miércoles, 18 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 13

—Tal vez no quiera serlo. Lau es mi tipo de mujer… le gusta actuar como una mujer —agregó con crueldad—. Y también tiene cerebro. Sí, después de todo, creo que me casaré con ella.

—No… —Paula se puso lívida.

—Sí —dijo él, disfrutando al verla sufrir—. Las otras mujeres nunca significaron nada para mí, pero Lau es distinta. No me importaría casarme con ella. No quiero decir que no me hayas sido de utilidad —añadió con sorna—. Has servido como impedimento para las mujeres que sólo piensan en casarse. Esa es la única razón por la que seguí casado contigo —rió—. Tienes poco más que ofrecer.

Aquella risa fue el insulto final para Paula. Había aguantado demasiado esa noche… el extraño comportamiento de Pedro Alfonso, los insultos de Roberto Torres, las miradas compasivas de casi todo el mundo, la “amistosa” charla con María Laura y ahora esta amenaza de divorcio por parte de Antonio, hecha con tanta crueldad.

Su mano pareció levantarse en cámara lenta, golpeando a Antonio con tal fuerza que lo hizo tambalearse.

Pero en cuanto recuperó el equilibrio, fue hacia ella, una peligrosa luz brillando en sus ojos. Paula ni siquiera se movió cuando, frío y calculador, le devolvió el golpe.

Había recibido mucha violencia de su parte en el pasado para que le importara; ya ni siquiera sentía dolor. Antonio era uno de esos hombres que golpeaba al enfadarse. Ya había dejado de importarle, y mientras no utilizara la misma violencia contra Martina, seguiría sin importarle.

—Voy a volver a la fiesta —gruñó él—. Puede que llegue tarde a casa, o puede que no llegue en toda la noche. Y dije en serio lo del divorcio, Paula ¿Sabes lo que eso significa?

El dolor casi le paralizó el corazón.

—Martina…

—¡Sí! —la sonrisa masculina se tornó en extremo cruel—. No eres la madre adecuada para ella, ambos lo sabemos. Lau será mucho mejor —le dio la espalda, dejándola clavada al suelo, aterrada.

No podía pensar en otra cosa. ¡Nunca! Jamás permitiría que Lau se convirtiera en la madre de Martina.

El chofer del taxi debió pensar que era una mujer un tanto extraña al verla arrimarse en el asiento trasero, y luego, ¡cuando le pidió que la acompañara hasta la puerta para poder pagarle!

—Peleó con su novio, ¿eh? —le comentó el hombre con desenfado—. No se preocupe, querida, eso le pasa a todo el mundo.

—Sí —aceptó ella—. Yo… gracias.

—Buenas noches, querida —el chofer se despidió y se alejó silbando una conocida melodía.

Patricia estaba en el salón. Martina dormía en el sofá.

—¿Has… —le preguntó su amiga con voz baja para no despertar a la niña—, has discutido con Antonio?

La joven se encogió de hombros. Sólo tenía ojos para Martina.

—La llevaré a la cama —tomó a la niña en brazos y la subió, con la pequeña cabecita rubia reclinada sobre un hombro.

—Yo traté de hacerlo un par de veces —le dijo Patricia—. Pero en cuanto la tocaba, se despertaba.

—Lo sé —aceptó Paula, acariciando el cabello de su hija y estirando la colcha— No se deja con nadie más que conmigo —los ojos se le llenaron de lágrimas al ver a su hijita.

Patricia frunció el ceño mientras salían de la habitación.

—¿Hay algo que pueda hacer, Paula?

—No —la joven luchaba para controlar las lágrimas.

—Pero, ¿has discutido con Antonio? —insistió Patricia.

—Sí —repuso Paula—, podrías llamarlo así —se mordió el labio inferior—. Él… quiere el divorcio.

—¿Él, qué?

—Quiere el divorcio —ya estaban de vuelta en el salón y Paula dejó correr las lágrimas—. Antonio quiere el divorcio —repitió escondiendo el rostro entre las manos.

—¿Él lo quiere? —incrédula, Patricia exclamó, sentándose a consolar a la llorosa Paula—. ¡Después de todo lo que le aguantas!… Bueno, no te preocupes, cariño — dijo con ira—. Gerardo y yo cuidaremos de tí, y de Martina, por supuesto.

¡Martina, Martina! De repente, Paula se irguió. Sabía muy bien lo que debía hacer.

—Me voy, Patricia. Esta noche, yo…

—¡No te puedes ir a estas horas! —exclamó Patricia—. Ven a casa con Gerardo y conmigo; quédate unos días, hasta que Antonio recapacite.

—¡A tu casa! No, tengo que irme lejos —insistió Paula, poniéndose de pie—. Tengo que ir a donde Antonio no pueda encontrarnos.

—Tal vez haya bebido demasiado —la animó Patricia—. Es posible que cuando llegue a casa ya haya olvidado todo.

—No va a venir a casa; al menos, no esta noche —dijo Paula con amargura, pues sabía que una vez decidido a algo, su marido no cambiaba de opinión.

—Pero, ¿dónde está?… Oh —Patricia se ruborizó al darse cuenta de lo tonto de su pregunta—. Por lo menos déjalo hasta mañana, querida. Si no va a venir esta noche, entonces no hay prisa.

—Tienes razón —reconoció Paula.

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