miércoles, 25 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 33

Navidad era de las pocas fechas en que se quedaba con ella y con Martina, el día y la noche. Excepto el último año. Eso había sido un desastre. Martina se había levantado de madrugada, como siempre, y corrió a la habitación de su padre, feliz de poderle mostrar sus regalos. Pero Antonio sufría de jaqueca por la juerga de la noche anterior y le ordenó salir, de mala manera, arrojando algunos objetos contra la puerta. La niña corrió asustada en busca de su madre. Paula la calmó, explicándole que su padre no se sentía bien, y cuando la niña subió a dormir, a media mañana, hubo una escena terrible entre ella y Antonio. El resultado fue que su marido se marchó de la casa dando un fuerte portazo y volvió muy tarde, bastante bebido. Los insultos aquel día fueron mucho más crueles de lo normal, llegando a extremos insospechados.

—Mmm, el olor a pavo siempre me abre el apetito. ¿Paula? —Pedro la miró asombrado—. ¿Estás llorando?

—No, es que he estado pelando cebollas —trató de excusarse, limpiándose las mejillas.

Pedro la obligó a volverse hacia él.

—No es eso. Te veías muy triste cuando entré —la miró con ojos escrutadores— ¿En qué estabas pensando?

—En nada importante —ella trató de evadirse.

—Mientes —dijo molesto—. ¡Pensabas en Antonio!

Ella se limpió las manos con el delantal que llevaba.

—¿Y por qué no iba a pensar en Antonio? —lo retó tajante—. Estas fechas son muy familiares, y Antonio era mi esposo.

Un gesto de rabia apareció en la boca masculina.

—Estoy muy consciente de quién fue Antonio —gruñó—. Y de lo que era. ¿Así que lo extrañas?

—Yo…

—¿Aun después de lo que te hizo? —continuó implacable.

Paula se tensó y contuvo la respiración.

—¿De lo que me hizo? ¿Qué quieres decir?

Pareció estar a punto de hablar, pero se contuvo.

—Admitiste saber lo de Antonio y Lau —murmuró él.

—Hace meses que terminé de llorar por eso.

—Así que lo extrañas —insistió él con amargura.

—¡No! Yo… ya me sobrepuse también a eso —sabía que no sonaba muy convencida. Pero hacía meses había terminado por admitirse a sí misma que la mayor sensación que tenía al estar sin Antonio era la de alivio. No podía fingir sobre ese punto.

—Entonces, ¿por qué? ¿No más deudas, Paula? —le preguntó con suavidad.

—Tú… ¿también sabías eso? —la joven se puso lívida.

—Sí —suspiró él.

—¿Cómo?

—Patricia…

—¡Creí que era mi amiga! —exclamó furiosa.

Pedro también se enfureció.

—Y lo es, por eso me lo dijo. Pensó que podría ayudarte. Te dije que estaría cerca si me necesitabas, Paula, y tú dijiste que no dudarías en acudir a mí. Y no acudiste, maldita sea, ¡lo enfrentaste todo sola! Yo podía haber…

—Patricia no tenía derecho…

—¡Tenía todos los derechos! Y, dadas las circunstancias, yo debí haber adivinado…

—¿Circunstancias? —lo cortó tajante—. ¿Qué circunstancias?

Pedro se encogió de hombros, ocultando su expresión bajo una máscara enigmática.

—Te era infiel.

—Eso no quiere decir que dejara de proveer para Martina y para mí —de repente levantó la voz.

—Pero no lo hizo.

—No, no lo hizo —aceptó ella jadeante. Había algo que Pedro le estaba ocultando, y estaba segura de que era algo terrible—. Quiero saber la verdad, Pedro —le pidió con voz fuerte—. ¿Qué circunstancias? ¿Qué otra cosa hizo Antonio?

—¿Hacer? —quería dejar el tema—. Nada, hasta donde yo sé. ¿Qué tal va la comida?

—Pedro…

—Ahora no, Paula —le rogó—. No quiero discutir contigo delante de Martina. Si quieres, hablaremos más tarde, pero ahora no —dijo controlando la rabia que lo embargaba, y luego se dirigió al salón desde donde llegaban las risitas de la niña.

Paula se las ingenió para controlar su curiosidad hasta después de la comida, hasta que Martina subió a dormir en uno de los dormitorios de la parte superior de la casa.

Pedro se dispuso a servirse un vaso de whisky.

—¿Quieres tomar algo? —le ofreció ceñudo.

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