domingo, 1 de mayo de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 29

Pablo nunca había comentado las dificultades económicas y cuando murió tuvo la horrible sorpresa de darse cuenta de que las inversiones de la familia habían sufrido un revés muy grave.

Podrían haberse contenido si lo hubiera sabido. Habían pasado unos años con coches caros, servicio doméstico innecesario, haciendo regalos espléndidos y tomándose vacaciones varias veces al año. ¿Por qué no le había dicho que tenían que apretarse el cinturón?

Pensó en la expresión de desconsuelo de Pilar. Comprendió que para él habría sido espantoso confesarle la difícil situación a su madre, pero para ella era igual de difícil. Sintió una extraña compasión de sí misma. No podía permitirse el lujo de lamentarse muy a menudo, pero en aquel momento... ¡aquel momento!

Se acordó de la hora que era. Pedro estaría a punto de llegar. Se levantó de un salto para ir al tocador. No permitiría que él supiera que había llorado. El timbre sonó mientras cruzaba el vestíbulo. Se pasó los dedos por debajo de los ojos con la esperanza de recomponer el maquillaje.

Oyó que Alicia salía del fondo de la casa seguida de Pablito y ella abrió la puerta.

-Buenas tardes, Pedro. Pasa, por favor.

Sintió la misma sensación intensa y ardiente que sentía cada vez que sus miradas se encontraban e hizo un esfuerzo para que no se le notara.

-Buenas tardes.

Su voz era profunda y tranquila. Le sonrió lentamente y le derritió las pocas células cerebrales que habían sobrevivido al contacto ocular. Sin embargo, la sonrisa se desvaneció en cuanto la miró detenidamente, y frunció el ceño.

-¿Has estado llorando?

-No... -se alisó la falda color lavanda que había conjuntado con una camisa color marfil-. Es alergia., l no la llamó mentirosa, pero arqueó una ceja y la miró con unos ojos muy expresivos.

-No me gusta verte triste.

¿Realmente el tono había sido tan íntimo y preocupado o le había dado ella un matíz que no tenía?

-Supongo que Pilar te habrá advertido de que te hemos tomado la palabra sobre cenar en familia.

Pedro llevaba unos pantalones caqui que se ceñían a sus poderosos muslos y una camisa blanca con el cuello abierto. También llevaba un molde metálico en la mano.

-Sí, me lo ha dicho -le dio el molde-. Ha traído un postre casero.

Ella abrió el molde si poder resistir la curiosidad y aspiró el delicioso olor.

-¡Ohhh! -suspiró-. Bizcocho de chocolate con azúcar quemado. Es mi tarta favorita de toda la vida -se acordó del otro regalo que le había hecho-. O tienes un informador o tienes la mejor suerte del mundo -dijo ella entre risas-. Primero mi flor favorita y ahora mi postre favorito.

La sonrisa de Pedro vaciló y sus ojos adoptaron una expresión extraña.

Parecían asustados. ¿Era preocupación? ¿Remordimiento? Paula se dijo que eso era absurdo, ¿por qué iba a tener remordimiento?

-¡Tartaaa!

Pablito y Alicia habían entrado en el vestíbulo.

-Hola, Pedro. Espero que te guste la carne asada -le saludó Alicia.

-Me encanta. Sobre todo si es tan buena como las tartaletas del otro día.

Alicia sonrió.

-Lo será -se dió la vuelta para volver por donde había llegado-. Tengo unas galletas en el horno.

-¡Mamá! -Pablito se comportaba como si no la hubiera visto desde hacía años.

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