viernes, 6 de mayo de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 48

Pedro sabía que era broma, pero no le importó. La tomó en brazos, a pesar de las protestas de ella, y la llevó hasta la puerta de la casa. Le dió otro beso, ella entró y él volvió a su refugio.

Por lo menos estaba completamente seguro de que había vuelto andando, porque no le habría extrañado si hubiera ido flotando o volando.

En cuanto se despertó por la mañana, Paula supo lo que había pasado la
noche anterior. Dejó escapar un suspiro e hizo un gesto de dolor cuando notó las quejas de los músculos que llevaba tanto tiempo sin ejercitar.

Revivió cada momento que recordaba y sintió un cosquilleo por todo el cuerpo al acordarse de sus diestras caricias. Si Pedro se portaba siempre igual, no estaba segura de que pudiera sobrevivir.

Se dió cuenta de lo que estaba pensando. ¿Había dicho siempre? Él había dicho que pensaba seguir en su vida, ¿pero podría hacerlo cuando se mudara a su casa?

Hasta entonces había conseguido no salir con él y evitar las habladurías que se producirían si la vieran acompañada de un hombre tan rico como Pedro.

Sin embargo, cuando él se mudara, eso sería imposible. Tendría que ser sincera. Tendría que explicarle que tenía que pensar en su reputación por el bien de su hijo, ya que no por el suyo propio.

Se preparó un café y un plato de cereales y empezó a pensar cómo se lo diría. Le diría que le había encantado, pero que no podía salir con él. No. Le diría que había sido algo increíble, pero que aun así no podía salir con él. Que tenía que pensar en Pablito y en lo que podrían afectarle las habladurías sobre ella.

Se lavó los dientes y miró el reloj. Sólo eran las ocho. Pablito solía dormir hasta cerca de las nueve y oyó que Pilar ya daba vueltas en su habitación.

Si él se despertaba antes de que ella volviera, su suegra lo oiría.

Iría a su casa en ese momento y lo dejaría resuelto en vez de pasarse el día preocupada por cómo acabar con aquella atracción disparatada que la corroía.

Al ir por el camino, tuvo que pararse para tomar aliento junto al roble donde habían estado la noche anterior. Sólo se notaba que la hierba estaba un poco aplastada, pero nadie se daría cuenta.

Ella sí se daba cuenta. Tragó saliva. Era madre. Un pilar de la comunidad.

Tenía un empleo que se vería perjudicado si su reputación se mancillaba. No podía salir con Pedro.

Recorrió el resto del camino absorta en sus pensamientos. Llamó a la puerta y notó que se ponía en tensión al oír los pasos.

Pedro abrió la puerta.

-Buenos días.

Su expresión era de placer y de cierta sorpresa. Ella entró y cuando se volvió para mirarlo comprobó que sus ojos ya no reflejaban amistad sino un ardor sexual casi cegador. Sin decir nada, la apoyó contra la puerta y la besó en la boca. Introdujo la lengua como una imitación descarada de lo que había hecho la noche anterior y notaba la fuerza de sus muslos que la aprisionaban.

Sólo los separaban unas capas de tela y ella habría vendido su alma por poder rodearle la cintura con las piernas y dejarse llevar al mundo desenfrenado y maravilloso que habían creado juntos.

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