miércoles, 25 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 35

—¡Cinco!… —se reclinó en el respaldo de la silla, cerrando los ojos para bloquear la pesadilla.

No había manera de que pagara todo ese dinero. ¡Cinco mil libras! ¿Qué demonios había hecho Antonio con todo ese dinero? En realidad, no necesitaba que nadie se lo dijera; sabía la respuesta. Antonio siempre había querido vivir bien; cuando su madre murió le dejó una pequeña cantidad de dinero, unas dos mil libras.

Antonio gastó todo ese dinero en seis meses, bebiendo y divirtiendo a otras mujeres, deseoso de impresionarlas.

Ella había creído que su nuevo trabajo, en la Alfonso, le había dado más dinero para poder seguir con su extravagante ritmo de vida. Cuando empezaron a aparecer las deudas, supo que eran ellas las que debían pagar ese estilo de vida de su marido, las ropas caras, el auto deportivo. Y ahora también estaba en deuda con Pedro Alfonso.

—¿Paula? —la llamó preocupado.

Ella trató de recuperar la compostura y retiró las manos de las del hombre.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —se puso de pie de un salto y fue hacia la ventana.

—No tenía caso…

—¡Te debo dinero! —lo increpó ella furiosa, con los ojos llenos de lágrimas.

—Tú no —Pedro movió la cabeza—. Antonio me debía. Y está muerto.

—Soy su esposa.

—Su deuda murió con él.

—¿De veras? —preguntó ella con amargura.

Él la miró a la cara.

—¿Qué quieres decir?

—Si todo lo demás fracasa…

—¿Fracasa qué? —su voz sonó peligrosamente suave, suficiente como amenaza. Paula permaneció imperturbable.

—Ayer me dijiste que me querías, que estabas decidido a tenerme. También dijiste que llegaría el día en que no me negaría más.

Pedro estaba lívido.

—¿De verdad piensas que?… ¿Crees que yo?…

—Quiero marcharme —dijo ella—. Le devolveré su dinero, señor Alfonso. Puede estar seguro de eso.

—¿Cómo?

Ella se sonrojó ante lo despectivo de su voz.

—No se preocupe, ya idearé la manera.

—Paula, no es esto lo que quiero…

Ella saltó al notar el contacto de sus manos.

—¡Sé muy bien lo que quiere! —le gritó furiosa—. Pero no lo obtendrá de esta forma —agregó vehemente.

—¡Maldita seas! —le espetó furioso.

—¡Y maldito seas tú! —casi salió corriendo de allí, subiendo a buscar a Martina.

La niña apenas estaba despertando—. Hola, cariño —la saludó Paula con suavidad—. ¿Lista para ir a casa?

—¿A casa? —preguntó Martina—. Creí que nos quedaríamos para el té.

—No hoy, mi amor —ayudó a la niña a ponerse de pie—. Vamos por tus juguetes y dejemos a tío Pedro tranquilo, tiene que trabajar.

—¿Trabajar el día de Navidad? —se quejó la pequeña.

—Está muy ocupado…

—¿Lo está? —intervino Pedro, de pie en la entrada del dormitorio.

Paula se volvió a mirarlo con intensidad y firmeza.

—¡Sí!

—Sí —suspiró él derrotado—. Pero no siempre lo estará —advirtió.

Paula no quiso seguir en inútiles discusiones con él. En cinco minutos recogió las cosas de Martina y esperó a que Pedro las llevara a casa. Martina se acomodó junto a él en la parte delantera del auto. Paula se sentó atrás, siempre consciente de los ojos perturbadores que se fijaban en ella por el espejo retrovisor. Trató de ignorarlo, aunque aquella mirada la quemaba.

La despedida de Martina con un "te veré pronto", quedó sin eco por parte de Paula. Ella se despidió con cortesía; estaba ansiosa de alejarse del hombre que amenazaba su existencia. El día anterior la había puesto nerviosa, pero hoy la aterraba.

Ese miedo la mantuvo despierta toda la noche, dando vueltas a la mejor manera de poder pagarle a Pedro Alfonso, el dinero que Antonio había robado. Todo el dinero que había ganado hasta ese momento había sido destinado a pagar otras deudas de Antonio, y no veía cómo sacar mil libras, mucho menos cinco mil.

Cada vez se iba haciendo más evidente que sólo había una respuesta al problema. ¡Pedro Alfonso la deseaba, y, por lo visto, estaba escrito que se saldría con la suya!

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