lunes, 2 de mayo de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 37

-No voy a salir con alguien -afirmó Paula tajantemente-. Sólo... vamos a ir juntos. Ni siquiera estoy segura de cómo me persuadió.

Pilar se limitó a sonreír.

-Es un hombre muy atractivo. Quizá debieras salir con él.

-No me interesa salir con nadie. Los tengo a Pablito y a tí, ¿para qué quiero más?

El rostro vivaz de Pilar se puso serio.

-A mí no me tendrás siempre, cariño, y Pablito crecerá y hará su vida antes de que te des cuenta. Eres joven y tienes muchos años por delante.

La verdad era que no podía rebatir aquello.

-Sólo es algo circunstancial -dijo para intentar convencerse tanto como para intentar convencer a Pilar-. En cualquier caso, pensaba salir a comer en el campo con Pablito.

Pilar volvió a sonreír.

-Que se diviertan-sonó el timbre de la puerta como si estuviera ensayado-.

-Yo abriré -dijo Pilar.

Paula tomó aire y comprobó que llevaba los pañales por si acaso. Al cabo de unos instantes, Pilar volvió por el vestíbulo con Pedro pegado a sus pies.

-...no hay caballos en los establos desde hace un año. Paula los vendió después del accidente de Pablo. Dijo que le daba pena ver al pobre Spurce y que nadie lo montara.

Paula pensó que además costaba una fortuna mantenerlos y se preguntó cómo habrían tardado tan poco en hablar de ese asunto. No quería que Pilar hablara de sus preocupaciones personales con Pedro.

-Hola -hizo un esfuerzo para mirar a Pedro con una sonrisa amistosa pero impersonal-. ¿Preparado para salir al campo?

-Preparado para cualquier cosa -contestó él-. Yo conduciré. ¿Has pensado en algún sitio?

Ella arqueó las cejas.

-Ah, yo había pensado en no salir de la finca. Hay sitios muy bonitos.

-De acuerdo -pareció sorprendido, pero se recompuso inmediatamente y agarró los bártulos-. Tú diriges, yo seré la mula de carga.

Ella no pudo evitar una sonrisa.

-No consigo imaginármelo.

-Adiós -Pilar se despedía de ellos con la mano mientras salían por la puerta de la cocina-. Que lo pasen muy bien. No se olviden de la crema para el sol.

-Ya nos hemos puesto -le tranquilizó Paula.

-Y del sombrero de Pablito.

-Lo tengo. Si vinieras con nosotros podrías en cargarte de que no se quemara.

La sonrisa de Pilar se tornó malévola.

-No, gracias. Cuando vuelvan, yo estaré tan contenta con el aire acondicionado.

-¿No le gusta comer en el campo? -le preguntó Pedro mientras seguía a Paula por el césped.

Paula  había puesto el sombrero a Pablito y lo había dejado en el suelo.

Pedro también iba cubierto. Se había sacado una gorra del bolsillo trasero del pantalón y se la había puesto nada más salir al exterior. Tenía casi toda la cara en sombra. Los ojos eran de un azul brillante debajo de la visera.

-Pilar no es una persona muy aficionada a estar al aire libre. Le gustan las flores, pero sólo si hay alguien que las planta y las cuida.

Pedro se rió.

-El síndrome de la opulencia, ¿no?

-Mmm. Pilar viene de una familia rica y cuando se casó con el padre de Pablo recibió una herencia de su abuela. Aparte de la fortuna de los Rodríguez, naturalmente.

-Naturalmente -dijo Pedro con una sonrisa forzada.

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