—Sí, pero no le he dicho que de vez en cuando defiendo a verdadera gentuza.
—Oh, vamos, eso forma parte de tu trabajo. Además, todo el mundo se arrepiente de algo.
—¿Tú también?
—Sí, yo también.
—¿Y de qué podrías arrepentirte tú?
—¿Has hecho algo malo por una buena razón?
—Es probable. Aunque normalmente, hago cosas malas por malas razones.
—Sea como sea, sólo con el tiempo se alcanza a tener una perspectiva real de las cosas.
—Es verdad. Pero ¿Qué intentas decirme?
—Que no estoy seguro de no haber cometido un error.
—¿Te refieres a mí? —preguntó Pedro—. ¿Yo soy tu error?
—Escúchame un momento, Pedro. ¿Recuerdas que te estabas saltando mis clases por problemas personales?
—Sí, cómo lo voy a olvidar...
—Corrías el riesgo de perder dos cursos, y no porque fueras un mal estudiante, que no lo eras, sino simplemente por no asistir a clase. Cosas de esta universidad... castiga las ausencias bajando la nota.
—Bueno, al final conseguí nota suficiente...
—Sí, pero si te hubieran aplicado la norma, no lo habrías conseguido.
—¿Estás diciendo lo que creo?
—En efecto. Cambie las notas de tus exámenes. Si no lo hubiera hecho, no te habrían aceptado en la mejor facultad de Derecho del país.
Pedro se sintió como si el mundo se le hubiera caído encima. En el fondo siempre había sospechado que había pasado algo raro con sus notas, pero la confirmación de sus sospechas era demasiado dura.
—Ya veo que no has perfeccionado tanto el arte de ocultar tus emociones —continuó el profesor—. Te he sorprendido.
—Sí y no.
—Mira, siempre te tuve en gran aprecio, Pedro. Para mí es como si fueras mi hijo. Y yo sabía que querías ir a esa facultad, que querías tener éxito en tu trabajo y ganar dinero.
—Qué ironía. Y mientras tanto, tú has acabado arruinado.
—Sí, pero volviendo a tí... ahora ya no estoy tan seguro de haber hecho bien. Viendo cómo te ha tratado la vida, tal vez cometí un error.
—No sé qué decir, Gerardo. Sólo sé que lo que acabas de contarme no me será precisamente de ayuda con el problema que he venido a consultarte. Paula no querrá saber nada de mí si averigua quién soy.
—¿Tan malo crees que eres?
—¿No te lo parezco?
—Tú ni siquiera querías convertirte en lo que eres actualmente. Si no recuerdo mal, tenías objetivos muy nobles.
—Es verdad —dijo con amargura.
Pedro permaneció en silencio durante unos segundos. La declaración de Gerardo Harrison lo había dejado completamente descolocado. Pero intentó concentrarse en el problema de profesor.
—Dentro de unos días tengo que ver a Carlos Broadstreet. ¿Qué voy a decirle? ¿Hay algo más que deba saber?
El profesor quiso decir algo, pero pedro siguió hablando.
—No, no digas nada. Lo que hiciste por mí sólo fue, en el peor de los casos, un simple error. Eso no pesa tanto como toda una vida de trabajo.
—No estoy tan seguro. Pareces tan insatisfecho...
—Pero yo elegí mi camino.
—Bueno, nunca es tarde para cambiar. Tal vez suene a cliché, pero es cierto.
—No sé qué decir. Pero no te preocupes por mí ahora. Preocúpate por tí.
—Sí, claro. —Si te sirve de consuelo, eché un vistazo a los documentos de Sandra Westport y no tiene nada contra tí. Esa es la buena noticia.
—Hablando de buenas noticias, ¿Sabías que David y Sandra Westport quieren adquirir el edificio vacío que hay junto a su tienda? Por lo visto, quieren abrir un centro para jóvenes y un campamento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario