacia su habitación y suspiró, aliviado, cuando comprobó que había dejado los formularios dentro de la carpeta.
—No estaba haciendo nada importante. Sólo papeleo y esas cosas.
—Suena apasionante.
—Ni te lo imaginas. Pero ahora mismo no tengo que asistir a ningún juicio, así que puedo hacer el trabajo desde aquí y comunicarme con mi despacho por teléfono. Sin embargo, me vendría bien descansar un poco... ¿Qué te parece si salimos a tomar el aire?
La sonrisa de Paula denotó que no las tenía todas consigo.
—Ya hablamos de eso esta mañana.
—Pero ha anochecido —puntualizó.
—No veo qué tiene eso que ver.
—Mucho. Ahora está demasiado oscuro para que nadie se fije en tí, y mucho menos para que te reconozcan. Pero te propongo esto: si ahí afuera hay algún paparazzi dispuesto a fotografiarte, te juro que te defenderé.
Ella rió sin poder evitarlo.
—Está bien, tú ganas, abogado.
Pedro pensó que tenía razón. Solía ganar siempre. Aunque con Lucas Hawkins las circunstancias habían sido diferentes. La sacó del hotel Paul Revere casi de forma clandestina, comprobando cada corredor, esquina y sala antes de pasar. Pero minutos más tarde, cuando ya paseaban por los alrededores de la universidad, ella se sintió mucho más relajada. Una suave brisa de verano mecía su cabello y le traía recuerdos de su juventud en aquel lugar.
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