lunes, 9 de mayo de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 61

Seis horas más tarde, dieron el alta a Pablito al comprobar que no había más daños. Pedro los llevó a casa y entró con Pablito en brazos. Paula notó que se emocionaba cuando le dió un beso en la frente a su hijo.

-Dentro de unos días jugaremos al balón. Te lo prometo.

Ella lo siguió al pasillo.

-Gracias. Estará deseando hacerlo.

Pedro se quedó en lo alto de la escalera y se volvió hacia ella. Su mirada reflejaba pena.

-Voy a mudarme. Vendré a jugar al balón con Pablito, pero esta semana dejaré la casa de invitados. Por favor, dale las gracias a Pilar.

-Pero... ¿Ya tienes la casa? -no se lo había esperado.

-No -sacudió la cabeza-. He alquilado una.

-¿Por mí? -le preguntó sinceramente-. Pedro, no hace falta que te vayas. Yo...

Él ya estaba bajando las escaleras.

-Yo no puedo. ¿No puedes dejarlo como está?

No, se dijo ella. No podía. No cuando se trataba de su futuro y del de él. El había dicho que quería casarse con ella. No podía olvidarse de los sentimientos que eso suponía, ¿o sí?

No pudo salir hasta la mañana siguiente, cuando Pilar fue a hablar con ella.

-¿Le has dado las gracias a Pedro? -le preguntó su suegra.

Paula negó con la cabeza.

-No y tengo que hacerlo.

-¿Por qué no vas ahora? -señaló a Pablito que estaba tumbado en el sofá viendo un vídeo de dibujos animados-. Está bien y te prometo que no voy a quitarle la vista de encima.

-Sé que lo harás -sin embargó dudó y sonrió forzadamente-. Racionalmente, sé que está bien, pero eso no tranquiliza a mi parte irracional.

Pilar sonrió.

-Lo entiendo. Su padre se cayó de un árbol cuando tenía nueve años. Le dieron quince puntos. Me costó mucho volver a dejarlo solo.

-De acuerdo -curiosamente, la historia, que no había oído en su vida, lo tranquilizó-. Saldré un momento.

Salió por la puerta de la cocina y recorrió el sendero hasta la casa de invitados. Era un día de verano precioso y vió  que Pedro tenía las ventanas de la sala abiertas. Las cortinas blancas flameaban perezosamente con la ligera brisa. Pasó junto a ellas y miró dentro, se paró y volvió a mirar.

Pedro estaba profundamente dormido en el sofá.

Estaba tumbado de espaldas y tenía el pecho desnudo. Tenía la camiseta agarrada con una mano y apretada contra el pecho como si hubiera tenido calor y se la hubiera quitado hacía unos instantes. Tenía la cara vuelta hacia ella y sintió que el corazón le daba un vuelco al ver aquellos rasgos adorados.

Pensó que lo amaba.

Notó como un destello y comprendió que ya no tenía por qué decirlo en silencio. Él le había dicho que quería casarse con ella, le había disipado sus estúpidas preocupaciones por el dinero y tenía razón. Lo importante era su vida juntos. ¿Qué más daba lo que pensaran o dijeran los demás?

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