-Pablo sí. Tuvimos algunas discusiones horribles porque yo quería trabajar - se puso seria al recordarlo-. Tengo la sensación de traicionarlo al decirlo. Yo amaba a mi marido, pero él estaba muy satisfecho de que yo fuera una ama de casa que sólo se dedicaba a acontecimientos sociales y obras de caridad - hizo una mueca-. Es muy fácil llevar una casa cuando tienes una ama de llaves, una doncella y un jardinero. Me estaba volviendo loca para adaptarme a mi papel -extendió las manos-. Para Pablo, Pilar era el ejemplo a seguir. Yo soy muy distinta a ella. No soy mejor, sólo soy distinta. Yo necesito superarme.
-Quizá él también tuviera una visión un poco limitada de su madre -replicó Pedro pausadamente-. Pilar también pintaba para superarse. Seguramente fuera su vía de escape.
Ella nunca se lo había planteado así y se quedó pensativa.
-A lo mejor tienes razón. Aun así, muchas veces me pregunto dónde estaríamos si Pablo siguiera vivo. Antes o después, tendría que haberme hablado de nuestra situación económica.
-Estoy seguro de que lo habría hecho -Pedro la miró a los ojos-. He estado pensando en lo que pasó y no creo que él quisiera engañarte. Creo que sólo intentaba protegerte. Él sabía lo que habías sufrido con tu padre y no quería preocuparte. Estoy seguro de que él creía que había tiempo para que las cosas volvieran a su cauce. Nadie espera que todo termine cuando tiene treinta años.
-Podrías tener razón.
Ella pensó que la tenía y eso hizo que se sintiera menos traicionada por Pablo.
-Claro que la tengo -sonrió al ver que ella entrecerraba los ojos y le pasaba los dedos por las costillas-. ¡Eh! Si quieres, yo te digo por dónde jugar con los dedos.
Ella se rió, él le agarró la mano y se la puso en el abdomen.
-¿Qué te parece ahí?
Ella sonrió, le soltó el botón de los vaqueros y le bajó la cremallera.
-Muy bien .¿Y aquí?
Él sólo emitió un gruñido.
A ella se le entrecortó la respiración mientras introducía los dedos por debajo del elástico de los calzoncillos y lo tomaba con la mano.
Pedro soltó un sonido indescifrable.
-Es maravilloso, corazón.
Pedro se movió ansiosamente y se le cayó la camiseta que tenía sobre el pecho.
Ella vió la cicatríz. Era grande. Estaba bien cerrada, pero se notaba que también era reciente.
-Dios mío -exclamó ella mientras le pasaba la mano por toda su extensión-. Pedro, no sabía... Enmudeció al ver la cara de Pedro y lo supo. Lo supo.
Pedro se incorporó bruscamente, se abrochó el pantalón y se puso la camiseta.
-Paula...
-Tienes el corazón de Pablo, ¿verdad?
El tono era áspero y de incredulidad, pero las palabras exigían una respuesta.
-Sí -la expresión era todo un tratado de culpabilidad y ansiedad-. Iba a decírtelo.
-¿Cuándo? ¿Después de la boda? -esa vez, el tono rozaba el histerismo.
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