—Lo siento, Pauli —añadió él.
—No hay nada que sentir. La idea de salir a desayunar ha sido mía. ¿Quién iba a imaginar que de todos los bares del mundo me reconocerían en ése?
—Cuando tu cara sale en televisión y en las revistas, las posibilidades son bastante altas. De hecho, casi del cien por cien. Pero no puedo creer que se haya dirigido a ti en esos términos. Solías ser Paula Chaves, ha dicho...
—Tiene razón en cierto modo.
—Pero si sigues siéndolo...
—No creas. La Paula Chaves que yo conocí murió en un accidente —declaró, mientras se apoyaba en el coche.
—No hables de ese modo.
—Sólo digo la verdad. Ni siquiera reconozco a la mujer que soy ahora: ¿Y sabes qué es lo peor de todo?
—No.
—Que Paula Chaves no tenía nada que ofrecer. Nunca hizo nada importante ni ayudó a nadie. No fue como tú.
—Mira, sigues siendo la mujer que conocí en la universidad. Salvo que ahora eres más fuerte. ¿Y quieres saber algo más?
—¿Qué?
—Que estar contigo, saber lo que te ha pasado, compartir tus días... me ha convertido en un hombre mejor de lo que era.
—Oh, Pedro... eres un encanto, pero tú siempre fuiste un gran hombre.
—No, yo...
Ella lo acarició.
—Te debo mucho. Me has sacado de mi encierro y creo que ahora podré empezar una nueva vida.
—Yo no he hecho nada. Lo has hecho tú sola.
—Te equivocas —dijo, sonriendo—. Gracias, Pedro.
—Pero si no merezco...
—Oh, vamos, vamos. Sólo tienes que decir «de nada».
—Está bien... De nada.
Pedro sonrió y Paula pensó que era el hombre más atractivo del mundo. Pero ese mismo hombre, que podía derretirla con una sonrisa, también era el más peligroso para ella. No quería enamorarse.
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