viernes, 27 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 40

Paula deseaba que fuera posible, que pudiera olvidar todo el daño y la desconfianza que le dejó Antonio, pero los meses que siguieron demostraron que era imposible, tanto como aceptar la genuina preocupación de Pedro, aunada a su loca pasión.

Desde la noche en que aceptó ser su esposa se vieron casi a diario y Pedro nunca dejaba pasar cualquier oportunidad de demostrarle su deseo de poseerla. Lo enfadaba ver su falta de respuesta y, una noche, perdió los estribos.

—¿Qué demonios te pasa? —la increpó furioso, después de intentar amarla—. Me voy a casar contigo, Paula—exclamó—. ¡No intento violarte!

Lo sabía, sabía que no era capaz de lastimarla o humillarla en ese aspecto.

Durante los últimos meses aprendió a conocer al hombre que se convertiría en su marido y a respetarlo hasta casi llegar a quererlo. Pero no se atrevía, por el hecho de estar segura de que al cabo de un mes aquel hombre tendría toda la autoridad sobre ella.

—¿Qué pasa? —se inclinó hacia ella, sin preocuparse por abotonar la blusa de la joven cuya abertura le dejaba ver la suave línea de sus senos—. ¿Tanto odias mi contacto?

No lo odiaba en lo más mínimo. De hecho las últimas veces casi había disfrutado con sus caricias. Y eso también la asustaba. Una vez había correspondido a las caricias de Antonio, sólo una vez, y sus insultos la hicieron jurar no volver a hacerlo jamás.

—¡Paula! —Pedro tomó su silencio como un asentimiento a su pregunta y se levantó de un salto—. ¿Quieres suspender la boda? —la miró con dureza.

Ella aspiró hondo.

—¿Tú quieres?

—Sabes muy bien que no —carraspeó.

—Entonces dejaremos las cosas como están —¿era alivio lo que sentía? ¿En realidad quería casarse con él? ¡No, no era posible!

—Seré un buen esposo, Paula —le dijo—. Cuidaré de tí y de Martina; ninguna echará nada en falta.

—Lo sé —respondió ella con cautela, segura de que había algo más.

—Pero todo tiene un precio —agregó él, confirmando sus sospechas—. ¡Y saber que odias que te toque va a matarme!

—No es eso —no podía dejar de estrujarse las manos—. Es que yo… necesito tiempo… para ajustarme…

—¿A mi forma de hacer el amor, en vez de la de Antonio?—preguntó Pedro agresivo.

Paula palideció.

—¡No!

—¿No? —preguntó molesto—. Espero que no —añadió—. Porque no quiero que te ajustes a mi forma de amarte, estoy decidido a que sólo conozcas y desees mi forma de hacerlo.



Los días que siguieron, Paula advirtió que la forma de amar de Pedro era más restringida, más controlada, pero su temperamento parecía un volcán en erupción.

Había continuado con su trabajo, aunque Pedro dejó muy claro que deseaba que renunciara una vez se hubieran casado. No era que le importara. Muchos de sus vecinos compraban en el super donde prestaba sus servicios y con frecuencia le hablaban mientras marcaba su mercancía. Juliana Giordano, una de las mujeres del autobús, era una de las más persistentes sobre el asunto de ella y Pedro.

—¿No era el auto del señor Alfonso el que estaba frente a tu casa anoche? —le preguntó al detenerse en la caja de Paula.

Paula no respondió de inmediato, concentrada en el precio de una caja de galletas.

—Ayer por la tarde —la corrigió con sequedad, consciente de lo evidente que era el Rolls de Pedro.

—Bah, no hay tanta diferencia —dijo Juliana; era una mujer de unos treinta años, con un par de niñas de la edad de Martina; una de ellas era su compañera en la escuela.

—Alguna hay —Paula la miró con frialdad—. El decir noche implica que se quedó hasta por la mañana, mientras que tarde significa que sólo estuvimos unas horas juntos. Puede que no te hayas fijado… —¡dudaba que algo pudiera escapar a la mala intención de esa mujer! —… pero el señor Alfonso se marchó hacia las once.

—¿Ah, sí? —preguntó la otra mujer con tono burlón.

—¡Sí! —Paula arrojó una lata sobre la mesa.

Juliana se encogió de hombros.

—No creo haberme dado cuenta.

—Pues te lo digo yo —dijo Paula serenándose, sin entender por qué se molestaba en explicar nada a esa mujer, Juliana Giordano sólo creería lo que quisiera.

—No es necesario que te exaltes —la calmó Juliana satisfecha—. Lo has visto mucho estos últimos días, ¿verdad?

Paula dejó de fingir que no le afectaba la investigación de que estaba siendo objeto por aquella mujer y la miró furiosa.

—¿Y?

—Nada —Juliana sonrió burlona.

—¿De verdad? —preguntó Paula controlando a duras penas su rabia.

La mujer empezó a guardar las cosas en el bolso de la compra.

—En fin, no es asunto mío lo que hagas…

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