—Mira, Paula, no sé lo que hay entre tú y Pedro, pero puedo decirte esto: hace años, muchos inocentes terminaban en la cárcel porque el sistema de este país es como es y no podían pagarse un buen abogado. Ahora, por lo menos cuentan con el que les proporciona el Estado. Imagina lo que pasaría si no existieran los abogados defensores... Y el hecho de que de vez en cuando le toque defender a un canalla, no lo convierte en mala persona.
—Yo no he dicho que lo sea.
—Lo has insinuado. Y resulta que Pedro no es sólo un gran abogado, sino también el mejor hombre que he conocido.
—Estoy segura de ello.
—¿Segura? Noto cierto escepticismo en tu voz... Te contaré una historia: mi difunto marido estuvo muy enfermo antes de morir y me dejó una montaña de acturas que yo no podía pagar.
—Siento saber que ha muerto...
—Gracias.
—Comprendo bien lo de las facturas médicas. Yo me arruiné por eso.
—Pues debes saber que estás saliendo con una excelente persona —continuó Romina—. Pedro se ofreció a pagar mis deudas.
—¿Y lo hizo?
—Yo me negué, pero no aceptó la negativa e insistió.
Paula sonrió.
—Oh, sí, ya he comprobado que no le gusta que le lleven la contraria.
—Sí, es verdad... De todas formas, cuando me negué a darle los datos del hospital, él se puso en contacto directamente con ellos, negoció la deuda y la canceló.
—Supongo que le estarás muy agradecida...
—Lo estoy, no lo dudes. Pero ¿Qué es eso de que te has arruinado por culpa de los médicos? ¿Qué te ha pasado?
—Me atropelló un conductor borracho.
—Oh, lo siento... Eres modelo, ¿Verdad?
—Lo era. Por cierto, Pedro me dijo que mencionaste mi situación a Sandra Westport.
—Sí. Se puso en contacto con tu agente para ver si querías representar su proyecto, y no entendía que rechazaras la proposición. Pero un día te ví por la calle e imaginé lo que había pasado, así que se lo dije.
Paula agradeció mucho que Rominano evitara el tema. Además, ahora quería que se supiera la verdad. Gracias a Pedro, había dado los primeros pasos y empezaba a ser la que había sido.
—Pedro me ha ayudado mucho —confesó Paula.
—Ah, es típico de él... —dijo Romina, con una sonrisa—. Todo un caballero andante. Pero discúlpame, me temo que debo marcharme.
—¿No puedes quedarte hasta que vuelva Pedro?
—Tengo la impresión de que esa llamada lo mantendrá ocupado un buen rato.
—Está bien. En ese caso, te acompañaré a la puerta.
Romina se detuvo un momento antes de marcharse y dijo:
—Recuerda algo importante, Paula. Si estás intentando convencerte de que no estás enamorada de él, no lo hagas. Es un buen hombre. Y no encontrarás uno mejor.
Romina se marchó antes de que ella pudiera negar que estuviera enamorada de Pedro. Cuando pasó ante su despacho, vió que había cerrado la puerta. Era evidente que seguía hablando por teléfono, aunque naturalmente no sabía con quién. En el fondo, la posibilidad de estar enamorada le daba miedo. Se estaba recuperando de sus traumas y del accidente y no le parecía que fuera el mejor momento para pensar en algo tan serio como vivir con alguien. Sin embargo, tampoco podía engañarse. Sus sentimientos hacia Pedro eran cada vez más profundos y no podía permitir que el miedo se interpusiera en su camino. Además, se lo debía. Había sido muy bueno con ella y era justo que por su parte se arriesgara un poco. Tal vez terminara mal parada, pero al menos no se arrepentiría más tarde por no haberlo intentado.
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