miércoles, 4 de mayo de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 40

-Pero no lo haré porque no estás preparada.

Ella se aclaró la garganta porque no sabía si le saldría la voz.

-La verdad, es que me parece que sí lo estoy -levantó la cabeza para mirarlo-. Dijiste que estoy enamorada de mi marido y tenías razón. Una parte de mí amará siempre a Pablo, pero ya es un recuerdo. Es hora de avanzar.

Pedro resopló, apartó los ojos y se quedó mirando al cielo.

-¿Sabes una cosa? -dijo con tono desenfadado-. Resultas apremiante.

Ella se rió y se disipó la sensualidad que la abrumaba; supuso que él lo había hecho intencionadamente.

-Tú tampoco te quedas corto.

Pedro  sonrió y unas profundas arrugas surcaron sus mejillas.

-¿Seguro?

Pablito se acercó corriendo y ella empezó a sacar la comida mientras agradecía la posibilidad de recuperar el equilibrio.

Después de comer, Pablito empezó a dar cabezadas y se fueron a la casa para que pudiera dormir la siesta. Pedro se empeñó en llevar al niño y que Paula se hiciera cargo de la cesta vacía. Los siguió por el césped y se sintió emocionada al ver a su hijo dormido en brazos de Pedro.

Ella no era una persona que improvisara, pero decidió que no iba a pensar mucho en a dónde llevaba todo aquello. Había demasiados factores y obstáculos como para siquiera soñar en el futuro.

Sin embargo, ¿cómo no iba a haber un futuro con Pedro en él? Hacía unas semanas, ella no podía imaginarse que volvería a amar. En ese momento, tenía miedo de que le estuviera ocurriendo exactamente eso.

Durante la semana siguiente, Paula lo invitó a una barbacoa por la tarde, a otra comida en el campo y a dos cenas familiares. Por las noches, Pilar se llevaba a Pablito para bañarlo después de la cena y les daba un momento de intimidad que Pedro anhelaba como un preso su día libre.

Sabía que lo que hacía estaba mal. La había mentido, más o menos, y había esperado demasiado tiempo como para decirle la verdad. Ella lo odiaría si alguna vez descubría la verdad.

No podía durar. Había sido el primer hombre en tocarla desde la muerte de su marido. Un día, ella se daría cuenta de que sólo era un hombre normal y corriente y ella seguiría adelante. Un día, todo terminaría y él desaparecería de su vida, pero hasta que llegara ese día, él no tenía fuerzas para dejarlo. Sólo podía pensar en Paula. En su melena brillante sobre los hombros las pocas veces que no lo llevaba agarrado; en la tensión de los músculos de sus piernas largas y esbeltas cuando se agachaba para tomar a su hijo en brazos; en su trasero pequeño y delicado dentro de los pantalones cortos; en la forma que tenía de inclinar levemente la cabeza cuando le sonreía; en la forma de besar a su hijo en la cabeza; en el brillo burlón de sus ojos cuando le tomaba el pelo; en su decisión de mantener la única vida que había conocido su suegra; en el suave movimiento de sus labios cuando la besaba y en su cuerpo entre sus brazos; en la necesidad que tenía de tumbarla en el suelo y desnudarla para disfrute de su vista, su boca y sus manos.

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