domingo, 15 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 3

Paula palideció aún más. Ya debía estar acostumbrada a sus insultos, sin embargo la seguían lastimando. Él lo sabía y sentía un gran placer al hacer grietas profundas en el muro que su mujer había construido para proteger sus emociones.

—Sin embargo, y pensándolo bien, eso jamás fue un placer para ninguno de los dos, ¿no es así? —agregó con el firme intento de profundizar la herida.

—Antonio…

—Bella… y frígida —continuó él imperturbable.

—Yo no…

—Cuando una mujer no ha dormido con su marido, o ha tenido la menor inclinación para hacerlo, durante más de cinco años, entonces es que algo malo le sucede. Y no trates de culparme de nuevo —la espetó—. Ninguna de las otras mujeres con las que me he acostado ha tenido tu problema.

Ella sabía que por “problema” Antonio quería decir inhibiciones. Cuando se conocieron, hacía ocho años, ella era tan tímida que le costó mucho tiempo aceptarlo, aturdida por el hecho de que un chico tan guapo y popular se fijara en ella.

Educada desde que cumplió cinco años por una tía soltera, Paula no estaba acostumbrada a ser el centro de atención y mucho menos de la atención masculina.

Había sido felíz con sus padres hasta que un terrible accidente automovilístico los había arrancado de su lado, y su tía había sido siempre muy estricta: no le permitía hablar con chicos, ni siquiera en la escuela, inculcando en Paula, desde muy temprana edad, la idea de la infidelidad masculina.

Pensando en ello ahora, en su propia madurez, suponía que era probable que su tía hubiera sido muy lastimada en su juventud por algún hombre, pero eso no justificaba la forma tan rígida en que había educado a Paula, sin jamás mostrar la menor señal de cariño o afecto hacia ella, lo cual había significado un muy duro golpe para la niña después de los maravillosos primeros cinco años de su vida.

En consecuencia, había crecido como una niña solitaria, con una tremenda necesidad de sentirse amada que en aquella época no había podido reconocer.

Durante su último año de escuela tomó empleo en una cafetería local, contra el disgusto de su tía. Antonio solía ir allí con sus amigos, o con alguna chica. Ya desde entonces era un tipo popular y le pareció un dios a la pobre y hambrienta de amor Paula. Cuando la invitó a salir la primera vez ella no lo podía creer; pensó que lo había dicho de broma y que él y sus amigos se burlarían más tarde. Era tanta su inseguridad que no se había dado cuenta de su propia belleza, aun ahora le era imposible reconocerse bella, pero Antonio se intrigó desde un principio por la extraña belleza de la joven.

Después de la primera vez empezó a ir solo al café, invitándola a salir una y otra vez, hasta que al final aceptó que la llevara al cine, sin imaginar que él había tomado sus anteriores negativas como una forma de hacerse la difícil. Cuando la besó en el cine ella se lo permitió, pues se sintió segura rodeada de toda aquella gente. Pero cuando intentó volver a hacerlo en la puerta de la casa de su tía, lo cortó en seco.

Aquello fue el principio de un largo y lento cortejo, con Paula convencida de que había encontrado el amor que siempre necesitó. Después supo que los pensamientos de Antonio eran menos emotivos, más básicos. Rechazaba sus más íntimas caricias con una timidez que, luego se enteró, él consideraba fingida.

Para entonces el poseerla se había convertido en un reto para Antonio, casi una obsesión, y al morir su tía cuando Paula acababa de cumplir los dieciocho años, se decidió a casarse sólo para conseguirla. Su noche de bodas había sido todo un triunfo para él y un profundo choque para ella. Paula pensó que, porque lo amaba, él se mostraría tierno y comprensivo con su inexperiencia y respetaría su virginidad. Pero había sido brutal, y su forma de hacerle el amor demostró que sólo buscaba su propia satisfacción, dejándola a ella lastimada, herida y, lo que era peor, humillada.

Pero era demasiado inexperta, demasiado ignorante para darse cuenta de que había algo más al meterse en la cama con un hombre de lo que Antonio le había dado, y yacía dócil, bajo su peso, mientras él se satisfacía con su cuerpo.

Durante meses siguió sufriendo aquella invasión de su cuerpo, sabiendo que él gozaba con sojuzgarla. Pero entonces consiguió un nuevo empleo, uno en donde las intimidades del matrimonio se discutían con toda tranquilidad, y al ser ella del grupo de las casadas, se suponía que sabía de lo que hablaban. No lo sabía. Pero empezó a preguntarse si no se estaría perdiendo de algo, si no habría algo más respecto a eso de hacer el amor.

Cuando se atrevió a plantear el asunto a Antonio, él estalló de ira, a tal grado que la dejó aterrada. Tomó sus palabras como un ataque a su hombría y le había dicho que su falta de sensaciones era debida a su propia frigidez, que nada tenía que ver con él, que todas las demás mujeres con las que dormía gozaban al igual que él y que ninguna tenía sus absurdas inhibiciones.

Aquella fue la primera vez que supo de la existencia de otras mujeres, y se sintió muy humillada cuando se enteró de que hubo otras mujeres casi desde el día de su boda. La revelación la había aturdido por completo, pero permaneció con él, aún amándolo, y sin tener a dónde ir de habérselo propuesto.

Meses después supo que estaba embarazada, así que no dudó en seguir al lado de Antonio. Pero, al poco tiempo de ese embarazo, el lado físico de su matrimonio llegó a su fin, por deseo expreso de ella, y Antonio jamás le permitió olvidarlo.

—Lo siento, Antonio —empezó a decir con voz baja—. Pero después de que nació Martina…

—Nada tuvo que ver con eso, lo sabes muy bien —la interrumpió él burlón—. Siempre fuiste frígida, desde un principio. Hace tiempo que debí divorciarme de tí.

—¡Oh, no! —exclamó ella asustada, palideciendo—. No lo harás, ¿verdad, Antonio? —se aferró al brazo de su marido.

—No hagas eso cuando estoy conduciendo —sacudió el brazo furioso—. Es más, no lo hagas nunca; no soporto que me toques.

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