Cuando el camarero tomó nota de las bebidas, Pedro miró a Paula por encima del mantel, las flores, las velas y los platos de la mesa. Estaba nervioso por ella. Se encontraban en un lugar público, y si alguien le dedicaba una mirada de reconocimiento, o siquiera de curiosidad, no sabría qué hacer.
—Parece que hemos acertado con el local.
—Sí, he mirado en Internet y parece ser que La vie en rose es un restaurante famoso... Gracias por traerme —dijo ella.
La idea no había sido de él, sino de ella. De haber podido elegir, Pedro no la habría llevado a un sitio al que solían ir los ricos y famosos. Pero Paula se había empeñado. Había insistido en que ya era hora de afrontar la realidad y dejar de esconderse. Supuso que la confesión sobre la violación la había liberado de algún modo. Sin embargo, para él era una condena. Ahora no dejaba de pensar en lo que le haría a aquel tipo si llegaba a ponerle las manos encima.Al notar su gesto de preocupación, Paula dijo:
—Es temprano, así que no creo que corra el riesgo de que aparezca un paparazzi. No estarás enfadado por haber venido aquí, ¿Verdad?
—No, por supuesto que no —respondió—. Como te dije anoche, no soy capaz de negarte nada.
—Lo recuerdo muy bien. Y yo te prometí que sólo utilizaría mi poder por una buena causa. Esta cena es un símbolo.
—¿De qué?
—De mis progresos. Cuando llegué a Saunders, estaba tan nerviosa que ni siquiera me atrevía a salir de la suite. Y ahora, fíjate en mí... Estoy cenando en un restaurante, y en compañía de un hombre increíblemente guapo. Soy muy afortunada.
—El afortunado soy yo. Todos los tipos del local me miran con envidia.
—¿Intentas halagarme? ¿O coquetear conmigo?
—Coquetear, por supuesto —bromeó—. Sólo espero que no aparezca otra Mariela...
Ella se encogió de hombros.
—Si aparece, reaccionaré mejor esta vez. Y será gracias a tí.
—Yo no he hecho nada.
—Mentiroso. De no haber sido por tu ayuda, todavía estaría escondiéndome en mi habitación como si me persiguiera la policía. Seguiría siendo una sombra de lo que fui.
Pedro se estremeció al oír que lo llamaba mentiroso, aunque fuera en broma. Ella no sabía que había defendido a Lucas Hawkins y que había perdido el caso. Pero tampoco sabía, lo cual era peor, que la apelación todavía estaba pendiente. En ese momento llegó el camarero e interrumpió sus pensamientos.
—Un merlot para la señorita y un cabernet para el caballero... —dijo, mientras les servía el vino—. ¿Ya saben lo que van a comer? —preguntó.
—Sí, yo tomaré cordero y ensalada.
—Muy bien. ¿Y usted, señor?
—Lo mismo.
—Traeré la ensalada enseguida.
Pedro alzó entonces su copa y dijo:
—Propongo un brindis. Por los nuevos comienzos. Y porque tu examen de esta noche sea todo un éxito.
—Oh, descuida, no estoy preocupada. Además, el local está casi vacío porque es demasiado pronto. Sé por experiencia que la gente que se quiere dejar ver aparece mucho más tarde —declaró ella.
—No puedo creer que tú necesitaras que te vieran...
—Pues créelo —dijo, con una sonrisa algo triste—. Hay muchas mujeres hermosas, y el éxito en este negocio consiste en destacar sobre las demás. Hay patadas por conseguir que tu nombre aparezca en un periódico o en las revistas del corazón. Y por supuesto, tienen que verte con la persona correcta.
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