domingo, 15 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 1

Los brazos de su pequeña hija rodearon el cuello de Paula, quien la miraba con cariño. La chiquilla era la imagen viva de su madre, cabello rubio, grueso y liso, ojos azules y soñadores, que se miraban en otros ojos azules también soñadores, una naricita pequeña y respingona y una boca donde se dibujaba una amplia y hermosa sonrisa. El parecido era extremo, aunque entre ambas existía una diferencia de veinte años. Martina apenas tenía cinco años de edad.

—¿Tienes que salir, mamita? —preguntó Martina con un gesto de disgusto—. No quiero que la vieja tía Patricia se quede a cuidarme.

—Ella no es vieja, querida —rió Paula, pellizcando la naricita de su hija. Patricia Seabrook acababa de rebasar los cuarenta y de seguro le disgustaría ser descrita como “vieja”. Además sabía que el mal humor de su hija era más debido a su enfado con su madre que a su rechazo de Patricia. Por lo general, Patricia y Martina se llevaban bien, y sabía que una vez ella y Antonio hubieran salido, tía y sobrina lo pasarían de maravilla—. Y sí, amor, tengo que salir —pasó una mano cariñosa por el cabello de la niña.

Martina frunció el ceño con petulancia.

—Pero si casi nunca sales con papá.

El semblante de Paula se ensombreció. ¿Cómo era el famoso dicho: “los niños y los borrachos siempre…”? Martina tenía razón; por lo general, no salía con Antonio, pero era por la forma en que él tenía distribuidas sus noches, que pocas veces incluían la presencia de su esposa. No sabía que la pequeña Martina se hubiera dado cuenta de las diversas actividades sociales de sus padres; no, no de sus padres, porque, en lo personal, ella no tenía vida social. Antonio la tenía por los dos.

—Esta noche es especial, cariño —se puso de pie para tapar mejor a su hija—. Tiene que ver con el trabajo de papá.

—¿Estará tía Lau también?

Paula se puso rígida.

—¿Tía Lau? —preguntó con una despreocupación que estaba muy lejos de sentir.

La chiquilla frunció la nariz con gesto de disgusto.

—Vino con mi padre y conmigo la semana pasada, cuando fuimos a comprar tu regalo de cumpleaños —comentó.

¡Maldito Antonio! Paula no necesitaba pensar mucho para saber quién era esa “tía Lau”; con seguridad era la más reciente en la larga lista de mujeres que Antonio había tenido desde que se casaron, hacía ya siete años. Pero no tenía derecho a presentar esas mujeres a su hija. Martina era lo único bueno que tenía de ese desastre de matrimonio, y no iba a permitir que su relación con ella se estropeara por descuido de Antonio.

El hecho de que la otra mujer tal vez lo hubiera ayudado a elegir el costoso perfume que le regaló para su cumpleaños, no la conmovía en lo más mínimo. Nada de lo que Antonio hacía la molestaba ya; la había dejado de molestar muy poco después del nacimiento de Martina. Pero tendría que hablar con él acerca de involucrar a Martina en su vida desordenada y sórdida. La idea no le agradaba. Las últimas semanas, Antonio se había mostrado más desagradable que de costumbre, y temía que estallara en una de sus incontrolables rabietas.

—Podría estar allí —le contestó a Martina con tono evasivo, preguntándose cómo habría conocido Antonio a esa Lau. Jamás se enteraba dónde o cómo conocía a sus mujeres, tan sólo sabía cuándo. Después de siete años, se había convertido en una experta en reconocer las señales de aviso, la forma en que, de repente, empezaba a consentir a Martina y a ignorarla a ella.

Esto último no le importaba, pero las esporádicas avalanchas de regalos y el tiempo que le dedicaba a Martina sólo lograban confundir a la niña, pues todo terminaba de la misma forma brusca en que había empezado. Paula calculaba que este último romance de su marido duraba, más o menos, dos meses.

—No me gustó ella —apuntó Martina.

—No te preocupes, querida —la tranquilizó Paula—. Quizá no la vuelvas a ver.

—Espero que no.

—Duerme ahora, Martina—le dijo su madre—. Y no canses demasiado a tía Patricia, ya sabes que no resiste mucho.

La pequeña rió, traviesa.

—Buenas noches —dijo Paula con suavidad, imaginándose a Martina bajar corriendo para reunirse con Patricia a los diez minutos de haber salido ella y Antonio.

—Buenas noches —respondió Martina—. Te ves muy linda, mamá.

—Gracias, mi amor —había un dejo de amargura en su voz. Hacía tanto tiempo que no recibía cumplido alguno, en ningún aspecto, que no pudo evitar las lágrimas.

¡Demonios! Ya estaba lista para salir, y ahora tendría que rehacer su maquillaje.

Si se retrasaba, Antonio se molestaría. La cena de la compañía esa noche significaba mucho para él. Con seguridad estaría ya abajo, entreteniendo a Patricia con todo su encanto, a pesar de los diecisiete años que le llevaba ella. Antonio no podía estar en la misma habitación con una mujer sin intentar conquistarla. Fue ese encanto lo que había atraído a Paula en un principio, el mismo encanto que todas sus otras mujeres encontraban tan fascinante.

Volvió a su habitación, en la que había dormido sola desde que Martina cumplió los tres meses. El dormitorio de Antonio estaba al lado, pero las más de las veces permanecía vacío durante la noche; sus tropezones al entrar en casa hacia las primeras horas de la madrugada eran ya algo regular, aunque con su última aventura apenas conseguía llegar a casa un poco antes de que Martina saliera para la escuela.

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