miércoles, 9 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 32

—No lo recuerdo.Por alguna razón, aquello la alegró.

—Bueno, ¿Y qué tal si me enseñas el resto de la casa?

—Es una habitación muy bonita.

—Tus deseos son órdenes para mí...

Él le enseñó todo el piso, habitación por habitación, hasta que por fin llegaron al salón.  Entonces, se fijó en una fotografía en la que aparecía una mujer de expresión dulce y avanzada edad. Se acercó y la miró.

—¿Quién es?—Mi abuela.

—Parece una mujer encantadora.

—Lo era —dijo, con un fondo de tristeza en la voz.

—Yo no llegué a conocer a mis abuelos.

—Ni yo a mis padres, como quien dice —confesó—. Pero dime, ¿Tienes hambre?

A Paula no le pasó desapercibido el súbito cambio de conversación.

—Estoy  hambrienta —admitió—.  Pero primero tengo una pregunta que hacerte.

—Adelante.

—¿No tienes fotografías tuyas?  De la universidad, o tal vez del instituto...  puede que si viera alguna, me acordara de tí.

—No, me temo que no.

—¿Ninguna?

—No, ninguna.

A Paula le pareció un poco extraño. Sabía que los hombres tendían a no dar demasiada  importancia  a  esas  cosas,  pero  en  cualquier  caso  le  resultaba  muy  raro  que no tuviera ni una sola fotografía suya.

—Qué pena. Me gustaría acordarme de tí.

—Bueno, en realidad no importa.

—¿Por qué dices eso?

—Porque no fue una época que me apetezca recordar.

—De todas formas, estoy segura de que debes tener alguna fotografía en alguna parte...

—No, pero tengo una magnífica botella de vino tinto.

Pedro la tomó del brazo y la llevó hacia la cocina. Su actitud era aparentemente natural,  pero Paula no olvidó lo sucedido.  No sólo decía que no tenía fotografías de su pasado sino que además era evidente que no quería hablar de él. ¿Por qué?Cuando llegaron a la cocina, él descolgó el teléfono y marcó un número.

—Voy a encargar comida italiana.

—¿Te sabes el número de memoria?

—Digamos que no suelo cocinar mucho.

Paula se preguntó si no tendría a alguien que cocinara para él.  Tal vez una mujer.  La idea le resultó desagradable, pero se dijo que no tenía ningún derecho a sentir celos. A fin de cuentas, lo había rechazado. Sin embargo, quería saber más cosas de Pedro. Quería saber  quién había sido y por qué no tenía recordatorio alguno de su pasado. En  ese  momento, se alegró aún más de haber aceptado  la  invitación.  Aunque hubiera contratado una  decoradora para arreglar el piso, estaba convencida de que en algún lugar, en alguna parte, descubriría pistas sobre el verdadero Pedro Alfonso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario