viernes, 27 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 41

—¡No podría estar más de acuerdo!

—No me importa lo que hagas de noche. Además, después de Andrew estoy segura de que necesitas algo distinto. ¡Pedro Alfonso debe ser mucho mejor que una píldora para dormir!

La cólera invadió a Paula. ¡Esa mujer era un monstruo!

—Claro, todo el mundo ha notado lo… amigos que se han vuelto —prosiguió Juliana —. Eres la comidilla del vecindario.

—¿Sí? —preguntó Paula con voz helada.

—Oh, sí; por supuesto que serías una tonta si rechazaras las atenciones de un hombre como Alfonso… pero, no lo habrás hecho, ¿verdad? —agregó Juliana con una sonrisa provocadora.

Paula vió al dueño de la tienda fijarse en ellas; era obvio que las había visto hablar demasiado. No había nadie más esperando, pero no era aconsejable hablar mucho con los clientes.

En ese momento, a Paula ya no le importaba lo que Ariel Young pensara, lo único que quería era borrar la expresión satisfecha del rostro de Juliana Giordano.

—No, no lo he hecho —replicó fingiendo dulzura—. Como dices, sería una tonta.

—Debe resultar un… amigo maravilloso —la mirada ansiosa de Juliana invitaba a la confidencia. ¡Como si pudiera decirle algo a esa mujer!

—Oh, sí, lo es —dijo mientras le alargaba la cuenta—. Y estoy segura de que también será un estupendo marido —la miró retadora.

—¿M… marido? —Juliana se tambaleó—. ¿Dijiste… marido?

—Sí —Paula sonrió triunfante—. Pedro y yo nos casaremos el próximo mes.

—¿En serio? —balbuceó la otra mujer—. Quiero decir, ¿tan pronto? —no podía creerlo.

—Así es —repuso Paula con calma.

—Bueno… yo… Felicidades —dijo Juliana—. ¡No tenía idea!… Patricia no me lo había dicho —añadió, acusándola resentida.

Paula se lo había contado a Patricia la misma noche que volvió de casa de Pedro, segura de que su amiga no hablaría… mucha menos a esta mujer. ¡Pero los insultos de Juliana Giordano esa mañana habían sido demasiado para ella!

—Patricia es una buena amiga, y confiable —señaló.

—Ya veo —dijo Juliana tensa.

Paula lo dudaba; esa clase de persona sólo veía lo que quería. Y ahora que había revelado el hecho de su próximo matrimonio con Pedro, se sintió flaquear, cansada de seguir hablando.

Por suerte, también Juliana pareció cansarse de molestarla y pagó la cuenta, saliendo casi corriendo de la tienda. Paula permaneció inmóvil, olvidando todo lo que le rodeaba. Por un acuerdo tácito, ella y Pedro habían decidido no decir a nadie de su boda sino hasta que la ceremonia hubiera pasado, y no sabía cuál sería la reacción de Pedro al enterarse de que ella se lo había dicho a la chismosa más grande del pueblo. ¡Oh, Dios, seguro que ya lo estaba contando a todo el mundo!

—¡Señora García! —Ariel Young estaba frente a ella—. Señora García, tiene usted un cliente —señaló a una mujer que esperaba pagar su compra—. Lo siento, señora, no sé qué le pasa a…

—¡Perdóneme! —Paula se puso de pie y escapó corriendo al cubículo de empleados.

Ya se había puesto la chaqueta, cuando Ariel entró, furioso.

—Señora García, usted… —su furia pareció ceder cuando la vió lista para marcharse—. ¿Qué está haciendo? Son sólo las doce y media…

—Ya no puedo seguir trabajando aquí —le dijo con brusquedad, al mismo tiempo que tomaba su bolso.

—¿Se siente mal?

—No, le digo que me marcho. Lo siento. Por supuesto que puede olvidarse de mi paga —fue hasta la puerta—. De verdad lo siento.

—Pero… pero…

—Por favor, comprenda, me tengo que marchar —le gritó Paula saliendo de la tienda.

Caminó por el parque durante una hora, temerosa de la reacción de Pedro al enterarse de lo que le había dicho a Juliana. Seguro que se pondría furioso, y tenía derecho a estarlo.

Estaba demasiado aturdida para darse cuenta de la preocupación que sentía por los sentimientos de Pedro. El hecho de haber abandonado el trabajo que tanto había significado para ella unos meses atrás, no parecía afectarla. Sólo Pedro importaba, y lo que le iba a decir a ella. Sería demasiado esperar que no se enterase.

¡Seguro que ya lo sabía la mitad del pueblo! Y no tardaría en llegar a sus oídos…

—Paula, ¿qué demonios haces?

Ella se volvió sobresaltada al reconocer su voz.

Pedro iba vestido de traje de oficina. Vestido así se parecía poco al hombre con quien compartía las tardes, y eso la asustó aún más.

—¿Paula? —llamó su atención, preocupado por su silencio.

Ella tragó saliva.

—Pedro —exclamó sorprendida—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Te estoy buscando —le sonrió.

—¿No deberías estar trabajando? —preguntó ella, sin moverse.

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