lunes, 23 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 32

—Nada,  Martina quería desayunar —dijo—. ¿Quieres acompañarnos?

—Si no te molesta.

—No, claro que no —no quiso mirarlo.

—¿Y los regalos?

—Yo… me los quedaré —decidió Paula—. Pero no te pude comprar nada — añadió apenada, sabiendo que Pedro era la última persona que esperaba ver en esas fiestas.

Lo cálido de su sonrisa iluminó sus ojos, suavizando la intensidad de su mirada.

—Paula, contigo estoy aprendiendo a encontrar más placer en dar que en recibir.

—Eso será porque jamás te he dado nada —admitió ella todavía apenada.

—Puede ser —él rió divertido—. Pero también está el hecho de que es más satisfactorio dar que recibir.

Después de los primeros meses de su matrimonio, Antonio no le había dado nada, ni siquiera su tiempo si podía evitarlo, y, al final, sus cuidados, su cariño, se habían convertido para ella más en un deber que en un acto de amor.

—Supongo que tienes razón —dijo volviéndose—. Por favor, bajaré en un momento.

—¿Y no te cambiarás? —insistió Pedro con ternura.

—No. Gracias por los regalos de Martina. Ella no te los agradecerá porque cree que se los trajo Papá Noel. Pero yo te lo agradezco, significaron mucho para ella.

Él asintió.

—Yo disfruté mucho comprándolos. Hacía tiempo que no compraba juguetes; ahora parece que todo en el mercado está relacionado con la electrónica.

—Sí —suspiró Paula—. Y no lo apruebo.

—Es agradable saber que en eso estamos de acuerdo.

Ella frunció el ceño.

—¿Lo es?

—Oh, sí. Encontrar algo para tí resultó un poco más difícil. Ya había comprado el suéter cuando encontré a Martina; adiviné tu talla —le lanzó una mirada significativa—. No creo haber fallado mucho.

¡Había adivinado con exactitud, y lo sabía!

—¿De verdad compraste tú el suéter?

Paula notó, al verlo ponerse rígido, que se sintió insultado.

—¿Crees que mandé a mi secretaria a comprarlo? —la increpó.

—¿A Lau? —su propia voz le sonó extraña.

—Claro —replicó él, confirmando que Lau era de nuevo su secretaria. Patricia le había contado que la mujer se había repuesto del accidente, y era obvio que estaba de nuevo trabajando bajo las órdenes de ese hombre. ¿Habría vuelto a ser su amante?—.

Sucede que no soy de los que encargan a sus secretarias asuntos tan personales —la riñó Pedro.

—Lo siento…

—¡Espero que sí! Y ahora, vayamos a desayunar… Papá Noel necesita alimentarse —la tomó del brazo y la acompañó hasta la cocina.

A pesar de su aparente serenidad, Paula estaba segura de haberlo molestado mucho, y tomando en cuenta su generosidad hacia ella y su hija, le pareció bastante desagradecido de su parte.

Sin embargo, Pedro pareció estar tranquilo durante el desayuno, todo el tiempo bromeó y jugó con Martina.

—Martina, será mejor que nos lavemos —le guiñó un ojo a la pequeña—. Mamá no lo sabe aún, pero tendrá que preparar la comida.

—¿Es cierto eso? —Paula pretendió enfadarse, uniéndose a la broma—. Debí adivinar que me tocaría la parte de la cocinera.

—Por supuesto —repuso Pedro con toda seriedad.

—Entonces, será mejor que empecemos a movilizarnos, si es que tengo que meter el pavo en el horno —sugirió Paula mientras limpiaba la mesa.

—Oh, eso ya lo he hecho yo —le aseguró Pedro.

—Así que sólo me queda preparar todo lo demás —apuntó ella con sequedad.

—Sí —sonrió él, muy atractivo. Todo el viaje a su casa lo pasó riendo y jugando con Martina.

Paula era feliz al ver a Martina tan animada y no podía dejar de sentir gratitud hacia Pedro por el interés que mostraba por su hija. Tenía que admitir que no muchos hombres lo harían, aunque quisieran enamorar a la madre.

¡Pero lo último que se le hubiera ocurrido era pensar en que cocinaría la comida de Navidad en la cocina de Pedro Alfonso! Había planeado pasar un día tranquilo en casa, y con Patricia y Gerardo fuera, mucho más. Pero Pedro entró en escena, avasallador, sin darle tiempo siquiera a echar de menos la paz y la tranquilidad que había querido para ese día. Y si quería ser sincera consigo misma, debía admitir que el cambio de planes no le pareció del todo mal.

Que el cambio le había sentado a Martina de maravilla no tenía duda; podía oírla jugueteando con Pedro en el salón, mientras preparaba las verduras. Había estado un poco preocupada por su hija, pensando en esas festividades, preguntándose cuál sería su reacción al tener que pasarlas sin su padre. Pero Pedro no le daba tiempo para pensar en Antonio; la mantenía ocupada todo el tiempo, con su atención fija en sus nuevos juguetes.

¡Paula deseaba estar igual de tranquila ella misma! Pelar las patatas y preparar las demás verduras no era un trabajo agotador, y sus pensamientos iban a Antonio.

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