viernes, 20 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 17

—¿Antonio? ¿Estaba en condiciones de conducir?

—Creo que no, pero eso el tiempo lo dirá.

—Quiere decir que… ¿habrá una autopsia? —tragó saliva con dificultad.

—Me temo que es la ley, en este tipo de accidentes —asintió.

—Sí —corroboró ella—. A Antonio no le habría gustado. ¡Oh, qué estúpida! — soltó una risita nerviosa—. De todas maneras no se enterará, ¿verdad? Yo… tendrá que perdonarme —dijo jadeante—. ¡Creo que me siento mal! —salió corriendo, apenas con tiempo de llegar al cuarto de baño.

Un trapo húmedo en su frente le recordó que Pedro Alfonso seguía allí, y que había sido testigo de su indisposición.

—¿Mejor ahora? —le preguntó con ternura.

—Lo lamento. De repente me sentí… —estaba muy avergonzada.

—Comprendo —la ayudó a salir del baño y la llevó hasta el dormitorio. Bajó las sábanas de la cama—. Adentro, voy a llamar a un médico.

Paula sintió un intenso frío al contacto con las sábanas.

—No…

—Sí —dijo Pedro arropándola—. Él te dará algo para dormir.

—No puedo dormir —trató de incorporarse—. No debo dormir.

—Oh, sí —se inclinó hacia ella, obligándola a recostarse de nuevo—. Tienes que pensar en tu hija. Si te dejo ahora, lo único que harás será quedarte ahí, despierta toda la noche. Y eso no va a ayudara Martina, ¿verdad? —la riñó cariñoso.

Tenía razón, Paula sabía que la tenía, pero durante un momento se había olvidado de que ya no tenía que huir, ahora que la amenaza de divorcio por parte de Antonio había dejado de existir. La culpa que sintió al sentirse aliviada por ello, la hizo llorar.

Pedro apretó los labios, apenado.

—Llamaré al doctor ahora —dijo con firmeza.

Paula no supo lo que el médico le dió, pero el hecho es que durmió. Durante los dos días siguientes pareció no poder hacer otra cosa que dormir. Patricia pasaba todo el tiempo en su casa, atendiéndolas a ella y a Martina, y Pedro aparecía de vez en cuando, siempre amable y consolador.

La acompañó durante el funeral, rodeándola con firmeza por la cintura para evitar que se tambaleara. Las condolencias de los demás le parecieron eternas; la mayoría de ellos eran amigos de Antonio que ella apenas conocía.

La apatía de Paula se había convertido en algo habitual, en parte debido a los calmantes que el doctor le había prescrito y en parte porque no sentía emoción alguna.

—Lo siento —dijo cuando Pedro le informó del estado crítico de salud de María Laura Benítez.

—Sí —suspiró él. Toda la gente se había marchado, ya sólo quedaban Patricia y Pedro. Patricia estaba en la cocina dando de comer a Martina, quien había pasado la mañana con Gerardo—. Pero creo que volverá a caminar.

—Al menos está viva —comentó Paula.

Él la miró con fijeza.

—Lo siento, no pensé que te lastimaría.

—No —repuso ella moviendo la cabeza.

—¿Cuánto tiempo más piensa el doctor mantenerte con esas píldoras — preguntó Pedro con tono áspero.

—No tengo la menor idea.

—¿Preguntaste? No, supongo que no. Hablaré con él —iba de un lado a otro de la habitación, impaciente—. ¿Qué vas a hacer ahora, Paula? ¿Te quedarás aquí, o… piensas mudarte?

—No tengo a dónde ir —repuso ella con suavidad.

—No —suspiró él—. Paula, quiero cuidar de tí —pidió con expresión ansiosa—. De tí y de Martina.

Ella lo miró sorprendida, como saliendo de su apatía.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Eres incapaz de cuidar de tí y de tu hija, en estos momentos.

—Patricia…

—Tiene su propia familia que cuidar —la interrumpió con firmeza—. Ya ha pasado una semana y no te ha dejado un instante.

Tenía razón. Patricia había sido muy buena con ellas, llevaba a Martina a la escuela junto con su hijo Augusto, y luego volvía a cuidar de Paula. La autopsia había retrasado el funeral unos días, y los resultados habían revelado que Antonio había rebasado el límite de alcohol para conducir, y el accidente había sido por entero culpa suya.

Pero Pedro tenía razón sobre lo de Patricia, quien debía volver a centrar su atención en su hijo y su marido.

—Dejaré de tomar las píldoras —dijo Paula decidida—. Así tal vez podré pensar en cuidar de Martina y de mí misma.

—Esa no es la solución y lo sabes bien —la riñó Pedro.

—Entonces, ¿cuál es? —lo increpó ella.

—Ya te lo dije, déjame ayudarte…

—Ya ha hecho más de lo necesario… y no sé por qué.

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