lunes, 7 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 27

Apartó la mano de su amigo y dijo:

—Dicen que la belleza es tan superficial como la piel, y nadie mejor que yo para saber que dicen bien. Toda mi carrera ha sido una búsqueda egoísta y vacía.

—No creo que todas esas personas a quienes has ayudado a vender productos cosméticos  por valor de varios millones de dólares estén de acuerdo  contigo —comentó con ironía.

Ella se encogió de hombros.

—Pero  sigue  sin  ser  una  profesión  particularmente  noble.  Y eso me lleva  a  la  siguiente pregunta: ¿Por qué me llamó el profesor?

—No lo sé. Pero si realmente te molesta haber perdido ciertas oportunidades en la  vida,  trabajar a favor de los chicos de ese campamento  te  ayudaría a retomar el camino.

Ella negó con la cabeza, aunque se sentía incapaz de discutir con él

.—Eres un hombre muy persuasivo.

—Es una habilidad adquirida.

—Pues la  has adquirido muy bien —dijo—.   De acuerdo, pensaré en tu   propuesta.

—Me parece justo.

A  ella  no le  pareció  tan justo  que la  siguiente  sonrisa de Pedro bastara  para  dejarla sin aliento. Tenía efectos devastadores en ella, y su corazón se aceleró un poco cuando  se  preguntó  qué se sentiría al sentir  su  boca.  Ya había tenido ocasión de probarla, aunque brevemente,  pero estaba tan alterada que había olvidado la sensación.Después de todos los años transcurridos, se sentía capaz de bajar la guardia, de entregarse y de estar a salvo con él. Por desgracia,  se había  portado  tan  mal  con  Pedro que  probablemente  no  se  le  ocurriría volver a tocarla. Y deseaba que lo hiciera. Lo deseaba con toda su alma. Por mucho que le disgustara lo  sucedido, lo deseaba y  empezaba  a estar maravillosamente acostumbrada a la sensación de desearlo.

—Ah,  por  cierto,  la  próxima  vez  que  sientas  la  tentación  de  llamarme  por  teléfono desde el pasillo...

—¿Sí?

—Que llames antes a la puerta que conecta las dos suites.

Él sonrió de oreja a oreja y ella se estremeció.No  obstante,  Paula se  dijo  que  no  había  motivos  para  preocuparse.  En  poco  tiempo,  se  reunirían  con  la  junta  directiva  de  la  universidad  darían  testimonio a  favor del profesor Gerardo Harrison y sus caminos volverían a separarse.


Pedro arrojó los formularios de la apelación de Lucas Hawkinsa la  cama.  Le  parecía  obsceno estar  trabajando  en  su  caso  mientras  Paula se encontraba en la  habitación  contigua.  Aunque no  sabía lo que le  había  hecho, era  evidente que  había sido algo realmente malo. Diez  años  atrás,  se había  sentido  profundamente  herida  por  la  ruptura  de  su  relación con un individuo que ahora había sido condenado por agresión sexual. Lucas Hawkins  era  un  canalla  de  tal  calibre  que  le  extrañaba  que  nadie  lo  hubiera  denunciado antes. Y desde luego, lamentaba haber aceptado su defensa.

Se  acercó a  la ventana y miró  al  exterior.  Anochecía.  Se  había  pasado  buena  parte del día pensando en Paula, y a esas horas ya no pudo resistirse a la tentación.Sacó  el  teléfono  móvil, dispuesto a llamarla,  y  entonces  recordó lo que había dicho sobre la puerta que  conectaba las  habitaciones.  Avanzó hacia ella  y  llamó,  esperando que el comentario  de  Paula  no  hubiera  sido  una  simple  forma  de  resultar amable. Segundos después, la puerta se abrió.

—Hola.

Paula llevaba la misma blusa blanca y los  mismos vaqueros que le había  visto por la mañana, y que tan bien remarcaban sus firmes pechos, la suave curva de sus caderas y sus larguísimas piernas. Estaba preciosa.

—¿Te interrumpo en mal momento? —preguntó él.

Ella se encogió de hombros.

—No, a menos que consideres que ver por enésima vez un capítulo de Star Trek sea una ocupación impostergable. ¿Y tú?

pedro sintió una punzada de angustia al recordar lo que había estado haciendo. Miró hacia su habitación y suspiró, aliviado, cuando comprobó que había dejado los formularios dentro de la carpeta.

—No estaba haciendo nada importante. Sólo papeleo y esas cosas.

—Suena apasionante.

—Ni te lo imaginas. Pero ahora mismo no tengo que asistir a ningún juicio, así que puedo hacer el trabajo desde aquí y comunicarme con mi despacho por teléfono. Sin embargo, me vendría bien descansar un poco... ¿Qué te parece si salimos a tomar el aire?

La sonrisa de Paula denotó que no las tenía todas consigo.

—Ya hablamos de eso esta mañana.

—Pero ha anochecido —puntualizó.

—No veo qué tiene eso que ver.

—Mucho.  Ahora está demasiado oscuro para que nadie se  fije en tí,  y mucho menos para  que te reconozcan.  Pero te propongo esto:  si ahí  afuera  hay  algún  paparazzi dispuesto a fotografiarte, te juro que te defenderé.

Ella rió sin poder evitarlo.

—Está bien, tú ganas, abogado.

Pedro  pensó que tenía razón. Solía ganar siempre. Aunque con Lucas Hawkins las circunstancias habían sido diferentes. La sacó del hotel Paul Revere casi de forma  clandestina, comprobando cada  corredor, esquina  y sala antes de pasar. Pero minutos  más  tarde,  cuando ya  paseaban  por los alrededores  de la  universidad,  ella se sintió mucho  más  relajada.  Una  suave  brisa  de  verano  mecía  su  cabello y le traía recuerdos  de  su  juventud  en  aquel lugar.

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