domingo, 29 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 47

—No…

—¡Sí! —insistió él, dirigiéndose a la puerta.

—¿A dónde vas? —lo miró asustada.

—¡Fuera!

—Yo… ¿A dónde? —tragó saliva con dificultad.

Pedro torció la boca.

—Quizá vaya a ver a Lau. Hasta donde puedo recordar, siempre se alegraba con mi… compañía.

Aquellas palabras querían lastimarla, y lo lograron.

Paula lanzó un gemido y estalló en sollozos. ¿Por qué era tan cruel, por qué? ¿De verdad iría a ver a María Laura Benítez?

Fue eso lo que la hizo reaccionar. Y si iba a ver a aquella mujer, ¿a ella qué le importaba? No le había importado que Antonio tuviera otras mujeres, ¿por qué iba  molestarla que Pedro hiciera lo mismo? No lo permitiría, eso nunca. Lo que pasaba era que durante las últimas semanas había llegado a respetarlo y a confiar en él. ¡Al diablo con esa confianza!

Fue a limpiar la cocina, luego subió a ver si Martina estaba dormida. La niña estaba abrazada a su osito, aunque no aferrada al animalito como lo había hecho las semanas siguientes a la muerte de Antonio. Martina también había aprendido a confiar en Pedro y a amarlo. Paula confiaba en que su rabia hacia ella no fuera a dañar a la susceptible chiquilla.

Subió a acostarse un poco antes de las diez, pero Pedro no había regresado.

Ella se había acostumbrado tanto a su presencia en la cama, a su silencioso intento de ofrecerle cariño, a despertarse por la mañana abrazada a él, que no pudo conciliar el sueño.

Cuando por fin oyó el auto llegar, un poco después de las doce, seguía despierta. Sin embargo, pretendió estar dormida al oírlo subir la escalera.

Se forzó a permanecer inmóvil, mientras Pedro se preparaba para meterse en la cama, y sintió perder el aliento cuando al fin su marido se acostó.

—Ven aquí —la invitó con voz ronca, mostrándole que había notado que estaba despierta.

Ella se quedó inmóvil. Su marido olía un poco a alcohol y recordó la crueldad de Antonio cuando bebía de más.

—¡Por favor, Paula!

Fue el ruego en su voz lo que la decidió. Se volvió hacia él con un sollozo.

—No quise comportarme como una estúpida… por lo de… María Laura —exclamó.

—No fui a buscarla, Paula —le acarició la mejilla con ternura—. Fui a la oficina y me emborraché tranquilamente. No fui a buscarla, querida —repitió—. Jamás te haría eso.

—He sido una estúpida —sollozó ella—. Por supuesto que mañana iré a buscarte a la oficina…

—No —la interrumpió tajante—. No debí pedirte eso.

—De verdad, Pedro, no quise sacarte de tus casillas —se aferró a él—. ¡No quise hacerlo!

—Por supuesto que no —la tranquilizó mientras le acariciaba el cabello—. Olvida que haya mencionado a Lau. ¡Déjame amarte, Paula! —su cuerpo ya ardía en pasión—. Déjame mostrarte que eres la única mujer que quiero, la única que necesito.

Su respuesta esa noche fue mucho más de lo que había sido nunca antes, tratando de complacerlo, sabiendo que disfrutaba sus movimientos bajo su cuerpo, la forma en que lo llevaba al éxtasis. Poco después reclinó la cabeza sobre su pecho.

—Duérmete ya —le dijo con un extraño timbre en la voz.

Le había fallado de nuevo, lo sabía. Quería más de ella. ¡Dios santo, temía decirle que no tenía más que darle!

La charla de Martina los acompañó en el desayuno a la mañana siguiente. La pequeña parecía ignorar la mirada preocupada de su madre en dirección a Pedro.

—Te veré luego, mamita —Martina recogió sus cosas y se despidió.

—A Pedro también —le dijo Paula.

—¿De verdad vendrás a la escuela? —Martina corrió hacia él, ansiosa.

Él la abrazó, dejando a un lado el periódico.

—¡Claro que sí! —le sonrió.

—¡Oh, fenomenal! —exclamó felíz—. ¿Estarán allí a las tres y media?

—Por supuesto —prometió Pedro indulgente.

Paula empezó a limpiar la mesa, después de haber acompañado a la niña hasta el autobús. Luego se sirvió una taza de café y se sentó frente al Pedro. Él siguió con su lectura, ignorándola.

—¿A qué hora debo estar en tu oficina? —le preguntó.

Él la miró a los ojos.

—Vendré a buscarte aquí a las tres.

—Será mejor que vaya a la oficina —dijo ella con firmeza.

—Paula…

—¿A qué hora, Pedro? —ella sostuvo la mirada de su esposo.

—No tienes que hacerlo, Paula.

—Pero lo haré. ¿A qué hora? —insistió.

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