domingo, 15 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 4

Paula se arrinconó en su asiento, mirándose las manos, que retorcía nerviosa en su regazo.

—Lo siento, Antonio —se disculpó sumisa.

—Más te vale —la increpó—. Pero, ¿quién te crees que eres para decirme como comportarme con mi propia hija?

Podía haberle respondido, tu esposa, pero sabía cuál sería su respuesta. Además no se atrevía a molestarlo mucho, no cuando podía él recurrir a la amenaza de divorcio, una amenaza que la amedrentaba del todo.

Ella forzó el control de su voz, tratando de razonar.

—Es que no creo que sea buena idea que Martina conozca… a tu amiga Lau— intentó elegir con cuidado sus palabras.

—Su nombre es María Laura—dijo él—. Sólo sus… íntimos la llaman Lau.

—Oh.

—Y yo creo que es muy buena idea que Martina la conozca, es probable que llegue a ser su madrastra —agregó hiriente.

Paula contuvo la respiración.

—¿Es… es eso probable?

—Cualquier cosa lo es —y no hizo esfuerzo alguno para tranquilizarla.

—Antonio…

—¡Paula! —la imitó él burlón. En ese momento giró el auto hacia el estacionamiento de las oficinas Alfonso.

—¿Estás… —ella tragó saliva, nerviosa—, estás pensando en divorciarte de mí?

El salió del auto y, ya fuera, se inclinó para hablarle:

—Es una idea que no se aleja de mi mente. No es agradable estar casado con un témpano de hielo.

—Yo…
—No vuelvas a ofrecer la maravilla de compartir mi cama —dijo con una odiosa sonrisa—. No te tomaría ni de regalo. Me gusta tener cooperación en mi cama, no complacencia.

Compartir la cama con Antonio era lo último que se le ocurriría, aunque sabía que hasta eso aceptaría si fuera necesario para disuadirlo del divorcio.

—Sólo quería decir…

—Puede esperar, Paula—la cortó impaciente—. Ahora lo único que quiero es entrar allí e impresionar a Alfonso. Y tú me vas a ayudar. Una esposa bella siempre es una carta de recomendación —la tomó del brazo mientras cruzaban hacia la puerta, torciendo la boca en una mueca desagradable—. Sólo yo sabré que esa provocación en tus ojos es pura fachada, una mentira.

Paula ignoró el insulto, ya había tenido suficiente para la noche.

—¿Estará allí Lau… María Laura? —insistió al entrar en el edificio junto con otras parejas a quienes Antonio saludó con amabilidad fingida, sin hacer el menor intento de presentarla.

—Por supuesto —murmuró con odiosa suavidad—. Es la secretaria de Alfonso. Hay que tirar alto, siempre lo he dicho.

Paula se sintió enferma, retrocediendo al salir en el octavo piso, con el ruido de la fiesta abrumándola sobremanera. Jamás se encontraba bien en ese tipo de reuniones; su timidez le impedía unirse a la diversión, aunque a veces deseaba no ser así, ser el tipo de mujer que atraía a los hombres.

—Tengo que ir al tocador —le susurró a Antonio.

—Al final del corredor —le indicó cortante—. La segunda puerta a la izquierda —agregó dirigiéndose al salón de la fiesta.

—¡Antonio! —lo llamó invadida de pánico, notando que varios compañeros de trabajo de su marido se volvían a mirarla con curiosidad. Sin duda todos conocían sus amoríos, en especial el último con la secretaria del jefe. A Antonio le gustaba presumir de sus conquistas.

—¿Sí? —su paciencia estaba llegando a su límite.

—Yo… mi chaqueta —balbuceó la joven.

No fue gentil al ayudarla a quitarse la prenda.

—Y no tardes —le ordenó, despachándola al tocador.

—¿Me esperarás? —preguntó ella con ansia.

—Te veré adentro.

Paula dirigió la vista al salón.

—Pero, no podré encontrarte allí dentro —dijo asustada.

—Te encontraré yo —repuso él—. Y, por todos los cielos, apresúrate, Paula. Quiero presentarte a Alfonso.

No tenía caso seguir discutiendo, al final Antonio haría su voluntad, así que Paula se encaminó por el pasillo, tratando de retener las lágrimas que pugnaban por salir. Antonio le había dicho cosas peores antes y ni siquiera había pestañeado. Pero esa noche se sentía vulnerable, en especial por lo que Antonio dijo sobre el divorcio.

¿Pensaría en serio acerca de María Laura?

Casi de inmediato supo que había entrado en una habitación equivocada. La luz mostraba a las claras que aquello era una oficina, con el escritorio limpio de papeles y la silla giratoria vuelta hacia la ventana. La vista del paisaje adquiría una belleza especial desde tanta altura, y la joven se tomó un momento para disfrutar la paz y tranquilidad. Luego se volvió, dispuesta a salir en busca del tocador.

—No se vaya.

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