viernes, 4 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 22

Paula de repente se sintió dominada por una profunda tristeza. Si un hombre tan maravilloso como Pedro no lograba superar la barrera de su pasado, ningún hombre lo conseguiría y ella nunca volvería a ser normal. Ni siquiera podría obtener el sencillo placer de recibir, de vez en cuando, un beso. Durante su carrera como modelo había rechazado a infinidad de pretendientes, pero ésta era la primera vez que lo lamentaba. Probablemente, Pedro pensaba que estaba como una cabra. Sin embargo, se habría marchado igualmente si le hubiera contado toda la historia. En realidad, no sabía qué hacer. Las cosas habían llegado a tal punto que se limitaba a intentar convencerse de que sus problemas desaparecerían si los ocultaba el tiempo suficiente. Pero aunque no lo consiguiera, estaba decidida a mantenerse alejada de él. Al menos, le quedaba su orgullo. Pedro podía estar con la mujer que eligiera, pero tendría que ser otra. Ella sólo era una ex modelo desfigurada. Pero había un problema: él le gustaba de verdad, lo cual complicaba las cosas. Sabía por experiencia que la confianza resultaba peligrosa y que la esperanza no era precisamente su amiga. De vez en cuando, soñaba con volver a ser la que había sido antes del accidente. Pero los médicos habían hecho todo lo posible y ahora sabía que no recuperaría el rostro que la había hecho famosa. La esperanza no servía de nada. Y a diferencia de las fotografías de las portadas de las revistas, la vida no se podía retocar con facilidad. Lo mejor, desde el punto de vista de su salud, era librarse de él. No podía permitirse el lujo de que la rechazaran otra vez. No con Pedro.



Pedro estaba cansado, pero no pudo dormir. Pensaba una y otra vez en la reacción de Paula, y dió tantos paseos arriba y abajo que se dijo que tendrían que cambiar la moqueta de la suite antes de que apareciera Sandra Westport. La periodista había quedado en pasar por el hotel para recoger los documentos. Ahora se maldecía por lo sucedido. Realmente no había tenido intención de besarla, pero lo deseaba desde hacía tanto tiempo que supuso que la tentación había sido demasiado fuerte. En sus años de estudiante nunca habría tenido la menor oportunidad con ella. Entre otras cosas, porque tenía miedo de que se riera de él. Pero el tiempo lo había cambiado todo y se había dejado llevar. Por desgracia, ahora no conseguía dejar de pensar en la mirada de terror de la mujer que deseaba. Era como un animal atrapado, a punto de atacar o de salir corriendo. Evidentemente había sufrido una experiencia traumática que no tenía relación alguna con el accidente. Estaba muy asustada.

Como si fuera ayer, Pedro recordó otra noche en el colegio mayor, muchos años antes, cuando Paula se marchó entre lágrimas. Él la siguió e intentó animarla, pero ella se limitó a decir que Lucas Hawkins y ella habían roto. Siempre había odiado a aquel tipo y no comprendía lo que ella podía ver en él. Pero aquella misma noche le dió un buen puñetazo. Se lo debía por haberla hecho llorar. Pero ahora ya no era un jovencito. Era un hombre que podía hacer daño como cualquier otro hombre, y se habría cortado el brazo derecho antes de causarle a ella  el menor dolor. De modo que no tendría más remedio que reprimir su deseo. En tales circunstancias, sólo servía para complicarlo todo. Estaba tan absorto en sus pensamientos que se sobresaltó cuando llamaron a la puerta. Cuando abrió, se encontró ante Sandra Westport. Estaba muy atractiva con el vestido blanco que llevaba, sin mangas, y las gafas de sol en la cabeza, como si fueran una diadema. Una vez más, pensó que David Westport tenía suerte.

—Hola —dijo ella.

 —Hola —dijo él, haciendo un gesto hacia los documentos que le había prestado—. Ha sido una colosal pérdida de tiempo. No he encontrado ninguna prueba que lo incrimine.

Ella lo miró con escepticismo.

—¿Quieres decirme que realmente has visto esos documentos?

—Por supuesto que sí.

—¿En serio? ¿Y tu lealtad hacia el maravilloso profesor Harrison no te impediría desvelar ninguna práctica deshonesta?

—No, aunque le debo mucho —confesó.

—¿Qué le debes?

—Muchas cosas. Entre otras, que fuera mi tutor.

—Y yo que pensaba que eras un tipo listo…

 Él sonrió.

—En otras palabras, pensabas que era un guapo tonto.

—Sí, la verdad es que sí.

—Te contaré lo que pasó.

—Vaya, esto promete…

Pedro la invitó a tomar asiento y ella aceptó encantada y se acomodó en el sofá. Él lo hizo en un sillón, frente a su invitada.

—Verás, yo estaba pasando una época muy difícil en la universidad. Tenía problemas y me perdía muchas clases, y ya sabes que perder clases puede significar que te bajen las notas todavía más. Sólo tenía una forma de evitar que me expulsaran: sacar un sobresaliente en la asignatura de lengua.

—¿Y el profesor te ayudó?

Sandra lo preguntó con dobles intenciones y Pedro se dió cuenta.

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