domingo, 22 de mayo de 2016

Volver A Amar: Capítulo 21

—Bueno, entonces tú… —continuó él.

—¡No, yo… no! —replicó ella tratando de controlar su voz—. Sabía todo lo de Antonio, y… no me importaba.

—Paula, sé que no era momento de besarte, pero yo…

—Jamás le perdonaré lo que ha dicho y hecho aquí hoy —exclamó ella, evitando que la tocara.

—¡Paula, por Dios! Te dije eso porque estoy desesperado. Querida, yo…

—¡No! —se apartó de él decidida—. No quiero volver a saber de usted.

—¡No! —la palidez del rostro masculino era mortal y un gran dolor se reflejó en su mirada—. ¡Paula, no puedes hablar en serio! Después de un tiempo, quisiera que nosotros…

—No hay nosotros. ¡Y jamás lo habrá! —le dijo con vehemencia—. Nunca podría amar a un hombre como usted.

—¿Porque te he demostrado que te quiero para mí? ¿Porque no puedo dejar de quererte aun sabiendo que tú no me quieres?

—No —sacudió ella la cabeza.

—Entonces, ¿por qué?

—Tengo que irme —indicó ella, haciendo caso omiso de su pregunta—. Martina estará preocupada por mí.

—¿Y yo, qué? —preguntó Pedro con aspereza—. ¿Cómo voy a sobrevivir sin tí?

—De la misma forma como lo ha hecho hasta ahora —le dijo Paula con frialdad—. Estoy segura de que Lau estará feliz de que la visite.

—¿Qué quieres decir con eso? —él la miró sorprendido.

—Bueno, alguna vez tuvo algo que ver con ella —dijo Paula encogiéndose de hombros.

Un leve rubor se dibujó en las mejillas masculinas.

—¿Cómo lo sabías?

—La llama Lau, ¿no es así?

—¿Y qué?

—Antonio también la llamaba Lau.

—¿Sabías de ellos? —preguntó él muy despacio, incrédulo.

—Por supuesto —asintió ella.

—¿Y eso tampoco te molestaba?

Paula jamás podría hablar con nadie del pánico que la invadió cuando Antonio le pidió el divorcio a causa de esa otra mujer. Y menos a Pedro Alfonso, mucho menos ahora que sabía que el deseo y la atracción que sintió por ella cuando la conoció había aumentado, que poseerla se había convertido para él en una obsesión, como le había pasado a Antonio. Había pasado siete años de desdichas a causa de la obsesión de un hombre y no estaba dispuesta a soportarlo una segunda vez.

—Ningún matrimonio es perfecto, señor Alfonso—le dijo con brusquedad.

—Supongo que no —repuso él con amargura—. Está bien, Paula, tú ganas. No volveré a entremeterme en tu vida.

Se dió cuenta de que estaba decidido a mantener su palabra, y, de alguna manera, eso la llenó de una extraña sensación de pérdida. Nunca antes se había quedado tan sola.

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