lunes, 23 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 31

—Sí, por supuesto. Me voy a cambiar —la joven no salía de su asombro.

—Estás bien así —le dijo él con voz firme.

—No, yo…

—¿Verdad que está bien así, Martina? —animó a la niña.

—Está preciosa —dijo Martina.

—Sí —afirmó Pedro con toda claridad.

—Ven, tío Pedro, te enseñaré lo que me dejó Papá Noel —la niña lo tomó de la mano.

Él asintió.

—Bajaré en un momento, Martina.

La pequeña salió corriendo, segura de que Pedro pronto estaría con ella. De repente, Jessica se sintió extrañamente sola con él, ¡y en verdad era así! Una pequeña de apenas seis años no podía considerarse un guardián adecuado.

—Si quieres ir con Martina… —le indicó.

—¿Mientras tú haces qué? —Pedro se apoyó en el marco de la puerta, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Ya te lo dije, mientras me cambio —la joven se sonrojó.

—¿Por qué te quieres cambiar? —los ojos masculinos se entrecerraron escrutadores—. Te ves muy bien como estás.

Paula tiró de la bufanda de seda.

—Sabes que no puedo aceptar todo esto. Esta bufanda es de seda pura —la dejó sobre el tocador—, y el suéter es de cashmere. Sé el precio de ambas cosas —¡cómo no saberlo si siempre le había sido imposible comprar algo así!—. Martina no conoce el valor de esto, pero tanto tú como yo sabemos que no puedo aceptar regalos tan caros de…

—¿De un hombre como yo? —Pedro terminó la frase.

—¡No! —exclamó Paula—. ¡No quería decir eso!

—¿No? —entró en la habitación y cerró con cuidado la puerta tras de sí—.

Entonces, quítate también el suéter y devuélvemelo —la retó.

—Yo… —se mojó los labios nerviosa—. Sabes que no puedo.

—¿Lo sé?

—Sí —lo increpó ella.

—¿Por qué?

—Pedro…

—No pongas barreras, Paula —le advirtió con suavidad—. Ya es hora de que sepas que conmigo no funcionan. Seguiré viniendo aunque me golpees una docena de veces.

—Oh, yo no…

—¿No? —le dijo con brusquedad—. ¿No es dar golpes bajos tratar de devolverme un regalo de Navidad, un regalo dado con cariño?

—Es de cashmere, Pedro…

—¡Como si fuera visón! El suéter te lo dí con el mismo afecto que le muestro a Martina. Al menos podías tener la delicadeza de aceptarlo, como una muestra de ese afecto.

Paula se turbó con la crítica.

—¡Puede que me lo hayas dado con el mismo afecto, pero no es inocente!

La expresión de Pedro se tornó enigmática,

—¿Crees que el regalo conlleva… ataduras?

Ella se mordió un labio, sin dejarse engañar por el suave tono de su voz, ni por su aparente calma. Pedro estaba furioso y sería mejor no alimentar esa furia.

Estaban solos en el dormitorio y, con la novedad de los regalos, era seguro que Martina los había olvidado.

La joven se irguió

—Si pensara así no te habría dejado entrar en mi casa.

—Pero no lo hiciste… Martina fue quien me abrió.

—Estaba hablando en metáfora —dijo ella irritada—. Has dejado muy claras tus intenciones…

—Creo que sí —repuso él arrastrando cada palabra.

—Sí. Y creo que te conozco lo suficiente para saber que jamás intentarías comprarme.

Los ojos masculinos se burlaban de ella.

—¿Eso crees, eh?

—Eso creo —Paula asintió, aparentando mucha más confianza de la que en realidad sentía.

Pedro rió.

—Piensa de nuevo, Paula. Si pensara que mi dinero, todo lo que tengo, te atraería a mis brazos, lo usaría. Pero yo sí te conozco lo bastante para saber que mi riqueza no significa nada para tí.

Una vez, antes, hubiera estado de acuerdo con él, pero los últimos meses y la lucha para pagar todas las deudas que había dejado Antonio, le habían demostrado el verdadero valor del dinero.

—¿Qué pasa? —preguntó Pedro inquieto por la repentina sombra que cruzó el semblante de la joven.

Ella sonrió alegre.

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